(Por Eva Marabotto) A casi cuatro décadas del regreso de la democracia, la última dictadura militar sigue siendo un tema fecundo para la literatura argentina y es el eje de Presa suelta", la novela reciente de Romina Doval, en la que también están presentes la apropiación de bebés, la colaboración de civiles con militares y los escraches como mecanismo de denuncia y exposición social de los genocidas.
Pero, la historia que publicó La Parte Maldita no se queda en la denuncia, sino que toma prestadas convenciones del género policial para explorar las reacciones que genera en un barrio porteño el descubrimiento de que uno de los vecinos más antiguos es un médico obstetra responsable del robo de hijos de desaparecidos. La trama se va tejiendo entonces a partir de distintas voces, incluso la del mismo genocida, que conducen al lector a hacer memoria y reflexionar sobre las consecuencias de ese oscuro período de la historia nacional en la actualidad.
En diálogo con Télam, la autora enfatizó en la necesidad de pensar el pasado para poder encarar el porvenir y reveló su interés en utilizar la historia como trasfondo y como tema que atraviese a los personajes.
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-Télam: ¿Cuál es la vigencia que tiene la dictadura, a 40 años del comienzo de la democracia? ¿Es una herida abierta en la sociedad?
-Romina Doval: Sin duda, es una herida abierta en la sociedad y está bien que así sea. No hay conciliación posible con semejante pasado. La dictadura está más vigente que nunca, y la prueba es que muchos la quieren minimizar o directamente negar. La dictadura molesta y es mucho más agradable mirar una serie liviana en Netflix que recordar que cargamos con un pasado lleno de muertes atroces. Yo creo que es un buen momento para hablar porque ya no se debería tener miedo y, más que nada, porque es un deber de toda nación pensar el pasado para poder encarar el porvenir.
-T.: ¿En qué género ubicarías tu texto porque si bien parece abrevar en la denuncia y el testimonio, también tiene influencias de la literatura policial?
-R.D.: Como dijo Borges: la realidad no pertenece a ningún género. Por un lado, mi novela presupone la denuncia, pero no es su propósito. Han pasado 40 años y el mundo está al tanto de lo que sucedió en Argentina en aquellos años. No vengo a develar nada que no se sepa, ni considero necesario decir que eso está mal y ponerme en un lugar políticamente correcto. Me interesa más contar lo que ha dejado la dictadura. Cómo de alguna manera el pasado nos exige posicionarnos en el presente. Saber que responsables o colaboradores, obligados o voluntarios, caminan a nuestro lado, como si nada hubiera pasado, es de una impunidad intolerable.
Por otro lado, es cierto que la novela abreva en la literatura policial porque hay una muerte que explicar y lo que sucedió se va armando de a poco como en un rompecabezas. Aun así, creo que la muerte de Ferrer es menos importante que las relaciones que se dan entre los personajes o incluso la psicología de los mismos. Se suele creer que en los policiales, la psicología de los personajes no es relevante -de hecho, suelen ser bastante estereotipados-, que lo importante es a veces el juego intelectual o la propuesta de evasión. Yo no veo por qué eso tendría que ser así. El policial puede ir muy bien de la mano con la novela realista, con toda la complejidad que implica la ilusión o el efecto de realidad en un texto que no copia, sino que reconstruye el mundo.
-T: ¿Cómo trabajaste el punto de vista para incorporar la mirada de cuatro personajes distintos, un poco al estilo de Rosaura a las Diez de Denevi?
- R.D.: Escribo y corrijo mucho. Entonces hay bastante de prueba y error. En esta novela tenía piezas sueltas, relatos muy diferentes en temáticas y temporalidades; mi trabajo fue encontrar el hilo conductor, aquello que sostenía el relato y la tensión. No suelo preocuparme por lo que quiero decir. Tengo confianza en mi inconsciente, en aquello que me convoca y me hace contar algo. A veces me encargo de limar reduccionismos o intensificar contradicciones, pero en general no pienso a priori en lo que quiero decir. Es un trabajo más artesanal de lo que se suele creer.
-T.: Como en uno de tus novelas anteriores, La mala fe recurrís a un episodio de la historia argentina, ¿tus obras tienen una marcada impronta argentina, están fuertemente arraigadas?
-R.D.: En La mala fe y en Presa suelta la historia argentina está como trasfondo y al mismo tiempo atraviesa a los personajes. No me gusta la palabra local porque trato en los posible de escaparle a lo pintoresco o a ese tipo de literatura de exportación donde lo histórico aparece explicado de manera didáctica, tal vez para el lector extranjero. Pinta tu aldea y pintarás el mundo, dijo Tolstoi. Creo que tenía razón. El lector no tiene que venir con un saber previo y tampoco tiene que terminar el libro siendo un especialista. Para eso están los libros de historia. Trato de que la trama y el drama sean independientes y predominen sobre el contexto social e histórico.
-T: ¿Cómo trabajaste los personajes detestables, el genocida, la vecina de derecha ¿se puede dar vida sin odiar?
- R.D.: En el transcurso de la escritura de esta novela, me dije: Voy a estar en la cabeza de todos aquellos que trataron a Ferrer, este personaje se va a construir a través de las voces de los otros; ni loca me meto en la cabeza de este hombre. Estaba equivocada. Estaba pensando como ciudadana, no como escritora. Cuando me animé a meterme en la cabeza de Ferrer, la novela cobró otra dimensión y hasta creo (por lo que me dicen) que es el personaje más logrado. Recién ahora lo puedo ver. Ferrer comienza siendo el villano de la película, sin embargo, cuando se le da luz, aparece un viejo humano, todavía con deseo sexual, un hombre que amó locamente a su mujer y un hombre que tiene muchas dudas, pero que considera que es tarde para arrepentirse. Ahí empecé a comprenderlo. Los seres humanos somos complejos, somos ángeles y demonios. No me gusta que el lector se confirme o se identifique con mis personajes, prefiero incomodarlo. Me di cuenta con esta novela de que el escritor debe amar y odiar a sus personajes casi en las mismas proporciones, para que sean lo más genuinos posibles.
-T: ¿Es el profesor protagonista un antihéroe?
-R.D.: Nunca lo había pensado, pero sí, cabe perfectamente en ese rol. Con Jaime pasa al revés que con Ferrer. Uno al principio lo acepta. Es un hombre que ama y protege a los animales y, si bien está desencantado del género humano, parece dentro de todo un buen tipo. ¿Realmente lo es? No sé si esa mirada se sostiene hasta el final de la novela, eso dependerá de cada lector.
- T: ¿Qué papel cumple el humor en el texto que aborda temas tan dramáticos?
- R.D.: Me parece que en las obras contemporáneas ya no hay una división tajante entre tragedia y comedia. Yo no busco el humor deliberadamente, brota de las situaciones o los personajes y a veces ni siquiera me doy cuenta. Más allá de mi texto, entiendo el humor como una manera, a veces más inteligente, de encarar un tema en particular que podría resultar acartonado o pomposo. El humor no es ser chistoso y en algunos autores puede ser mordaz. También creo que el humor crea una suerte de complicidad con el lector. Se puede ser serio con humor. Y se puede ser banal siendo solemne.
- T: Estudiaste Letras y cada vez hay más autores que pasaron por Puán, ¿es una condición necesaria para escribir?
- R.D: Para escribir no hay que pasar por Puán ni por ninguna universidad en el mundo. Hay autores que incluso enseñan en la facultad y son muy buenos escritores, pero por lo general es algo que va en contra de la creación. Yo estudié Letras porque quería pasar todo el tiempo leyendo. No me preocupaba el futuro. Antes de entrar en Letras, hacía años que iba al taller de Liliana Heker porque quería escribir. Para mí su taller fue un antes y un después. Me considero muy afortunada de haber dado con semejante escritora. De ella no sólo aprendí el oficio sino una manera de habitar la literatura.
- T: A pesar del tema crudo, le das a la protagonista una posibilidad de redención a través del amor. ¿Existe la redención para quienes atravesaron la dictadura?
- R.D.: No estoy tan segura de que Bárbara se pueda redimir a través del amor. No estoy tan segura de que Jaime pueda amar a alguien. No estoy tan segura de que ella pueda volver a reinventarse. La novela se termina allí. No sé qué les deparará el futuro a los personajes. No me gustan las certezas ni me interesa dárselas al lector, pero tampoco me gustan esas obras tremebundas donde reina la más absoluta oscuridad. Prefiero dejar filtrar un hilo de luz.
Con información de Télam