(Por Carlos Aletto) En su primera novela, "Un tornado alrededor", con la que ganó el Premio del Fondo Nacional de las Artes, el escritor Facundo Abal construye la voz de un niño que vive en un ambiente marcado por la crueldad y la ausencia de emociones, y en la que a partir de la muerte de su hermano explora temas universales de la vida familiar y la lucha por encontrar un sentido de pertenencia y comprensión.
"Un tornado alrededor" narra la historia de una familia que ha perdido a un miembro, al pequeño Nico, y comienza con la madre que ha improvisado un altar en su memoria en el que encienden velas todos los meses. Durante una cena en la que se evocan anécdotas de Nico, el padre (quien al principio se resiste a hablar) recuerda con detalle la muerte de su hijo en el hospital, lo que provoca una fuerte reacción en su esposa. La cena termina en silencio y el narrador se va a dormir pensando en la maratón del día siguiente.
El deseo del niño protagonista y narrador, que se va desplegando a lo largo de la novela, es una forma de huir de ese ambiente hostil. Durante el relato se describe una visita familiar marcada por una coreografía repetitiva, donde los parientes se reúnen alrededor de la mesa y los hombres asan carne en la parrilla en el patio trasero. El niño nunca se siente cómodo con esa situación, ni se siente conectado con sus primos y lucha por encontrar un lugar en la dinámica familiar.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Abal es doctor en Comunicación graduado de la Universidad Nacional de La Plata, tiene una Maestría en Artes de la Universidad de Buenos Aires. Actualmente, se desempeña como editor de revistas y suplementos científicos y culturales, y es un especialista en las tensiones que existen dentro del campo artístico, sobre lo cual ha publicado varios artículos y ensayos, así como su libro "Arte y Liminalidad". Además, es director de la Editorial de la Universidad Nacional de La Plata.
En entrevista con Télam, el escritor dice que construir la voz de un niño que vive en un ambiente marcado por la crueldad y la ausencia de emociones, fue un gran desafío. Cuenta que se inspiró en niños de otros autores, quienes veían el mundo de manera más compleja y no ingenua. También destaca la importancia del duelo en su novela, donde la muerte del hermano del pequeño narrador y la pérdida de la inocencia son algunos de los sucesos que llevan a los personajes a moverse como autómatas.
"Un tornado alrededor", editado por el sello Siberia, obtuvo el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes en la categoría novela.
- Télam: ¿Cuál fue el mayor desafío que enfrentaste al escribir la novela y cómo lo resolviste?
-Facundo Abal: El principal desafío a la hora de escribir la novela era construir la voz de ese niño, no de cualquier niño, sino construir esa singularidad, marcada indeleblemente por esa historia. Encontrar un tono, una mirada que no tienda a la infantilización amaquetada. El mundo de la niñez es un mundo frondoso, en el más amplio sentido, no solo por el ejercicio de la imaginación sino porque lo siniestro cotidiano tampoco tiene bordes precisos y puede vivirse como la condición misma de la existencia. En la mayoría de las familias, los niños son convertidos en objetos a los que se les sustrae cualquier posibilidad de interioridad. En la novela eso se lleva al extremo, hay un ejercicio de la crueldad por parte de esos padres, no deliberado ni consciente, pero letalmente filoso que va dejando surcos en el protagonista que está descubriendo de que se trata el mundo, cuándo hasta su propio cuerpo aparece como un enigma. Generalmente se suele asociar la figura de los padres con el cuidado, en este caso se ve como la cercanía con un vínculo familiar fermentado lejos de darte seguridad puede dejarte en la más absoluta intemperie. La infancia está hecha de un material altamente inflamable y depende de los adultos que esa persona que está asomando se calcine o no.
-T.: ¿Qué texto te inspiraron para escribir "Un tornado alrededor"?
-F.A.: Sin querer emular, porque el universo del protagonista de esta novela es definitivamente otro, me sirvieron de motor de escritura los niños de Marosa di Giorgio o algunas niñeces que aparecen en los cuentos de Clarice Lispector. Esos niños, un poco sabios y un poco sabiondos, que ven como el mundo se les va desplegando delante suyo, pero no tiene una mirada ingenua frente a eso, sino que en muchos casos pueden hasta sentir algo de lo propio en la monstruosidad del afuera. Cuando las barreras morales, que vienen desde el señalamiento de los otros, todavía no se levantaron, el mundo puede ser algo a devorarse, pero también hay riesgo de una indigestión fundante que se arrastra de por vida.
-T.: ¿Qué papel juega el duelo en la novela y cómo afecta a los personajes?
-F.A.: El duelo aparece en la novela como algo medular. Hay un hermano que murió, pero hay otras muertes que se suceden como un dominó. Muere el ideal de familia, muere la inocencia, muere cualquier garantía de alegría. Hasta incluso esa madre es más un zombi que una mujer viva, sin deseo, automatizada por el dolor, imposibilitada de tramitar esa ausencia. Asistimos a una coreografía penosa sobre los escombros de un derrumbe, donde cada uno de los personajes se mueve como un autómata sin preguntarse mucho el para qué.
-T.: ¿Cómo trabajaste el deseo del niño protagonista en un ambiente tan desolado y cómo lo relaciona con lo sexual?
-F.A.: En medio de un territorio absolutamente yermo para el deseo, un niño que todavía no se sabe distinto al resto, intenta hacerse lugar. Su deseo está desvitalizado, atravesado por eso mortífero, pero a pesar de lo adverso hay algo que se va desplegando en los bordes, de manera subrepticia. Ese deseo se va vigorizando con el transcurso de la historia, de manera torpe a veces, angustiante otras, pero crece como una enredadera en el muro de una casa abandonada. En ese sentido, lo sexual, aunque dislocado, aparece como un resorte que dispara una huida hacia adelante. Ese niño, devenido después en adolescente, entiende que desear es huir.
-T.: ¿Cuál fue tu proceso de escritura para lograr su propio estilo literario?
-F.A.: Me interesa el proceso de una escritura embarrada, sin un plan fijado de antemano ni recetas que se puedan enseñar. Durante mucho tiempo padecí mi estilo, incluso desconociendo que podía haber un estilo ahí, pero después creo que pude conquistarlo. Me sentía que cierta literatura que se valoraba dentro del canon era un saco que me quedaba grande. En ese camino fue clave encontrarme con maestras como Fernanda García Lao, que lejos de las imposturas de los talleres literarios fertilizó mi propia planta carnívora hasta hacer que me sintiera orgulloso de la deformidad de mi escritura.
-T.: ¿Qué significó ganar el premio del Fondo Nacional de las Artes?
-F.A.: Ganar el premio del Fondo Nacional de las Artes significó cierta confirmación de que eso que hacía podía también ser valorado por otros. Después del premio pensé que el camino de la publicación iba a ser algo menos espinoso.
-T.: ¿Qué obstáculos has enfrentado en el mercado editorial?
-F.A.: Pasé por muchos editores los grandes sellos, con lecturas muy elogiosas pero que estaban constreñidos por un mercado al borde de la asfixia. Cuando las ventas son la variable, la rendija se cierra para el ingreso de las voces nuevas, solo quedan lugar para los consagrados, la autoayuda o las neurociencias. Incluso, recuerdo una editora de una gran sello que después de deshacerse en elogios me dijo que todo el presupuesto de la editorial de ese año estaba destinado a "ensayo anti K" (sic). Por suerte en el camino apareció Raquel Robles, una aliada inconmensurable que fundó una editorial preciosa a contrapelo del Excel y apostó por esta historia cuando las puertas parecían blindadas.
Con información de Télam