Con un ingenio único para la combinación de palabras y un histrionismo inusitado para interpretar personajes cómicos, Niní Marshall marcó un antes y un después en la manera de hacer humor a nivel internacional. Hace 26 años, fallecía uno de los referentes más relevantes y admirados de la comedia de habla hispana.
Marina Esther Traverso llegó al mundo el 1 de junio de 1903, fruto del amor de los inmigrantes asturianos Pedro Traveso y María Ángela Pérez. “Nací en Caballito y al poco tiempo nos mudamos al Centro. Tuve la infancia más feliz del planeta”. Niní hizo sus estudios primarios y secundarios en el Liceo Nacional de Señoritas, donde su gracia y carisma se hicieron ver desde temprano: “Divertía a mis compañeras con mis imitaciones de los profesores”. Los padres de Niní no desoyeron el desbordante talento de su hija para las expresiones artísticas y así, de pequeña, estudió danzas españolas, pintura, dibujo, canto, piano e idiomas.
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Niní se había casado con el ingeniero Felipe Edelmann, aunque la relación no tuvo éxito por las conductas ludópatas del padre de su hija. Por las deudas que su esposo tenía, un día los rematadores se llevaron la cuna de la niña y así se dio cuenta de que tenía que huír. El mundo de los años 30 era muy difícil para una mujer separada y madre soltera y, si a ese combo se le agregaba el término “artista”, la hostilidad llegaba a su tope. “Debido a una catástrofe pecuniaria me vi en la obligación de ganarme la vida y me pareció que podía escribir”.
Una amiga le consiguió empleo en la revista femenina, La Novela Semanal, donde su inabarcable imaginación artística se vio coartada al tener que redactar artículos promocionales de artefactos domésticos. No obstante, pudo plasmar su esencia en esas publicidades: “Las escribía en forma literaria”. Poco tiempo pasó hasta que el talento que Niní demostraba la llevara a la Revista Sintonía, donde pudo imprimir su estilo en la sección Alfilerazos. Hasta entonces la artista no se presentaba como Niní Marshall, sino que utilizaba el pseudónimo Mitzi.
En 1934, la porteña comenzó a trabajar en programas radiales como cantante y actriz. Interpretaba canciones en diferentes idiomas y desplegaba su comicidad en sus primeras actuaciones. “Ahí nació Cándida, que fue mi primer personaje. Era una empleada doméstica que tuvimos en casa por diez años”. Las ocurrentes líneas de ese personaje y la inigualable interpretación de la artista hicieron que el país entero la escuchara. Niní se dio cuenta que había encontrado su vocación: crear sus propios personajes e interpretarlos en la radio.
Dos años más tarde, Niní Marshall conoció a quien fue su esposo, Marcelo Salcedo, por quien cambió su nombre artístico al que hoy todos recuerdan. “Niní” era el apodo que su familia utilizaba cuando era una niña y “Marshall” se dio por las primeras sílabas del nombre y apellido de su nueva pareja.
Años después de haber sido rechazada por ser mujer, Niní tocó una vez más las puertas de Radio El Mundo y accedió. Junto a Juan Carlos Thorry la comediante daba rienda suelta a su creatividad en cada uno de los personajes que encarnaba. Así, en 1937, nació Catita, una de sus creaciones más recordadas, inspirada en las fanáticas de Thorry que lo esperaban en la puerta de la radio.
Catita fue el primer personaje que Niní llevó a la pantalla grande, en el filme Mujeres que trabajan, estrenado en 1938. “Yo no quería por nada del mundo hacer cine. Tenía cierto prestigio en la radio y temía que la imagen que se había hecho el oyente no correspondiera con la del cine”. A finales de los 30 y principios de los 40, Niní se convirtió en una figura consagrada del humor argentino, con un éxito rotundo en sus proyectos.
Catita y Cándida son dos de sus personajes más recordados, pero Marshall ha desplegado su arte en una numerosa cantidad de entidades basadas en estereotipos sociales: Doña Pola, una mujer de la colectividad judía; Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardos Sunsuet Crostón, dama de clase alta y superficial; Niña Jovita, una “solterona” que vive en el pasado; Gladys Minerva Pedantoni, la mejor alumna de su curso; Doña Caterina, la abuela italiana de Catita y más. “Creo mis personajes observando a la gente, prestando atención a los pequeños defectos que pueden causar risa. Voy a la peluquería y paro la oreja para ver qué hablan los clientes”.
La pantalla chica fue otro de los espacios a los que Niní llevó su característico arte, en ciclos como Philco Music Hall (1957), Niní Marshall (1958), Esas cosas de Niní (1960) y Cosas de mamá y papá (1964).
Censura y exilio
Catita tenía un español muy extraño y gran parte de su vocabulario estaba basado en palabras creadas por la artista. Eso sirvió de excusa para que en 1943 el personaje fuera prohibido por deformar el idioma, por el Consejo Superior de las Transmisiones Radiotelefónicas. La escasa cantidad de ofertas de trabajo a la altura de años anteriores hizo que Niní tomara cartas en el asunto: “En busca de razones solicité una entrevista al presidente de la Nación y me contestaron que me recibiría en la Casa de Gobierno su secretario privado, Juan Duarte”.
El hermano de Eva Duarte de Perón le concedió dos citas a la artista, pero cuando Niní acudió por tercera vez recibió una contundente respuesta: “En una amplia antesala con mucha otra gente alrededor, salió el secretario del secretario del Presidente y en voz alta gritó: 'Señora, dice el señor Duarte que se acuerde cuando en una fiesta de pitucos, vestida de prostituta, imitó a su hermana Eva’”.
Así se dio su exilio a México, dado que estaba segura que pertenecía a una lista negra, la comediante se erradicó en el D.F. y grabó diez filmes con gran éxito en el país del norte. También desarrolló parte de su carrera en España en esos años. Si bien algunas de esas películas eran estrenadas en Argentina, en muchas se ha borrado su nombre de los créditos. Tras su regreso al país, Marshall continuó con proyectos en otros países, ya que sus creaciones cobraron relevancia internacional.
Un legado imborrable
El humor pícaro y atrevido, basado en realidades sociales e interpretado con un don único convirtieron a Niní Marshall en el referente que fue y es. “La Chaplin con faldas” fue el apodo artístico que le puso la prensa de la época, espejo de lo transgresora que la artista fue para el machismo propio del siglo pasado, aunque no le hace justicia a la importancia de su figura: esa denominación no hacía más que definir al humor como un asunto de hombres cuando Niní demostró que las mujeres también podían hacerlo.