El Torquato Tasso, la mítica sala de música de la calle Defensa 1575 en el barrio porteño de San Telmo, reabrió sus puertas con shows de tango presenciales (respetando el aforo del 30% de espectadores), en lo que está siendo una temporada atípica para la cultura, uno de los sectores más golpeados por la pandemia de coronavirus. En el esquema de shows se presentará la distinguida Amelita Baltar -el próximo 24 de julio- para repasar todos sus clásicos. En diálogo con El Destape, la artista reflexionó en torno a su trayectoria y su relación con la música.
- ¿Te deprimiste durante la cuarentena?
No, por suerte. Estoy cerca de cumplir 81 y lo paso regia con mis perros. Ahora tengo a Blue Blue, la Yorkshire más hinchapelotas del mundo. Le puse así porque tiene unos ojos celestes maravillosos. También tengo un Beagle y una paseadora que me ayuda a sacarlos ya que no puedo debido a mi operación de cadera izquierda. Lo bueno es que ya estoy vacunada con las dos dosis y durante este período aproveché para leer y ver Netflix.
Por otra parte, sufro por los que la pasan mal y se están contagiado. Estoy orando mucho por quienes tienen que trabajar para conseguir dinero para comer. Como buena cristiana le pido al Señor constantemente que haya trabajo.
- ¿Cómo hacés para que conviva la idiosincrasia arrabalera del tango con tu religiosidad?
Honestamente, no creo que lo uno tenga que ver con lo otro. Cantar tango no es un pecado; las historias lo son a veces. Yo soy evangélica bautista, estoy más cerca del protestantismo, y no me considero una mujer arrabalera. Elijo los tangos que canto y todo el repertorio que llevo a cada show.
- ¿Siempre tuviste definido tu camino como artista?
Creo que sí. Desde los 11 años jugábamos con Graciela, una amiga, a hacer historias que a veces duraban un mes. Usábamos a mi pobre perra para vestirla de bebé, a veces la sacábamos a la calle así toda vestida. En los cumpleaños nos juntábamos a montar obritas basadas en algún cuento. Siempre quise ser actriz aunque la vida quiso que esa faceta mía quedara medio relegada. Hice de grande una telenovela, una obra musical y algunas intervenciones en televisión, pero eso nomás. Mi carrera destacada fue cantando. Pensar que hoy todo el mundo abre la boca y canta tangos. Es un horror que se haga a gritos pelados cuando hay que cantarlos de manera suave, decirlos.
- ¿Se canta o se dice?
Hay cantores y decidores excelentes. Gardel, por ejemplo, cantaba. No contaba la historia pero a través de su canto podías entenderla. En cambio, el que era un gran decidor, el más grande, fue Goyeneche. En este último tiempo la gente me dice que estoy cantando mejor. Después de pensar un poco los reiterados elogios caí en la cuenta de que mi parte de actriz se había metido dentro de mi canto sin pedirme permiso. Represento las canciones, pongo pausas, puedo ser suave o expresar desesperación. Todas esas cosas las hacen las actrices.
- Dialogaste musicalmente con Pedro Aznar, Fito Páez y Luis Alberto Spinetta, entre otros exponentes del rock. ¿Hay artistas contemporáneos que te conmuevan?
Sí, canté con todos esos rockeros y más en el álbum El nuevo rumbo, un recuerdo maravilloso. Mucho tiempo después me enteré que varios de esos artistas con los que tuve trato me habían visto en el ’63, cuando estaba con Piazzolla en María de Buenos Aires. Soy una mujer muy rockera, Divididos es mi conjunto preferido. Muero por ellos. Nada que ver con ritmos más actuales como el reggae o el reggaetón. No me han entrado, no me seducen. Puede ser por la edad (risas).
Más allá de eso, trato de mantenerme al tanto de todos los géneros musicales y de innovar. En los últimos premios Gardel canté junto a Cucuza Castiello y el rapero Ysy A, por ejemplo. Cada uno hizo un pedacito de una canción; yo canté Balada para un loco. Fue una experiencia muy buena.
- Recién lo mencionaste a Astor Piazzolla, ¿qué te enamoró de él?
Todo. Recuerdo que fue a verme a un Café Concert donde cantaba folclore con mi guitarra. Le gusté tanto que me quiso conocer y proponerme que sea María de Buenos Aires. Inconscientemente le dije que sí, sin saber de qué se trataba. ¡Gracias a Dios que acepté! Ha sido una de las obras más lindas en mi vida. Pude representarla en Atenas, fue fabuloso. Una locura. En lo personal, fuimos un matrimonio normal. Con discusiones que jamás llegaban al campo musical: ahí él escribía y yo cantaba. Y lo tenía que hacer perfecto. Eso logró que las presentaciones fueran idóneas; en Brasil amaban más a Piazzolla que en Argentina.
- ¿Te quedó algo pendiente para decirle?
Por mi parte nada. A él le quedó pendiente decirme que fui el amor de su vida. Eso me lo dijo su primera mujer, hablando por teléfono. Fue muy fuerte.