(Por Claudia Lorenzón) Custodiada por el sonido de un viento arrasador, la muestra "Las cosas que perdieron (y salvaron) en el fuego" reúne en el porteño Centro Cultural Paco Urondo objetos de veteranos de Malvinas como testimonio de un conflicto bélico que abrió heridas, provocó pérdidas irreparables y dejó al país ante el desafío de recuperar un territorio que simboliza soberanía, pertenencia y lucha.
Algunos de estos materiales provienen del conflicto de 1982, otros fueron recuperados en viajes posteriores por parte de los veteranos y otros construidos en posguerra para dar cuenta de su experiencia bélica y las consecuencias.
Se trata de memorias materializadas, artefactos que condensan recuerdos, traumas, heroísmos, camaraderías, presencias y ausencias, explica a Télam el historiador Sebastián Ávila, del Equipo de Arqueología Memorias de Malvinas (EAMM) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), a la que también pertenece el centro cultural Paco Urondo.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Ávila, autor de "Ovejas", una ficción que aborda la Guerra de Malvinas con la que ganó el año pasado el premio de novela Futurock, viajó a las islas en 2020 y regresó muy impactado por las vivencias que tuvo en ese territorio, "fascinado por los paisajes y la presencia de material bélico alrededor de los campos de batalla y con la idea de construir una arqueología de la guerra", cuenta a Télam Carlos Landa, arqueólogo especializado en campos de batalla e investigador del Conicet, durante una recorrida por la muestra.
Para armar esa antropología de Malvinas, Ávila y Landa realizaron 70 entrevistas a excombatientes de distintos escalafones -conscriptos, oficiales y suboficiales- de la Fuerza Aérea, la Marina y el Ejército, de Capital Federal, provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Chaco, Corrientes y Tierra del Fuego, quienes se refirieron a los objetos, algunos de los cuales les significaron el límite entre la vida y la muerte.
"Como equipo de investigación, a partir de los objetos, aprendimos a dejar de mirar Malvinas como una sola cosa y empezamos a ver las múltiples experiencias que vivieron y los graves problemas de logística que tuvieron muchas unidades, lo que hace que el relato no sea tan unívoco", sostiene Ávila, becario del Conicet.
En la planta baja del señorial edificio, la muestra se inicia con una maqueta que emula un campo de batalla: pequeños soldaditos hechos en plástico parapetados para el ataque junto a ocho obuses con balas y vainas en el suelo, además de dos vehículos del Ejército emplazados en el valle de Moody Brook, donde el terreno conformado por turba y agua obligaba a los soldados a enterrar en las trincheras grandes tachos de metal donde se metían para protegerse de la artillería enemiga y mantenerse secos.
La maqueta o diorama estuvo a cargo de un club de modelismo del Ejército, pero el diseño lo realizó un oficial a cargo de la artillería, "lo cual tiene un significado muy importante porque muchos conscriptos no se acuerdan o no sabían quién estaba al lado de ellos ni cómo eran las formas o dimensiones del lugar", dice Ávila. Entre algunos de esos objetos, los soldados recordaron la importancia de esos tachos que tanta protección les brindaron y que al menos hasta febrero seguían siendo parte del paisaje malvinense y de excursiones turísticas locales.
Diseñado con impresión 3D y llevado a la materialidad con plástico, un jeep aislado a un costado del diorama evoca una historia particular, relacionada con la insólita visita de un general que sorprendió a los soldados porque nunca habían recibido la visita de un superior.
"El general revisa a la tropa y ve que un soldado tenía los guantes destruidos, entonces se saca los suyos y se los ofrece", cuenta Ávila quien agrega que "en el momento en que el general se sube al jeep para regresar a su base, el conductor muerde el arroyo y el vehículo queda enterrado. Ante la falta de otro medio de movilidad, se va del lugar con el único móvil que les permitía a los soldados ir a buscar la comida, a dos kilómetros, por lo que a partir de ese día tuvieron que caminar esa distancia para buscar su alimento. Se trata de una anécdota muy paradójica porque, por un lado, ven que el superior hace una acción muy buena, pero por otro los deja afectados ante la falta de recursos", dice Ávila.
En el primer piso del edificio, la muestra continúa con el registro sonoro del viento sureño, una imagen en color naranja del territorio malvinense y una foto de Mariano Justo y de Fernando Del Debbio. Pertenecían al regimiento de Patricios y durante la guerra estuvieron al sur de Puerto Argentino, en una posición que fue muy bombardeada. Junto a la imagen de los soldados, un rosario y una placa completan los objetos.
"El rosario nos lo dieron en las islas. Cuando los ingleses venían avanzando, el capellán nos dio la extremaunción. Si bien venía de familia católica yo no era practicante. Lo que sí, cuando te caen las bombas cerca te acordás de lo trascendente por más que en líneas generales seas agnóstico", dice Justo en su testimonio junto a los objetos.
"La chapita es la identificación que me dio el regimiento para la guerra, el día que me iba a Malvinas. Es el cero positivo y un numerito que es interno de la compañía de Patricios que se armó para ir a Malvinas. Da testimonio de mi supervivencia en la guerra y es la más importante de mis condecoraciones", agrega.
Ávila cuenta que el rosario era el objeto más común entre los veteranos, mientras que muchos soldados se sorprendieron al ver la chapa identificatoria, ya que muchos manifestaron que no la recibieron jamás.
Marcos Guida combatió como Infante de Marina de la Cuarta Sección de la Compañía Nácar del Batallón de Infantería de Marina número 5. Su sección enfrentó a los guardias escoceses en la batalla de Monte Tumbledown resistiendo durante más de 10 horas de combate y agotando la munición.
Guida volvió a las islas en 2012, fue a su posición y, a 40 años del conflicto, encontró restos de borceguíes, de una carpa iglú, un pedazo de metralla y un sobre de café con leche azucarado, que en ese momento era una bebida más que restauradora.
Una inquietante foto de prisioneros argentinos tomada por los ingleses en Malvinas fue aportada por Mario Oshiro, donde se ve a los soldados reducidos en un predio a la intemperie junto a un viejo frigorífico. El excombatiente no recordaba que habían estado a la intemperie, solo el interior del edificio que tenía grandes agujeros en los techos causados por las bombas, algunas sin explotar, arrojadas por los aviones argentinos en los ataques a la flota en San Carlos.
Oshiro aportó a la muestra una bandera que hicieron los veteranos a su regreso porque su grupo fue ignorado por la fuerza que reconocía la labor de los pilotos. Tuvieron que esperar 40 años para sentirse reivindicados. En el último acto de Malvinas los pilotos los vieron desfilar y los fueron a aplaudir.
La muestra, que cuenta con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes, se puede visitar hasta el viernes 28 de abril, en 25 de Mayo 221, ciudad de Buenos Aires.
Con información de Télam