(Por Milena Heinrich) Mucha de la producción editorial del último tiempo pone en circulación escrituras breves, textos que no superan las 150 páginas en ficción y no ficción, y que desplazan la relación entre forma y género: ¿Cuál es el valor de lo conciso en el lenguaje? ¿Hay un diálogo entre la creciente aparición de libros pequeños con los modos dispersos de consumo? ¿Intervienen en estos proyectos el mercado con sus costos de edición e impresión?
Depuración del lenguaje. Textos urgentes. El impacto de ser leído en un tiempo y en un espacio, en un viaje en colectivo, o de un "tirón". Los libros breves, de pocas páginas, los libros chiquitos -como valoró Tamara Kamenszain a lo mínimo- tienen cada vez más notoriedad y son publicados generalmente por editoriales medianas y pequeñas, aunque no exclusivamente, a veces por azar, otras por decisiones deliberadas. Es una búsqueda que también atañe a proyectos de escritura que se piensan así, y a las formas de leer de los lectores y las lectoras de hoy, de este tiempo presente de infinitos estímulos y dispersiones.
¿Lo bueno, si breve, dos veces bueno, como dice la célebre frase de Baltasar Gracián? ¿O qué tipo de apreciación envuelve a la presencia cada vez más creciente de libros cortos? Las formas de leer, la industria editorial, el trabajo con el lenguaje y sus tonos y pliegues, así como los tránsitos y las posibilidades de circulación de un libro, son algunas de las variables que Verónica Stedile Luna, Marina Yuszczuk, Francisco Garamona y Joana D´Alessio identifican como posibilidades de esta puesta en valor de la brevedad.
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¿Cuál es el valor de lo breve? Para Verónica Stedile Luna, editora del sello Eme, "lo breve ya no es una cuestión de géneros, como la micro ficción o la nouvelle, sino una forma de pensar la relación texto-libro. También es una manera distinta de pensar la idea de ´proyecto´ de escritura. Lo breve tiende a ser un matiz, una mirada, una lectura, y en ese sentido también renuncia a la imposición, o a la gran elocuencia como objetivo".
La editora y también profesora de Literatura en la Universidad Nacional de la Plata identifica un "desplazamiento" de lo conciso ya no hacia los géneros sino "a la forma". "Evidentemente -dice- hay una forma de circulación de la escritura que se está dando" y eso también "tiene que ver con una manera de pensar el libro y con que hay textos que funcionan en su propia unidad". Se refiere a obras que necesitan otros tiempos, como ocurrió en Eme con "Apuntes para las militancias" de María Pía López, "un texto urgente para salir a dar el debate en un año, 2019, donde se definía la continuidad del macrismo o su derrota, donde también se definía el aborto legal, entonces tiene esa impronta de lo que se escribe rápido para salir a circular, a debatir".
Marina Yuszczuk, narradora, poeta y responsable de la editorial Rosa Iceberg, señala que "lo breve siempre se trabajó desde la poesía, epigramas, ficción corta y demás" y pone como ejemplo a una de sus autoras preferidas, Lydia Davis, "una maestra en el relato breve, conciso, sorprendente, donde el contenido es más la sintaxis que la historia en sí. Me gustan mucho los textos breves muy trabajados, donde la forma siempre está en primer plano. Eso es algo que habilita la brevedad".
Más como lector que como editor del sello Mansalva, Francisco Garamona señala: "Para mí las novelas breves tienen una cosa dinámica: se leen rápido, las podés completar en un ida y vuelta en un viaje en colectivo. En este tiempo que conspira tanto contra la concentración y el poder dedicarse a la lectura, la literatura breve ayuda mucho al corazón de la idea directamente".
"Si bien hemos sido lectores de grandes novelas extensas, novelas góticas, del siglo XIX, esta es una época que es más directa, no hay tantos desvíos", dice el cofundador de editorial Mansalva, cuyo catálogo reúne muchos libros que tienen este formato de lo breve pero más por "azar" que por decisión de búsqueda editorial o de forma literaria deliberada.
En cambio, Vinilo sí es un sello que como "decisión estética" pensó desde el vamos un catálogo de libros cortos de no ficción, como parte de un gusto y de una estrategia, según cuenta su fundadora, Joana D´Alessio: "La idea era atraer lectores, que fueran libros que quieras agarrarlos cuando los ves en la librería. En paralelo, me gustaba también la posibilidad de ofrecer un texto que puede ser leído de una sentada, de un tirón. Porque en mi experiencia lectora, los libros que he tenido oportunidad de leer así, en un único momento espacio temporal, han producido un efecto de fijación en mi memoria".
Aunque "parece que lo breve encaja bien con el espíritu de la época" -el de un mundo adicto a las pantallas y disperso lleno de estímulos- sin embargo no fue ese el propósito que se persiguió desde la editorial, más bien el foco estuvo puesto en ofrecer "una pequeña experiencia completa y accesible; y por eso también los libros son lindos, tienen una laca sensible al tacto y además la mayoría son historias fuertes, que se leen con el cuerpo, que te pueden atravesar", dice la editora de Vinilo y también de un sello orientado a infancias, Ralenti.
Por su parte, Yuszczuk reconoce la "valoración de los lectores" cuando dicen "se lee rápido", "se lee de una sentada" pero advierte: "Lo breve no necesariamente permite una lectura rápida, son dos cosas distintas: lo breve, si es escritura cargada de sentido como decía Ezra Pound, reclama una lectura morosa, minuciosa, lenta, repetida. Hay que ir en contra de la aceleración, no tengo dudas. De la lectura descartable, de poder sumar un libro a la lista pero, ¿para qué? Bueno, es que se coló la idea de productividad en la lectura, me parece una pena".
Así como identifica lo que se habilita con la brevedad, la editora de Rosa Iceberg reconoce lo que también puede ser un problema: "La brevedad se puede relacionar también con un mal de la literatura actual que es el deseo de publicar, o de ´hacerse escritor´, más que de escribir. Y no es como dijo Aira, primero publicar, después escribir, que es parte de una poética, sino el ocupar el lugar de escritor primero, en lugar de que este sea una forma de reconocimiento que viene a lo largo de la publicación de una obra. Es una manera de existir, lo entiendo perfectamente, pero a la literatura le hace pésimo".
Lo ejemplifica: "Llegan inéditos de 100 páginas exactas, 101, y una sabe que es porque los mandaron al Fondo Nacional de las Artes y cumplen con la extensión mínima. Los editores siempre nos damos cuenta de esas cosas, y yo siento que hablan de cierta mezquindad, de cumplir con un requisito externo, de un concurso, en lugar de la generosidad de darse por entero a un texto; la literatura es puro derroche, de tiempo, fuerzas energía, pasiones. Controlado, sí, pero esto de hacer un libro con lo mínimo en el peor sentido creo que se nota bastante cuando uno lee".
Pero ¿esta inclinación hacia lo breve puede pensarse también como un intento de optimización de recursos por los altos precios del mercado? Bien cierto es que menos páginas reducen los costos de impresión, sin embargo, dicen la editora de Eme, el argumento económico no es suficiente porque "no es proporcional a todo lo que implica el proceso de producción de un libro".
Un libro no es sólo una cantidad de páginas, supone un montón de otras piezas en la cadena y en ese sentido da igual si tiene 50 o 400 porque "de todas maneras -explica Stedile Luna- hay que pensar una tapa, una contratapa, diseño. Es decir, lleva su tiempo de edición y exige su propio tiempo de circulación, sobre todo en editoriales chiquitas que no sacamos muchos libros. Poner a circular son instancias que suman costos a la producción de un libro y es lo mismo si es breve o extenso. Lo que sí es cierto es que los libros más breves plantean otros espacios y tiempos de lectura", considera.
Con información de Télam