(Por Carlos Aletto) En "Lenguas vivas", el escritor Luis Sagasti presenta doce textos en los que aborda, al estilo de las entretenidas enciclopedias que leían nuestros padres o abuelos, reflexiones profundas sobre temas relacionados con la lengua, la escritura, la cultura y la historia que emergen en este libro lleno de vitalidad, porque como dice el autor en uno de sus textos "la lengua es lo primero que se pudre en un cadáver".
En "Lenguas vivas", publicado por Eterna Cadencia, el reciente ganador del Segundo Premio Nacional de Literatura por su novela "Una ofrenda musical" cruza magistralmente los géneros narrativos, ensayísticos y poéticos para transmitir historias, ideas y sensaciones sobre la escritura y el arte en general.
El escritor, nacido en Bahía Blanca en 1963, domina en este libro el ensayo, el relato, algunas características del cuento corto y la crónica, siempre con descripciones poéticas que incluyen reflexiones filosóficas sobre la vida, la muerte y la memoria. Autor de "El canon de Leipzig", "Los mares de la Luna", "Bellas artes", "Maelstrom" y de los libros de ensayos "Perdidos en el espacio", "Cybertlön" y "Por qué escuchamos a Led Zeppelin", Sagasti aborda en estos textos temas profundos como la importancia del lenguaje y la comunicación, la creatividad y la belleza en la escritura, el anhelo humano por conectar con algo más grande, los momentos decisivos en la fotografía y las características del arte marginal.
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Sus personajes suelen ser más o menos conocidos, como Wittgenstein, Einstein, Purvis Young, Sun Ra, Henry Darger, James Hampton, Nick Drake o Henri Cartier-Bresson, cruzados con otros más cercanos o familiares del autor, pero en todas las historias se mezclan para crear un clima más íntimo. Las fotos de Wittgenstein frente a un pizarrón, la de Einstein desarrollando una fórmula, la de una maestra con una letra bella y clara, y la de un profesor chino, arman la primera historia con la que abre el libro. Una trama en la que estas fotos con pizarrones sirven para reflexionar sobre la importancia del lenguaje, la creatividad y la belleza en la escritura.
Sagasti, que ha sido traducido al inglés, francés, portugués y turco, cuenta en "Lenguas vivas" la historia de cómo el artista afroamericano Purvis Young comenzó a pintar en la cárcel a partir de láminas que conoció de grandes maestros; describe en otro texto un árbol solitario en el oeste de Etiopía y los hechos que allí suceden; narra las experiencias de un hombre condenado a muerte en la guerra que escribe un poema con alto valor literario, que nunca será dado a conocer; y discurre sobre la percepción del color en diferentes culturas.
También se interna en la vida del padre Gusinde, un sacerdote que quiere llegar a Punta Remolino para grabar en cilindros de cera las voces de dos hombres que lo acompañan en la travesía, además de experiencias personales que le dan cercanía con el lector, por ejemplo cuando narra en primera persona: "Días después del entierro me encontraba en una verdulería cuando leí el aviso fúnebre de mi hermano en la hoja de diario que envolvía media docena de huevos frescos".
-Télam: Hay matices muy sutiles en tu escritura ¿cómo aprendiste a detectar los grises de las historias?
-Luis Sagasti: En verdad tengo una suerte de predisposición casi natural para detenerme en ciertos pliegues tal vez ligeros así como también en detalles nimios o sobre momentos involuntarios que por lo general suelen no importar mucho precisamente por su condición aleatoria o acaso nimia. Pero no se trata de una búsqueda consciente; de hecho cuando uno se pone a buscar esas cosas no las encuentra nunca por ningún lado. En verdad mi frecuente estado de dispersión es incapaz de sustraerse de la gravedad de esos grises a los que hacés referencia. Como si en una película prestara más atención al actor secundario que al principal. Lo contrario que me ocurre cuando leo o intento explicar ciertas corrientes o flujos históricos que llevan a que los actores políticos tomen sus decisiones. Ahí intento eludir los grises, claro.
-T.: ¿Los relatos de este libro capturan la esencia del momento, movimiento y emoción en una imagen como lo hace un fotógrafo?
-L.S.: No estoy muy seguro de eso. Sí hay un intento de detenerme en ciertos momentos, pequeñas historias, acaso menores, que considero sustanciales. Creo que la potencia poética de un texto a veces anida en el relieve que suelen alcanzar ciertos detalles o también en la relación no dicha entre dos o más hechos, dos datos, en apariencia remotos. Me interesa crear de esa forma una constelación de sentidos sin ser nunca muy explícito del todo, pero no por el afán de jugar a las adivinanzas sino porque creo que de ese modo se alcanza a sugerir lo que muchas veces el lenguaje no puede. Dicho de otra forma, ofrecemos modestas lucecitas para que quien lea arme sus propias constelaciones.
-T.: ¿Cuáles son los desiertos reales, ficticios, fantásticos que siempre están comenzando?
-L.S.: A veces pienso que todo comienzo es en verdad un estado de ánimo, de predisposición frente al flujo continuo de lo que sucede desde siempre. Desde luego hay lugares o paisajes que dan la impresión de encarnar inicios o finales. Tengo la sensación de que con el mar, por ejemplo y sobre todo cuando hay oleaje, estamos frente a lo que termina, como un fin de camino. Como si el mar fuera la meta (además el mar siempre está llegando, aun cuando baja la marea). Al revés, pareciera que los desiertos nos imponen el movimiento, incitan: hay que atravesarlos. El mar no nos ofrece una invitación así. Es interesante lo que ocurre con el clima: el calor, el frio, llegan; el viento, que es el que de veras viene, se levanta. Como si hubiera estado guarecido, oculto entre arbustos o replegado en las bocacalles, de pronto se despereza. En lo personal nunca creo estar frente a ningún paisaje -un desierto o el mar- cuando estoy escribiendo, sencillamente porque nunca sé cuándo he comenzado a escribir un libro. Lo que si percibo es cuando se encuentra terminado. En un momento siento que ya está. Y, mientras descansa o lo doy a leer a otros, ya estoy internado en otra cosa, de modo que más que desierto a mí se me presenta a veces una tierra un poco yerma (pero sabe uno que allá adelante hay algún árbol que echa sombra). Desierto en serio es lo que nos aguarda si la derecha financiera gana las elecciones.
-T.: ¿Cómo aplicás la reflexión sobre las voces de la infancia y el lenguaje a lo implícito y explícito en tus historias?
-L.S.: A veces creo que las ideas, las literarias, al menos para mí, se presentan al principio como una suerte de tormenta, de algo incierto, como una suerte de aura previa al dolor de cabeza (solo que sin esa sensación de malestar), a medida que se avanza con la escritura, se ilumina con palabras esa cosa incierta, van disminuyendo las posibilidades expresivas. No se pude avanzar para todas las direcciones a la vez. Creo que hasta cierta edad, un niño vive entre tormentas de sentidos, en un estado de alerta agotador que luego lo hace dormir tanto (como cuando se viaja a un lugar donde apenas se comprende el idioma). Creo que el arte suele propiciar con cierta elegancia una suerte de camino de regreso a ese estado de alerta perceptiva que no requería de símbolos. De algún modo deberíamos regresar a aquello que se resiste a ser simbolizado. La estimulante paradoja es que requerimos de un sistema de símbolos para volver a ese lugar.
-T.: ¿Guardás secretos como escritor o sentís la pulsión de contar todo?
-L.S.: Si bien todo lo que uno escribe de alguna manera termina siendo autobiográfico, este es el único libro donde sí aparece una circunstancia real de mi vida. Pero esa circunstancia solo es válida si se amalgama a un cuerpo mayor, si aporta consistencia a un proyecto, al libro en sí. De modo que solo puedo contar aquello que para mí tiene, por así decir, un espesor literario, o que en potencia puede tenerlo. No tengo pulsión de contar todo porque hay cosas que directamente no caben en la literatura. Hay algunas reglas, siempre cambiantes y en consecuencia no muy fáciles de delimitar, que en lo personal me impiden escribirlo todo. Ni siquiera como registro personal. De llevar un diario (me da muchísima pereza hacerlo) registraría, precisamente, lo que difícilmente llevaría a un libro. Creo que todos silenciamos cosas -o sé si llamarlos secretos; sí creo que es allí, en esos silencios, donde anida lo que nos singulariza ante los otros. Permiten el habla.
Con información de Télam