(Por Leila Torres) A partir de la muerte de una madre que no pudo con su rol, la escritora argentina Madeleine Wolff narra en la novela "La lenta reparación de los tejidos", desde la perspectiva de la hija, un duelo a la vez que cuestiona el concepto de familia como idílica y amorosa, sin dejar de revisar la historia individual para reconstruir un tejido que resista a las adversidades de la vida y ayude a rescatar y a ser rescatados.
Se trata de la segunda novela del catálogo de Mandrágora, editorial y librería, ubicada en el barrio porteño de Villa Crespo, que lanzó su sello de nombre homónimo de la mano de la librera Carolina Silbergleit y la escritora y periodista Florencia Monfort. El libro inaugural de la editorial fue "Vías de extinción", de Ana López.
Wolff (1980) nació en la ciudad de Buenos Aires. En 2018 publicó en Caleta Olivia el poemario "Paraguay". Estudió sociología, es madre de tres hijas y tiene el sueño de envejecer en un monte. Además, es activista socio ambiental y gestiona y coordina "Poesía guerrera", talleres de escritura para jóvenes con consumos problemáticos. Algunas de estas escenas aparecen en su novela "La lenta reparación de los tejidos", publicada por Mandrágora.
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"La lenta reparación de los tejidos" explora cómo los vínculos se rompen y pueden reconstruirse con el tiempo. A partir de repasar la historia individual, Wolff expone escenas que tratan la maternidad, las relaciones familiares, amorosas y también las de amistad. "No creo en la fuerza de la sangre, el único amor que existe es el que se construye", sostiene la protagonista de esta historia que muestra aspectos dolorosos de los vínculos sin convertirse en una novela oscura sino que al contrario: transmite esperanza y luminosidad.
Al comienzo de la historia, la madre de la protagonista muere, dejando un vacío repleto de preguntas. ¿Qué significa la muerte de una madre?¿Cómo este evento resignifica la vida?, entre otras inquietudes. Como se trata de una auto ficción, la autora escribió con esta emoción de manera descargada. Consultada sobre cómo logró escribir en pleno duelo, respondió: "Como pude" y agregó que, aunque por momentos su escritura era "catártica", tenía presente el objetivo de "poder saltar el cerco de lo meramente individual" para logar escribir una novela que conecte con sentimientos universales.
-Télam: ¿Por qué te llamaba la atención trabajar con la figura de la madre?
-Madeleine Wolff: Por un lado, el útero es el lugar más primario. Después, la historia que una trae consigo de esa madre, cercana o no, según los cánones de la época pero siempre es muy constitutiva de la identidad. A eso ya tan fuerte se le suman las cuestiones que aparecen también en la novela: esta madre es de otra clase social a la que es el padre, con problemas de salud mental. Es una madre que abre un montón de preguntas que trascienden por completo el vínculo familiar del rol materno. Después, me interesaba en relación a la literatura. Siempre me gustó muchísimo, desde muy chica, leer y escribir. Entendí que el libro podía ser ese refugio y que había otras maneras posibles de contar lo que a uno le pasa o inventar otras historias, si es que las que tenemos nos hacen mucho daño o son invivibles. Me parece que el vínculo con la madre es una matriz configurante y que por lo general hay una trama compleja que no está visibilizada, pero es la que va a definir cómo somos.
-T: Te surgió el propio deseo de maternidad, pese a tener un vinculo complejo con la madre. ¿Cómo trabajaste esto en la novela?
-M.W: La maternidad de mi hijo aparece como un deseo que no está muy racionalizado, que no está muy premeditado, pero que pulsa. Siento que también la escritura aparece como algo que pulsa, siempre me acompañó en la vida como un salvavidas. Yo era muy chica cuando tuve a mi hijo más grande y ese deseo no hacía mucho sentido, iba en contra de todo lo que una puede pensar o planificar. Sin embargo todo salió bien. La apuesta del libro fue confiar que había algo que se mueve con otra fuerza y que se gesta más en los bordes.
-T: La madre va readecuando la mirada hacia sus hijos a medida que crecen. ¿Por qué te interesaba contar estos cambios en la relación madre-hijo?
-M.W: Porque me parece que es un viaje inmenso acompañar la transición de los hijos, porque también justo en su momento hablaba mucho con amigas de que hay mucho escrito en relación a la maternidad, al puerperio y los primeros meses pero después hay un silencio sobre lo que la transmutación o la metamorfosis de un de un niño o una niña que empieza a crecer y todo lo que eso implica. También esto de lo paradojal que es ser madre, de cómo podés sentir todo el amor y toda la bronca, el rechazo y el dolor al mismo tiempo.
-T: ¿Observar el crecimiento de un hijo podría ser como observar de cerca un personaje literaria y cómo narrarlo?
-M.W: Sí, tenerlo muy cerca e ir vendo sus transformaciones como una especie de Doctor Jekyll y Mister Hyde. El libro tiene algo también que a me atraviesa mucho que es la dimensión más animal y mamífera de nuestra existencia al darle espacio a ciertos movimientos del egoísmo, la violencia y un montón de cosas que son inminente a los vínculos.
-T: ¿No situar familias idílicas sino mostrar también los aspectos oscuros habilita también a denunciar abusos intrafamiliares?
- M.W: Totalmente. En mi vida, cada vez más, hay una militancia acerca de que no existe la fuerza de la sangre. Tenemos el mandato heteronormativo de la familia y una visión privada de los vínculos. Son mandatos que silencian históricamente situaciones de muchísima violencia que generan historias de culpa, de vergüenza, de no poder nombrar lo innombrable que tanto daño genera; que es que la persona que tiene que cuidarte te puede dañar muy profundamente y cómo una no está obligada a quedarse en lugares donde es violentada. Me parece importante narrar esas otras posibilidades de familia y disputar ese relato ficcional tan consensuado sobre una determinada familia posible y la imposibilidad de traicionar.
-T: En la novela, la protagonista reelabora su rol de querer rescatar a todos todo el tiempo. ¿Cómo apareció esta idea?
-M.W: La idea del rescate en un momento de mi vida apareció muy visceral. Después fue transformándose y fui dándome cuenta que uno rescata para ser rescatado, ¿no? No hay un rol donde uno es el que rescata y el otro es el rescatado, sino que en los vínculos somos todo el tiempo el uno y el otro. En la novela hablo mucho cómo en los primeros años y más de adolescente, laburando con pibes en situación de calle, con personas en una situación de muchísima precariedad en términos económicos, ambientales y demás, es una celebración a todas esas personas y un agradecimiento por haberme rescatado. Encontré fuentes de amor ahí que me dieron la fuerza para sanar muchas cosas.
-T: ¿Cómo surge el proyecto de Poesía Guerrera?
-M.W: Vengo transitando ese mundo desde muy chica y también vengo escribiendo y leyendo como una metodología desde la cual pienso la reparación. En un momento de mi vida pensé que estaba bueno unir ambos universos porque tenía mucho sentido. En ese momento, estaba trabajando en una orquesta escuela que eran todos adolescentes y empezamos a probar un taller de escritura. Ahí empezó la magia. Después, empecé a llevar esas herramientas a distintos espacios y hace unos seis, siete años que empecé a dar este taller que después nombramos Poesía guerrera en Isla Silvia, en un espacio de una organización social que se llama Vientos de Libertad.
-T: ¿Es posible cierta recomposición a través de la palabra escrita o de la literatura?
-M.W: Muchas de las cosas que pienso como estrategias posibles para la vida se me reconfiguraron a partir del domingo de elecciones. Estoy en un momento de ir cada vez más profundo en un cuestionamiento sobre ciertas cosas en las que creía. Lo que nunca dudo es en la potencia del amor como aquel que sostiene aun en los momentos de máxima crisis y convulsión. Y si hay algo de lo que también estoy segura es que necesitamos nuevas narrativas para habitar el mundo. Cada vez queda más claro que hay una colonización de nuestra subjetividad que nos vuelve cada vez más encerrados en un monocultivo mental de relatos. Necesitamos la disputa por la palabra y necesitamos la disputa por las historias que nos contamos de lo que somos, hacemos y cómo lo hacemos.
Con información de Télam