La mancha trascendental, primera novela de la artista Regina Satz, narra con simpatía y emoción la historia de iniciación y duelo de una niña de doce años frente a la historia su familia judía de clase media durante la dictadura cívico militar de los '70. Los cambios hormonales, la repentina partida de un ser querido, las tradiciones adoptadas y las más arraigadas a su religión son algunos temas que Satz aborda desde la perspectiva inocente y, por momentos, astuta de la menor, ofreciéndole al lector una obra sobre la búsqueda de la belleza en las entrañas del dolor. En diálogo con El Destape, la autora revisa su camino en el arte y las experiencias vividas que la llevaron hasta su reciente lanzamiento.
- ¿La mancha trascendental tiene aspectos autobiográficos?
Sí, pese a que la mayor parte de lo que cuento es ficción. Las cuestiones autobiográficas están dispuestas en las cosas más tangenciales e importantes que le suceden a la protagonista, como la muerte de su mamá y el camino que atraviesa hasta iniciarse como una mujer.
Desde estos años para atrás siempre experimenté un desdoblamiento en la intimidad con mi propio cuerpo por los cambios y las novedades que traía mi crecimiento. Ese proceso siempre me pareció rico -más allá de cada sufrimiento- para explorar y digno de profundizar en una novela. Me interesaba hablar de estos temas desde la voz de una nena de 12 años, a quien le presto algunos pensamientos y razonamientos filosóficos para que los procese con ternura y humor, aunque siguen siendo reflexiones que atraviesan todas las épocas.
- Me interesa como en la historia explorás el choque de culturas argentina-judía: el fútbol, el tango y las tradicionales celebraciones de la colectividad…
Dejar eso plasmado fue importantísimo porque así también lo fue en mi vida la cultura del tango y los barrios en Argentina. Con esas cosas me formé, los primeros tangos que escuché en reuniones familiares en mi casa me atravesaron como disparos de preguntas e intrigas. Hubo un tango que le gustaba muchísimo a mi mamá -y del que hablo en la novela (hace mención al tango Por qué la quise tanto)- que empezó a representarme porque es un sonido que nos une a los nietos de inmigrantes que trajeron esa cultura de melancolía por lo que tuvieron que dejar para llegar a un país que los cobijo y les permitió ser parte de su identidad y de sus tradiciones.
- La familia judía de La mancha trascendental no responda al prejuicio del “judío con plata” que suele verse en infinidad de registros audiovisuales o literarios. ¿Qué te interesó de plasmar esa realidad?
Saber que esa fue mi realidad. Mi familia fue muy laburante: mamá venía de Bahía Blanca a trabajar en una fábrica, sin tener donde vivir… hay una fantasía del “judío con plata” que no es así. Es un prejuicio basado en un estereotipo. Yo trabajaba en AMIA y pagaba ayuda social en la caja, y de los personajes que pasaban por ahí todos vivían al borde… pero bueno, lo que se ve es lo otro. Ahí también se abre un tema muy difícil dentro de la comunidad judía que es no tener plata y aún así perseguir el mandato de pertenecer a una clase acomodada o de ir a una escuela privada.
- ¿Tus abuelos fueron los primeros de tu familia en venir a Argentina?
Mi abuelo se escapó de Rusia a los 13 años por una cuestión de aventuras con un amigo, a diferencia de muchas otras personas que se escaparon por la amenaza del nazismo. Él sí pertenecía a una familia rica y en el momento del escape se robó las joyas de la casa dándoselas a su amigo para que las tenga él hasta encontrarse en el barco que los llevaría para América. El día del viaje mi abuelo se subió al barco y se escondió a la espera de su amigo, que nunca fue y se quedó con todas las joyas… o sea que vino a Argentina por una traición. Con 13 años y un idioma que le era totalmente distante, vagó por las provincias hasta que llegó a Bahía Blanca y empezó a vender frutas con un sulky hasta que se formó como carpintero. Tuvo una vida súper humilde. Muy de grande se encontró con su hermana en un viaje que ella hizo de Rusia a Argentina… es una historia muy emotiva.
- Y marcada por la accidentalidad… ¿nunca pensaste en qué le habría sucedido en ese momento que lo llevó a no bajarse del barco?
¡Tenés razón! Nunca lo pensé, es una buena pregunta. Pienso que esperó hasta el final y el resto es verdaderamente un misterio para mí. De cuando era grande recuerdo sus ojos muy claros cargados de silencios por todas esas vivencias. Pese a eso, algunas veces nos contaba anécdotas de sus primeros años en Argentina.
- En una entrevista reciente, a propósito del documental Ikigai, la sonrisa de Gardel en el que das testimonio, mencionás la importancia de hacer arte a partir del dolor que te provocó haber vivido el Atentado a la AMIA en carne propia. ¿Qué recuerdos tenés de ese día y en qué momento te decidiste a trabajar desde el arte a partir de esa herida?
Lo que más quedó presente de ese día horroroso fue la sensación de “hay que escapar”, de que siempre se está destruyendo algo debajo mío y que hay que huir, junto al terrible dolor de no entender la muerte de los otros con los que compartía mis días de trabajo… eso me carcomió durante años y generó en mí una bola de dolor y bronca que necesitaba descargar de alguna forma. Al principio no sabía qué hacer con el dolor, la bronca y la sensación de vulnerabilidad de estar expuesta a que en cualquier momento podía pasarme algo, una cuestión que arrastraba desde la muerte de mi mamá joven a mi temprana edad.
Los días después del atentado sentía que no podía seguir con mi vida, laburando ahí, si bien hacía unos meses que me habían ascendido a tesorera y eso era buenísimo. Estuve 17 años trabajando en la AMIA. Eso me hizo volver a barajar las cartas y dar de nuevo, con la audacia de seguir mi camino artístico. Creo que ese es mi lema: accionar sobre la realidad.
La mancha trascendental (Metrópolis) ya está disponible para comprarse en librerías.