“Circule, Salomón. Circule”, le dicen al protagonista de Salo Solo. El patrullero del amor, en las primeras páginas del libro, para encenderlo en una búsqueda activa, hilarante y por momentos desenfrenada, de una mujer que lo ame. Del amor y de la soledad habla la primera novela de Mauricio Kartun -dramaturgo de extensa trayectoria, querido y respetado en la escena nacional-, una serie de aventuras de una belleza narrativa inusual en el género humorístico. La historia, que ya recibió una propuesta concreta para saltar a la pantalla chica de la mano de una plataforma de streaming, es la raíz de esta charla a solas con El Destape, donde Kartun repasa su trayectoria, sus inseguridades y pensamientos, con el estilo magnético de los grandes narradores.
- ¿Cuál fue la base para crear a Salomón Goldfarb, el viudo protagonista de la novela y gran conocedor de las tradiciones judías?
En relación a la segunda parte de la pregunta, yo vengo de una familia café con leche: madre católica, española, visitadora de iglesias y padre de familia tradicional, de manera que no tuve una gran cercanía con la tradición judía sino que llegó de rebote por unos primos. En esa frecuencia aprendí 20 palabras en idish con las cuales convencés a cualquiera de que sos judío y de que lo hablás con soltura. El idish es un proveedor de términos y expresiones riquísimo porque tiene palabras para cosas que no existen en otro idioma. Yo soy una especie de idish trucho y ahí lo puse en valor.
Con respecto al personaje y la historia, hace mucho tiempo me daba vuelta en la cabeza una anécdota divertida del dramaturgo Eduardo Rovner, un amigo querido que murió hace unos años, a quien alguna vez en su primera separación lo encontré un día y me contó que estaba haciendo un curso de filosofía judía orientada a Spinoza (Baruch), cosa que me llamó mucho la atención por lo interesante. Le pregunté si iba a escribir sobre Spinoza y me contestó que no, pero que lo hacía porque en el curso “se conoce gente”. Él andaba medio a la deriva y me contó que su psicoanalista, cansado de que vaya a llorar su soledad, un día al despedirlo le dijo ‘Eduardo, frecuentando los lugares que siempre ha frecuentado, con todas las que tenía que pasar ya pasó, y con las que no pasó, no va a pasar nunca. Circule Eduardo, por favor’. Me cagué de risa cuando me lo contó pero Eduardo se lo tomó muy en serio. Ahí ya tenía la idea, me faltaba la imagen.
- ¿Qué destrabó esa imagen?
Años después, un día fuimos con mi mujer a ver una obra en un teatro del Once y cuando salimos y empezamos a caminar la Avenida Corrientes buscando lugares para comer encontramos un grill en Salguero y Corrientes y nos metimos. Estaba todo lleno y las mesas muy pegadas, así que mientras comíamos escuchábamos a una pareja que estaba al lado nuestro y se llevó toda nuestra atención. Él hablaba muy fuerte y se notaba claramente que era una primera cita entre dos sesentones de la colectividad. Él le contaba de sus hijas que estaban en Israel, de su casa, de cómo tenía la casa y la cuidaba, y ella lo único que hacía era asentir. Entonces, con Mónica, mi compañera, vimos esta situación y se me ocurrió decirle, entre nosotros: “¿No te parece que alguien debería acercarse al señor y decirle ‘Salomón, así no la vas poner nunca. Callate un poco Salomón’?”. De la junta entre la anécdota de Eduardo y la historia del hombre que se perdió la posibilidad del sexo por hablar demasiado salió la novela.
- Al final, la gran mayoría siempre elige buscar a alguien con quien compartir la vida
Es algo imprescindible. Hace poco picoteé un librito del filósofo coreano Byung-Chul Han que dice una cosa perturbadora, que es algo así como ‘la depresión es un exceso narcisista. La depresión no es otra cosa que mirarse tanto a uno que no es posible salir de uno. Por lo tanto, la antítesis de la depresión, que es la expresión y la comunicación, siempre es expandirse a un otro’. Somos seres sociales, cuando no somos seres sociales, no somos. La soledad es inevitablemente el camino a la depresión, un hueco del que no podés salir y quedás encerrado. Por eso es tan necesario salir a buscar al otro, no solamente en la sana necesidad del sexo sino en la sana necesidad de expandirse y encontrarse en el otro para ser.
- ¿En algún momento de tu vida estuviste en la situación del protagonista de la novela, buscando el amor?
Sí, claro, hace muchos años. Lo viví en el momento en que las hormonas y el cuerpo funcionaban de otra manera, ahora tengo una pareja longeva. Pero antes de estar en pareja sí atravesé la sensación de ‘¿dónde encuentro a alguien?’ y también quedar atrapado en seguir recorriendo los lugares de siempre esperando que alguien llegue, sin entender que en realidad de lo que se trataba era de salir. Fijate, es muy curioso, la vida se arma de puntos de inflexión creados por la llegada a lugares nuevos. Siempre son las comunidades las que te abren la cabeza.
- ¿En qué lugar conociste a tu pareja?
(Risas) En el ascensor de la asociación de estudiantes de teatro y cuando la vi y nos bajamos, le dije a una amiga ‘una así necesito yo: que me divierta, simpática, que la pase bien’. Mi amiga se las ingenió para conocerla y traerla.
- Tanto Salo Solo como el total de tu dramaturgia está atravesada por grandes rasgos de humor, ¿qué lugar ocupa este en tu vida?
Hay un momento en el que uno conceptualiza el humor y se da cuenta que es imprescindible en una búsqueda de creación de una estética, pero también de una poética. Hasta que no aparece algún rasgo de humor en algo que tengo dando vueltas en la cabeza, es muy difícil que se me encienda la idea. Las imágenes aparecen cuando descubro la singularidad del humor, pero no solamente por el reflejo de la risa sino porque el humor tiene el mismo procedimiento de la poesía. Cuando puede conceptualizar la fuerza de una carcajada, la única celebración física que tenemos del ingenio, también entiende el poder que tiene a la hora de crear.
- ¿Cuál es el humor que más te gusta?
El humor guaso, el grosero, escatológico, el más chocante e incorrecto. El modelo Capusotto me encanta. Él ha creado una forma de hacer humor incorrecto no cancelable. ¡Es increíble! La forma tan espontánea que tiene de reírse de las cosas que usa para sus sketches es aceptado como humor y no como agresión.
Si voy a los orígenes y miro el humor con ojos de niño, la gran explosión humorística para mi fue cuando mis padres me empezaron a llevar a ver teatro de revistas, porque vivíamos en el barrio de San Andrés y porque era más fácil llevarme que dejarme con alguien. Era una época donde se aceptaba llevar a los menores a ver teatro de revista, como una salida familiar. Esa mezcla de erotismo y humor me explotó la cabeza. La primera teta fuera de mi madre la vi en uno de esos escenarios (risas).
- ¿Qué lectura hacés de la cancelación en el humor?
Es un proceso inevitable y de equilibrio. Lo que hay que celebrar es la aparición de pruebas morales, entendiendo a las morales como ciencia de las costumbres. Es normal que la aparición de respetos, observaciones afectuosas y nuevas relaciones creen una nueva moral y en ese sentido es normal que si aparece lo que está bien, también lo haga lo que está mal. Es un faro que indica continuamente cómo hay que mirar.
Esta generación puede vivir como choque todo lo que sea cancelación, pero esto hace que las próximas lo naturalicen y empiecen a buscar hacia atrás cuáles son los límites del humor posibles. En realidad, de lo que se trata es de entender la filosofía de una época.
- ¿Empezaste actuando o siempre ejerciste la dramaturgia?
Actué lo suficientemente mal como para aprender la lección (risas) Mis inicios fueron en los ‘70 en un teatro militante, de barricada, en el que hacíamos teatro periodístico porque trabajábamos mucho sobre la realidad. En ese momento estaba mal visto no subirse al escenario, por eso actué en varias obras. Cuando llegó el golpe militar, ocasionalmente hice en algunas películas bolos chicos donde no tuviera que decir mucha letra, porque me asustaba. Lo mío eran las pequeñas participaciones, con un afán exclusivamente mercantil siempre, pero también sufriendo mucho ante la dificultad de hacer algo que no hago bien.
- ¿Nunca pensaste en volver a probar?
Me han llamado mucho, me han pedido mucho que lo haga y siempre he dicho lo mismo. Si se trata de hacer un cameo donde pongo la cara y me río un rato acepto, pero si hay que componer un personaje ahí declino. El histrionismo lo he ido poniendo en las clases, que es donde los docentes ponemos la inteligencia mimética. Yo siempre digo que puedo ser muy buen actor sentado y con los brazos cruzados. Es decir, poniendo todo en la intensidad de la voz. Sí hago cada tanto espectáculos de lectura de textos literarios y cuentos míos. Ahí descubrí un espacio en el que no me tiembla el cuerpo y no tengo una sola inquietud. Pero si tuviese que hacer un personaje me cago en las patas.
- ¿Harías teatro comercial si te lo ofrecieran?
Varias veces me lo han propuesto, nunca lo he aceptado aunque no se trata de prejuicio. A veces alguna gente convierte las realidades prácticas en propósitos, en banderas. Nunca he aceptado porque para trabajar en un teatro comercial tengo que aceptar, en principio, dos alternativas básicas: la primera es tener que trabajar con figuras que, como decimos en la profesión, cortan entradas, es decir figuras de televisión que no están dispuestas a hacer un trabajo de investigación como yo propongo. Ninguna de mis obras se ensayó menos de seis meses. Pensá que si tengo que pedirle a un actor reconocido de cine y televisión que venga tres veces por semana y los últimos dos meses todos los días a mi estudio a ensayar, improvisar y jugar durante tres horas, no lo encontraría porque no es rentable.
Y la segunda es que yo necesito por lo menos un mes antes estar en el escenario trabajando, para que aparezcan cosas ya no vinculadas al cuerpo del actor sino al espacio sobre el que estamos trabajando, algo que ningún teatro me lo puede ofrecer porque la hora de escenario de un teatro es carísima, Entonces, no van los números. Si alguna vez hubiese un empresario que aceptase que yo elija la obra, que no haya una imposición temática, que elija los actores y me dé el espacio, por supuesto que lo haría y con mucho gusto.
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- ¿Dirigirías alguna vez a tu hijo?
Lo he pensado alguna vez. Me acuerdo de cuando Julián hizo hace varios años atrás un espectáculo llamado Absolutamente comprometido, donde hacía 30 personajes, que coincidió con la primera vez que se subía a un escenario para hacer algo de esas dimensiones él solo. Cuando lo vi, más allá del orgullo, la conmoción y la alegría que me dio verlo haciendo eso, por supuesto que en mi cabeza aparecieron imágenes de una obra que se resolvía con 30 personajes interpretados por un solo actor. Inevitablemente pensaba en Julián.
No sé si podríamos trabajar juntos porque tenemos maneras muy diferentes de ver la realidad artística. Julián tiene su banda, El Kuelgue, y por lo general elige trabajos que le permitan seguir viajando. Y en una obra de teatro, con la exigencia que le demanda su banda… como dirían en el barrio: es pa’ quilombo. Pero si tuviese que pensar en su talento y en el tono de lo que hace, sin lugar a dudas que sí me encantaría trabajar con él. Julián heredó el humor de su abuelo, jodón e incorrecto, y tiene una gran capacidad para la creación de personajes.
- ¿Hay algún personaje de Julián que te guste mucho?
A Caro Pardíaco la amamos con mi mujer, la madre de Julián, porque es un personaje que nació cuando él tenía 10 años y en el asiento trasero del coche se las ingeniaba para armar un personaje con el cual joderle la vida a su hermana. Parodiaba a las amigas de su hermana. Y nosotros nos reíamos por un lado y por el otro tratábamos de poner orden a los gritos para que no la joda a Lula. El día que lo vimos a Julián con peluca en un video, con ese personaje, largamos el grito de la carcajada. Ese es el personaje al que más cariño le tengo porque es el más cercano a cuando Juli era chiquito.