En relación a la cultura de la influencia y el rol de los influencers digitales en nuestra sociedad, Tomás Balmaceda, uno de los autores del libro "Cultura de la influencia", sostiene que la huella digital que los seres humanos tenemos deja rastros perdurables y que en la era de la virtualidad el olvido es una experiencia imposible.
"Todo lo que hacemos en las redes o plataformas deja una marca, y esa marca tiende a ser mucho más permanente de lo que nosotros sospechamos", dice.
- T: Ustedes plantean que Internet y las redes sociales son espacios de libertad pero también espacios panópticos de donde no podemos salir nunca. ¿Los seres humanos no tenemos escapatoria de la realidad virtual en la que vivimos?
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- T.B.: Hay una transformación completa de la noción de intimidad y de la noción de vigilancia. Estamos en un caldo que fue subiendo la temperatura sin que nadie lo descubra. Estamos todo el tiempo mostrando nuestras caras, nuestros gustos, a quien vamos a votar. Opinamos, mostramos las casas, los hijos. La vida sexual es compartida en videos en la plataforma Onlyfans. La transformación del concepto de intimidad es total. No está ni bien ni mal, pero alguien de la década del 70 u 80 no lo podría creer, y no pasó tanto tiempo. El otro concepto que también cambió muchísimo es el de vigilancia. En los 80 el Estado era un ente del que te cuidabas, no queríamos que nos vigilaran. Ahora vamos a sacar plata al cajero y hay una cámara, vamos al supermercado y hay una cámara, en la calle incluso hay cámaras. Naturalizamos el control total. Eso podría haber sido la materia prima para una novela distópica, hoy vivimos en eso. Pero además nos volvimos transparentes a la vigilancia, porque la diferencia con una realidad distópica en la que nos vencimos y nos dejamos controlar, nosotros voluntariamente estamos dando esa información. Queremos ser vigilados. Queremos mostrar eso. Esa transformación es completa, aunque no es irreversible. No somos conscientes de lo que sucede y el fenómeno de los niños y bebés influencers marca eso. Hay personas famosas que tienen Instagram de sus bebés no natos. Y eso lo que hace es neutralizar a esa persona como un sujeto. Cuando esos niños o bebés sepan que tuvieron fotos y miles de personas viéndolos, aun no nacidos, ¿quién les preguntó por eso? ¿Quién sabe qué querían esos bebés? ¿Qué peligros tiene eso?
- T.: El libro plantea una nueva condición de la cotidianidad que es la imposibilidad del olvido, el rastro eterno en las redes y el recuerdo inevitable de cosas que incluso quisiéramos olvidar. ¿Podemos profundizar sobre este punto?
- T.B.: Es la idea de la huella digital. Todo lo que hacemos en las redes o plataformas deja una marca, y esa marca tiende a ser mucho más permanente de lo que nosotros sospechamos. Podemos pensar en algunas excepciones, por ejemplo si quiero buscar una foto de fotolog no la voy a encontrar. Pero la posibilidad de que eso exista nos habilita a decir que hoy el olvido en internet es imposible. Porque regularmente van apareciendo capas de esas viejas ideas que teníamos, o de errores que hemos cometido. Además, estamos creciendo con generaciones que tienen imágenes digitalizadas desde que nacieron. Tenemos cuentas de bebés que tienen millones de seguidores; uno de los influencers más importantes hoy en Argentina es Mirko, el hijo de Marley. Lo vimos en Qatar, lo seguimos en posteos. Podemos discutir si él dio la autorización o no, alguien podría decir que se lo ve feliz y que busca la cámara, pero la realidad es que no tiene todavía la capacidad de discernimiento. Para esa generación la posibilidad del olvido está clausurada, y eso abre discusiones que todo el tiempo están girando. Esos son escenarios inéditos, de los que no tenemos antecedente. Y eso impacta en la manera en que vivimos, en la legislación, en los hábitos y en los vínculos. El hecho de que no haya olvido hoy es lo que posibilita que ideas del pasado se vean reactualizadas de una manera que antes no existía. Y el olvido es sano, es un derecho y tiene un efecto terapéutico.
Con información de Télam