De leer mucho a escritoras que tematizaron la realidad cotidiana y la crianza y de experimentar él mismo las transformaciones que supone la llegada de un hijo tanto en la propia subjetividad como en la escritura, Neuman a propósito de éste, su último libro, asegura: "Era el libro que deseaba escribir, pero también el único que podía".
-T: ¿Cómo impactó ser padre en tu trabajo como escritor?
-A.N: Leí mucho a las escritoras que reflexionan sobre la maternidad en términos literarios y sobre las condiciones materiales de escritura de las madres y me ayudó mucho a entender cuál era mi nueva situación. Hay muchos hombres padres que escriben pero no supimos todavía tejer una comunidad comunicativa. Entonces aparte de hablar con mis amigos, trato de aprender de las madres que por razones históricas se vieron obligadas, forzadas a pensar esto para sobrevivir o para pensar una supervivencia posible.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
La forma del libro está ligada a las condiciones materiales de la escritura: esa extenuación y esa experiencia fragmentaria de la realidad, ese transitar entre la vigilia y el sueño, y al mismo tiempo una mezcla de euforia, excitación y cansancio que te sumerge en una lucidez alucinógena rara. La falta objetiva de tiempo y espacio de escritura hizo que interrumpiera la novela larga que estaba haciendo. Uno de mis temores clásicos era no poder escribir cuando tuviera un hijo. Se confirmó que no puedo escribir pero también se refutó porque se abrió una línea de escritura que solo es posible porque nació mi hijo. Es otra escritura, más breve, interrupta. Y está muy impregnada de la sinestesia de la infancia y de la pequeña revolución del imaginario que supone convivir con alguien que está descubriendo todo. Era el libro que deseaba escribir, pero también el único que podía.
-T: Escribís "Voy naciendo al decirte" en la primera entrada de este libro y luego en distintos textos te referís a la idea de una renacer como padre que revisa la propia historia, el pasado, que vuelve a la infancia, al duelo de la madre ¿cómo fue eso?
-A.N: La materpaternidad es una máquina de revoluciones cronológicas. Está el futuro, la velocidad del crecimiento de la criatura, las preocupaciones burguesas del futuro económico del hijo, toda esta estructura que hemos inventado sumamente cuestionable de lo que vendría a ser una familia. Está esa angustia del futuro que yo imaginaba. Pero, a la vez, mientras se abre una relectura del pasado y se acelera el futuro, la criatura lo que necesita es presente: todo es es aquí y ahora. Eso que te puede impacientar es en realidad un alivio filosófico porque si hay algo que no sabemos los adultos es vivir el presente. Si ya veníamos con la capacidad de evitar el presente, la tecnología la imposibilitó para siempre. Entonces hay mucho que aprender de la radicalidad con la cual una criatura vive el presente.
Lo que no me esperaba es cómo acelera también el pasado, que se te pone delante y te mira de frente. En mi vida, en la de mi familia, hay dos eventos fundantes de hace tantos años que son el exilio y la pérdida temprana de la madre. De pronto nace mi hijo y me doy cuenta que no va a conocer a la madre que me dio vida, a su abuela, me estás dejando huérfano de nuevo hijo por puro amor. Esto de sentirse más huérfano que nunca por tener un hijo no me lo esperaba. Literalmente me atropelló por la espalda y mi madre vuelve a ser un tema que yo ya había trabajado, ya lo había ubicado en un lugar. Ahora hay una misión muy linda que es narrársela y el resto de mi vida pasaré narrando mi madre a mi hijo.
Y el otro evento es el exilio familiar. A mis cuarenta y pico de años esa herida del exilio está más que cicatrizada, tengo dos lugares y soy extranjero en ambos lugares, una mezcla de las dos experiencia. Ahora mi hijo que está aprendiendo a hablar está a punto de descubrir que su padre es medio extranjero, está a punto de saber que nací muy lejos, que a mí me enseñaron a nombrar las cosas con otro acento y yo voy a tener que pararme como semi extranjero frente a mi hijo y entonces otra vez estoy con la crisis que tuve cuando fui a la escuela en España. Mis dos hablas son genuinas, sinceramente no sé cómo hablarle a mi hijo en términos de idioma. Y esa es una duda que hace treinta años no tenía. No me imaginaba que mi hijo aparte de maravillarme, enamorarme, extenuarme y y revelarme un montón de cosas, me iba regresar a la puta casilla de partida donde los conflictos más importantes de mi vida vuelven a estar sin resolver. De todo esto habla el libro.
Con información de Télam