(Por Claudia Lorenzón) Con relatos que transitan la ficción y el centro de lo autobiográfico, Pedro Almodóvar aborda en "El último sueño" un corpus de cuentos enhebrados por su pasión hacia la literatura y el cine, donde la sexualidad, los vínculos amorosos, las mujeres que admiró y el recuerdo cálido de su madre se ubican en el núcleo de la escena narrativa.
"Yo me sabía escritor desde niño, siempre escribí. Si algo tenía claro era mi vocación literaria, y si de algo no estoy seguro es de mis logros. Hay dos relatos en los que hablo de mi afición por la literatura y por la escritura ("Vida y muerte de Miguel" -escrito en algunas tardes de 1967 a 1970- y "Una mala novela", escrita ese mismo año)", dice Almodóvar en la introducción del libro, editado por Reservoir Books, donde se hace evidente que la literatura nutrió constantemente su vida y su trabajo como cineasta.
Nacido en 1949 en el pueblo rural Calzada de Calatrava, el autor abordó la lectura para evitar el tedio, con obras como "Buenos días tristeza", de Francoise Sagan, "El lobo estepario", de Hermann Hesse; libros de aventura de Scott Fitzgerald, "El guardián entre el centeno", de J.D. Salinger; novelas cortas de Henry James, a las que el autor considera "faro y referencia" de su formación lectora llegaron a sus manos, así como Cortázar, Carlos Fuentes, José Donoso, Virginia Woolf y Bolaño.
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Además de lector, desde pequeño fue un gran fabulador, un rasgo heredado de su madre. "Cuéntanos la última película que has visto, me decían y yo la inventaba. Tenía 10 años", dijo el autor cuando presentó su libro en España, donde revela que durante el internado escolar leía para todos los niños historias escalofriantes sobre la vida de los santos mientras hacían una fila para ir a dormir, en clara alusión también a lo que dejó en su vida la educación católica a la que asistió.
La lectura como evasión y refugio también formó parte de los días en que hizo el servicio militar. Le produjo "tal horror la vida marcial" que se llamó a silencio y se compró los siete tomos de "En busca del tiempo perdido", de Marcel Proust, y los leyó en el tiempo que duró la milicia.
Algunos de los cuentos que hoy se publican, escritos a los 20 años en el patio de su casa al lado de un conejo desollado colgando de un gancho, tienen como protagonistas a una pareja gay donde un actor y un director comparten la vida y la actuación; el que le da nombre al libro evoca el primer día de Almodóvar sin su madre; "La ceremonia del espejo" aborda la historia de un conde que hace estragos en un convento de sacerdotes, con escenas que recuerdan la película de "La ley del deseo"; mientras que en "La redención" el autor toma la historia de Jesucristo y la convierte en un romance queer.
La locura, las afecciones psíquicas y el descontrol en las mujeres también aparecen en relatos como "Amarga navidad" o en la historia de la infanta Juana, vulgarmente llamada La loca, que el autor conecta con el cuento de "La bella durmiente".
En "Demasiados cambios de género" un actor y un director gays se proponen adaptar para el cine "La voz humana" de Jean Cocteau. Piensan en hacer una película con protagonistas varones como pareja central del conflicto. En el transcurso del diálogo que se genera entre ellos para determinar qué tipo de obra quieren hacer se produce un cruce sobre el amor entre dos hombres donde aparece la idea de la bisexualidad para esa pareja.
"Un hombre que no es gay pero que siente una loca pasión por otro, que tampoco es gay. Esta circunstancia no les impide hacer vida marital durante años", dice uno de los personajes y el otro agrega: "la bisexualidad es la gran olvidada de la revolución sexual".
Así como en las películas "Que he hecho yo para merecer esto", "Dolor y gloria", "Mujeres al borde de un ataque de nervios" o "Todo sobre mi madre", Almodóvar firma con su nombre completo en honor a "doña Paquita", que siempre le pidió que usara el apellido Almodóvar Caballero para incorporarla a su estirpe.
El relato se inicia con la muerte de la madre: "Yo aprendí mucho de mi madre, sin que ella ni yo nos diéramos cuenta. Aprendí algo esencial para mi trabajo, la diferencia entre ficción y realidad, y cómo la realidad necesita ser completada con la ficción para hacer la vida más fácil".
En esta obra, donde también cuenta que el barrio en el que vivían era muy pobre, con calles sin luz y de tierra, su madre eligió como ocupación para ayudar en la economía hogareña la lectura de cartas familiares de sus vecinas analfabetas.
"Como complemento al salario de mi padre, mi madre empezó con el negocio de la lectura y escritura de cartas, como en Gran Central de Brasil. Yo tenía ocho años, normalmente era yo quien escribía las cartas, y ella quien leía las que nuestros vecinos recibían. En más de una ocasión, o me fijaba en el texto que mi madre leía y descubría con estupor que no correspondía exactamente con lo escrito en el papel: mi madre se inventaba parte de lo que leía. Las vecinas no lo sabían, porque lo inventado siempre era una prolongación de sus vidas y quedaban encantadas después de la lectura", se lee en el relato.
El dolor y el miedo a la soledad aparecen en "Memoria de un día vacío", donde evoca el vacío que le genera la atmósfera de un jueves santo y recuerda la figura de Andy Warhol, a partir de la serie de Ryan Murphy, sobre los diarios del artista. Un relato en el que se cuela la guerra entre Rusia y Ucrania, sin tregua ni siquiera en Semana Santa.
En "Juana, la bella demente" recupera la figura de la infanta Juana, hija de Isabel la católica. Llamada "La loca", fue reina de Castilla de 1504 a 1555, y de Aragón y Navarra, desde 1516 hasta 1555. Desde 1506 no ejerció ningún poder efectivo y a partir de 1509 vivió encerrada en Tordesillas, primero por orden de su padre, Fernando el Católico, y después por orden de su hijo, el rey Carlos I.
En ese escrito Almodóvar resignifica el cuento de "La Bella Durmiente" para recuperar la historia de Juana la loca -quien se aferra al cadáver de su esposo Felipe El Hermoso, con quien tuvo seis hijos- y recrea las internas palaciegas que la mantuvieron al borde del reinado.
Hacia el final, en el texto "Una mala novela", con estructura de ensayo, se expresa sobre el oficio del escritor y el guionista, donde destaca un consejo de Emmanuel Carrère, presente en su novela "Yoga", extraído del libro "Paseos con Robert Walser", de Carl Seelig.
Es un consejo para escritores impacientes: "Tome unas hojas de papel y durante tres días seguidos escriba, sin desnaturalizarlo y sin hipocresía, todo lo que se le pase por la cabeza. Escriba lo que piensa de sí mismo, de sus mujeres, de la guerra turca, de Goethe, del crimen de Fonk, del Juicio Final, de sus superiores, y al cabo de tres días se quedará estupefacto al ver cuántos pensamientos nuevos, nunca expresados hasta ahora, han brotado de usted. En eso consiste el arte de convertirse en tres días en un escritor original", evoca.
Con información de Télam