(Por Ana Clara Pérez Cotten).- Con un trabajo de campo que permite dar cuenta del color de las voces, cierta indagación en lo más urgente de las redes sociales y una mirada amplia sobre qué es ser joven hoy, la investigación Dolores, experiencias, salidas. Un reporte de las juventudes durante la pandemia en el AMBA reúne el trabajo de un grupo de investigadores -coordinados por el antropólogo y sociólogo Pablo Semán y por el abogado y dirigente político Fernando Chino Navarro- que explican por qué el daño producido por las dinámicas que tuvieron lugar a partir de 2020 ha sido "inusitado, masivo y profundo".
Los autores definen al libro como el resultado de un triple encuentro. Por un lado, el trabajo de Semán como antropólogo y sociólogo dedicado a observar e investigar a las juventudes desde hace años, la trayectoria de Navarro -quien desde el Movimiento Evita es participante y articulador de la realidad nacional- y un grupo de jóvenes investigadores integrado por Paula Cuestas, Antonella Jaime, Sofía Perez Martirena, Romina Rajoy, Andres Sharpe y Nicolás Welschinger que afrontó el trabajo de campo previo, clave para abordar las situaciones de las juventudes durante la pandemia.
El libro, que indaga en distintos espacios de la vida social para no simplificar ni la identidad ni los procesos en los que intervienen los sub 24, concluye con un balance complejo sobre el escenario pandémico. Es desgraciadamente más negativo de lo que pensábamos que íbamos a encontrar, advierten los integrantes del triple encuentro.
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-Télam: ¿Cuáles fueron los discursos y acciones u omisiones desde el Estado más relevantes para que durante la pandemia la juventud apareciera como privilegiada y peligrosa a la vez? ¿Qué esconde esa antinomia?
-Pablo Semán: Tanto el Estado como la sociedad civil tuvieron problemas para entender la situación de los sectores juveniles, producto de sus propias características históricas, como de la particularidad de un virus que no amenazaba tanto la vida de los jóvenes, pero los ponía en el lugar de agentes de contagio. En esa situación que agravaba la distancia y la opacidad, lo que terminó sucediendo es un proceso de despreocupación por la situación de los jóvenes, ya que no eran las principales víctimas y, al mismo tiempo, de señalamiento de los jóvenes como potenciales agentes de contagio. En ese contexto se inscriben todos los problemas que hubo respecto sobre qué se hacía con la educación desde el Estado y en casi todos los niveles del Estado frente a la situación pandémica. También es un problema que abarcó a instituciones educativas privadas que, aunque reguladas por el Estado, también tuvieron dificultades propias en el mismo sentido.
-T.: En la introducción al trabajo, adelantan que la investigación da cuenta de un daño "inusitado, masivo y profundo". ¿Qué cuestiones del trabajo de campo los sorprendieron más y abonan esta caracterización?
-P.S.: El daño inusitado, masivo y profundo de la pandemia tiene varios niveles que encontramos en el trabajo de campo. El primero es producto de la convivencia forzada, constante, en condiciones muy complicadas por cómo funcionan los hogares, por la estrechez económica, por el miedo, por las muertes que generó la pandemia y por el funcionamiento remoto que tuvieron el Estado (y no solo en lo educativo) y muchas otras instituciones que apuntalaban el funcionamiento de las familias y no sólo a nivel económico. Por todo esto, las estructuras familiares, implotaron: lo que se ve a nivel de salud mental individual como consecuencia de la pandemia, también hay que verlo como problemas relacionales al interior de los hogares, donde todo el mundo se angustió y convivió conflictivamente. E insisto, esto en parte fue agudizado por el retiro y la implosión de ciertos mecanismos externos que ayudaban a las familias.
El segundo plano, hubo un daño muy grande en el mercado laboral, donde por el crecimiento de la desocupación se generaron relaciones muy asimétricas donde las personas jóvenes se vieron obligadas a aceptar contratos laborales muy desventajosos por parte de empresas que tienen empleados para elegir porque hay muchísima demanda de trabajo y necesidad económica. Y esto afectó específicamente a los jóvenes.
- T.: ¿Y qué otras problemáticas asociadas hay?
- P.S.: En el plano educativo las cosas no fueron mejor. Por un lado por las brechas sociales profundizaron brechas educativas porque no todas las familias disponían con la misma facilidad de dispositivos, conectividad, datos y entorno para tomar una clase virtual y por otro lado porque como los comprobamos para el caso de secundarios y universitarios la ausencia de los rituales educativos propios de la presencialidad resiente no solo el aprendizaje (con los profesores, maestros y con los pares) sino que además vacía la identidad y las emociones que sostienen el proyecto educativo. Las excepciones a esta regla son pocas, aunque notables y hablan más de los sujetos extraordinarios que del promedio social. Finalmente, hay un daño político específico que se inscribe en un problema anterior a la pandemia: en Argentina, y en todo occidente el Estado viene siendo cuestionado, porque pide recursos, pero, en la percepción de la gente, no devuelve. Entonces, el Estado se vuelve una entidad ominosa, complicada, pesada. Y la pandemia agudizó eso porque obligó al Estado, necesariamente, a tomar medidas que restringían derechos y, además, perjudicaba la situación económica de las personas para salvarlas de un mal que partes importantes de las propias sociedades en su discusión construyeron como un mal relativo, como un mal intangible. El mejorismo puede ser interpelado por el neoliberalismo más autoritario, pero también podría ser interpelado por gobiernos, o por políticas de otro signo y ahí hay un déficit.
-T.: En varios de los artículos los jóvenes aparecen como sujetos que, aún perjudicados fuertemente en el contexto de la pandemia, producen sentidos, contenidos y riqueza: repartidores de Rappi en medio del aislamiento, contenidos en Tik tok, dinero ganado como programadores. La representación es muy distinta de la que se suele hacer de forma recurrente como "ni ni", que ni trabajan ni estudian. ¿Cómo podrías caracterizar a las juventudes populares que transitaron la pandemia?
-P.S: Los jóvenes hicieron muchas cosas a pesar de que estaban perdiendo mucho. Y me parece importante subrayar toda esa actividad en relación a las necesidades y al desierto que se armó en el período pandémico. Y ahí uno ve incluso creatividad para construir, inventar espacios de obtención de ingresos que están sometidos a esa lógica más general de deterioro de los contratos laborales, salvo excepciones. Pero todo eso ayuda a entender que la categoría ni-ni, que muchas veces se aplica a los jóvenes, no solo no funcionó durante la pandemia, sino que traduce mal la opacidad que se da entre la mirada de los adultos y el mundo de los jóvenes, entre la mirada del Estado y el mundo de las clases populares, donde hay muchísima actividad informal que como no entra en las categorías preestablecidas, aparece como que ahí no hay nada. Y, en realidad, no es que no hay nada, no es que hay ni-ni. Esos jóvenes que ni trabajan ni estudian, a veces se están formando por vías informales y cumplen, y sobre todo en la pandemia, cumplieron roles laborales o familiares importantísimos.
Entonces, es muy importante y eso es algo que encontramos en el trabajo, pero que habría que proyectarlo retrospectivamente sobre la categoría ni-ni, Esto no quiere decir minimizar el hecho de que efectivamente también hay jóvenes que no tienen acceso a ningún tipo de mercado laboral o acceden a mercados laborales ilegales o tampoco pueden acceder a procesos educativos. Pero la categoría ni-ni me parece a mí que es cada vez más una mirada externa a la realidad de los jóvenes y que es casi más un problema que una solución en el análisis y en la política pública y una expresión de adultocentrismo ignorante y ofensiva.
Con información de Télam