(Por Ana Clara Pérez Cotten) Ubicados en el terreno pantanoso pero siempre fértil que separa a la no ficción de la literatura, una serie textos publicados en los últimos tiempos apuntan a recuperar la voz y la memoria de un hermano que ya no está y, de esa forma, ponen en palabras lo zigzagueante de un duelo, abordan lo insoportable de semejante ausencia y trabajan alrededor de una dupla que ya no es tal.
Acá estoy yo hablando todo el rato (Rosa Iceberg) de Catalina Lascano, la novela Ceniza en la boca (Sexto Piso) de la autora mexicana Brenda Navarro y dos libros breves editados por Vinilo -Tan temprano de Florencia Gattari y Parte de la felicidad de Dolores Gil- cuentan cómo la muerte de un hermano genera un trazo indeleble en la biografía y habilitan -en tanto creaciones literarias- a narrar esa pérdida.
Mi mamá también guardó a mi hermano. Desde que murió no se lo mencionó más. Lo único que dejó a la vista fue un portaretrato plateado con su foto, que puso en los living de todas las casas en las que vivimos. Empiezo a escribir, entonces, para registrar una obsesión: encontrar a mi hermano en un papel, en una receta amarillenta de un médico que lo vio hace cuarenta años, en alguna foto que todavía no vi. Busco registros de su existencia en todos los rincones confiesa Catalina Lascano en las primeras páginas de Acá y estoy yo hablando todo el rato.
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La autora, que nació en Buenos Aires en 1980 y estudió periodismo, reconstruye con fotos, cartas o casettes la historia familiar para recuperar la figura de su hermano mayor Pipo, quien murió en los ochenta, cuando la narradora emigró a España con su madre.
Lo hace con dudas y grises y, por eso, el relato crece y se despega de la mera reconstrucción: Me pregunto cuál es el límite de la intimidad del otro, dónde está la línea que separa la propiedad del otro de las pertenencias conjuntas, de los recuerdos compartidos. ¿Tengo derecho a revisar, a apoderarme de piezas del pasado que otro se encargó de retener? ¿Cuáles son las reglas de la privacidad de los objetos? Llego a un acuerdo conmigo misma: todo lo que no esté bajo llave o en habitaciones privadas está librado al azar, a que cualquiera pueda encontrarlo. Todo está escondido y yo soy la única que lo busca.
Pensé el texto siempre como una no-ficción. Me basé en hechos y documentos reales, pero a la hora de componer el relato final me resultó imposible escaparle a la ficción; no hay memoria perfecta y terminé con una buena cuota de manipulación del material original, cuenta Lascano en diálogo con Télam sobre cómo aquellos planes iniciales cambiaron en el camino.
Algo que me facilitó el proceso fue intentar reconstruir el personaje a través de la descripción de objetos y documentos vinculados a él. Sentía que todo era dato, información, y confié en que si podía describir esos objetos minuciosamente alguien del otro lado podría llegar a ver lo mismo que yo, dice sobre su método para contar quién era Pipo.
¿Cómo juega el texto con la idea de memoria familiar? ¿Se puede narrar la ausencia? Lascano sabe que la suya es una versión de lo que pasó, una mirada, pero confía en haber escrito bajo el mandato de su propia obsesión: Por un lado, el texto juega a ser la revelación de la memoria familiar, pero no deja de ser una versión de la historia, un recorte. En mi caso hubo una intención de recuperar la presencia de mi hermano y su historia, de reivindicar su lugar en la familia. Fue la obsesión que impulsó todo el ejercicio.
Diego salta desde el quinto piso y esa imagen no deja de taladrarle la cabeza a su hermana, la narradora de Ceniza en la boca, de la mexicana Brenda Navarro. La novela cuenta la historia de dos hermanos en un hogar en el que la vida nunca fue justa: los años que pasaron en México con sus abuelos, mientras la madre vivía en España, las separaciones y la voz de una protagonista que intuye las razones del suicidio de su hermano aún bajo la imposibilidad de explicarlo.
Cuando una persona se suicida, además de quitarnos la opción de compartir su vida, nos quita un pedazo de verdad. Nunca vas a tener respuesta. No tener respuesta me parece de las peores cosas que le puede pasar a la humanidad. Algo por lo que la sociedad debería moverse es la construcción de las muchas verdades. Porque si no hay grandes culpas y grandes mecanismos de control, reflexiona la autora durante una entrevista en la que intentó explicar el vacío con el que debe lidiar la narradora de la novela.
"Un domingo de septiembre de 1992, el día antes de la primavera, la enredadera que cubría gran parte del jardín de la casa de Cucha Cucha se prendió fuego mientras mi padre hacía un asado. Tenía once años y no sabía nada sobre el dolor. Esa única chispa desencadenó un torbellino trágico, un abismo por donde se escurrió la vida tal como la conocía hasta el momento", reconstruye Dolores Gil en las primeras líneas de Parte de la felicidad que, a pesar de tratar con el dolor como materia primera tras la muerte de su hermana Manuela, esquiva los lugares comunes y los golpes bajos y permite, en cada resquicio, que entre la luz, contó durante una entrevista con Télam en noviembre tras la publicación del libro que ya tiene dos ediciones.
Un año después, Vinilo publicó Tan temprano de Florencia Gattari, psicóloga, autora de libros infantiles y coordinadora de talleres de escritura. Se trata de un libro de autoficción en el que la autora pone a dialogar las preguntas alrededor del suicidio de su hermano Pablo con la complejidad de su maternidad está en el centro de la escena.
Si bien la muerte de mi hermano y el nacimiento de mi hija son hechos que pertenecen indudablemente a mi biografía, lo que creo que hice fue acompañar a mi memoria a unas sensaciones, a unos lugares en los que estaba todo más bien desprolijo. Y la memoria comprime, compone, inventa, borronea: tiene siempre los modos de la ficción, cuenta a Télam, Gattari.
Acepta que para que eso ocurra también hace falta animarse a pensar que la ficción no es la mentira: Y que los puros hechos no son tampoco un texto de no ficción. Porque para que haya relato no alcanzan los hechos, hay que encontrar un modo de contar. En el caso de Tan temprano la materialidad misma de la escritura fue la que habilitó el relato: Este libro se me hizo posible cuando entendí cómo podía ser su estructura, fue un alivio probar capítulos sueltos, sin ambiciones de exhaustividad ni cronología, y sentir que podían funcionar, que en todo caso era un tono lo que hilvanaba las distintas partes.
¿Se puede narrar la ausencia? El texto gira alrededor de unas preguntas imposibles de contestar, acepta la autora, pero en esa suerte de indeterminación también encuentra una posibilidad: A veces rodear es la única forma que tenemos de abordar algo si no queremos dar respuestas precipitadas, rellenar con cualquier cosa lo que no se sabe. No sé qué forma tiene lo que surge de ese rodeo, tal vez es una memoria pero en todo caso más personal que familiar. Tal vez es uno de los modos posibles de contar a Pablo.
Con información de Télam