Como la mayoría de los ídolos, Guillermo Vilas tuvo su comienzo en lo que luego sería su disciplina a una temprana edad. Tan temprana como a los 5 años cuando su padre, José Roque Vilas, le regaló una raqueta Sarina Children con la que el pequeño “Willy” pasó horas peloteando en el frontón durante los fines de semana mientras sus padres jugaban en las canchas del Club Náutico de su nativa, Mar del Plata.
Los logros no tardaron en llegar y gracias a las extensas jornadas de entrenamiento con su profesor, el metódico Felipe Locicero, Guillermo se convirtió en finalista del Campeonato Argentino de Infantiles, campeón Argentino de Menores en dobles y campeón Sudamericano de Menores en dobles. A los dieciocho años ya era el mejor jugador de tenis de la Argentina.
En 1970 debutó en la Copa Davis y abandonó sus estudios de abogacía para dedicarse de lleno a su verdadera pasión. Al poco tiempo comenzarían sus éxitos como jugador profesional. En 1973 derrotó al sueco Björn Borg, que se convertiría en uno de sus grandes rivales -también su amigo para toda la vida-, en el Abierto de la República. Fue en ese 25 de noviembre en el Buenos Aires Lawn Tennis, ubicado en el barrio de Palermo, que realmente nació el prócer del tenis argentino que llegaría a ganar 4 Grand Slams, el Masters de 1974, un total de 62 torneos y un segundo lugar en el ranking mundial que para él y para muchos debería haber sido primero.
Si bien desde hace décadas hay jugadores argentinos ganando algún torneo en el mundo y es usual que miles de personas practiquen el deporte en todo el país, todo eso comenzó con Guillermo Vilas. El ídolo marplatense popularizó el tenis a niveles insospechados y estuvo en los primeros puestos del ranking mundial entre los '70 y los '80. Para cualquier argentino es el número 1 y así debería figurar en las estadísticas de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP). Pero no.
El periodista e historiador Eduardo Puppo sostiene que en 1977 el marplatense tendría que haber sido número 1 y se propuso demostrar que se había cometido lo que él considera como la mayor injusticia del deporte profesional. “Vilas: Serás lo que debas ser o no serás nada”, de Matías Gueilburt (disponible en Netflix), muestra las dificultades de la compleja y extensa investigación en la que se embarca Puppo con la ayuda y aval del mismísimo Guillermo y salda una deuda del cine (y porqué no de la historia) con el ídolo, en donde la figura de Vilas emerge más allá de lo deportivo, desde su deslumbramiento con el rock progresivo hasta su acercamiento a los textos de Krishnamurti, su pasión por vivir la vida a su propio ritmo y su actualidad como un entrañable padre de familia.
Vilas dice que la historia la escribe el tiempo, que el tiempo brinda todo y si bien el tiempo (¿o el sistema?) quizás no le dio ese reconocimiento que tanto desea, sí le dio este merecido homenaje en forma de documental que refleja de manera ajustada y veraz que para el pueblo siempre será el número uno.