Una mirada íntima sobre el universo de la nueva novela de Rodrigo Fresán

24 de febrero, 2024 | 17.39

Rodrigo Fresán en su reciente novela "El estilo de los elementos" ofrece una mirada detallada sobre la relación entre la escritura y la lectura, en la que se revela cómo la escritura se convierte en una forma de lectura de la propia existencia del protagonista, explorando recuerdos de su infancia, su relación con la biblioteca y los libros, y la influencia de su familia en su desarrollo como no-escritor.

Land, el protagonista de la novela, no quiere ser escritor, aspira a ser solo lector. Sin embargo, su vida cambia cuando César X Drill, un exitoso escritor de cómics y figura paterna accidental, lo introduce en la lectura de "Drácula" de Bram Stoker y "Tractatus" de Wittgenstein. A través de la historia de Land, Fresán explora temas como la identidad, la memoria y la dualidad entre el escritor y el lector. La novela, que se desarrolla a través de las grabaciones de Ella, una figura misteriosa del pasado de Land, se convierte en una reflexión profunda y entretenida sobre la escritura y la vida misma.

-T.: ¿Las reflexiones de los personajes y los argumentos que proponen ya los tenías escritos o los fuiste produciendo durante la escritura de la novela?

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-R.F.: Fui escribiendo todo durante la génesis de la novela. Yo hace dos agostos (en 2022) me quedé solo en Barcelona porque mi pareja y mi hijo se fueron a México de vacaciones y las opciones eran convertirme en un idiota netlificado o escribir un libro básicamente sobre ese período en la clandestinidad ilegal lectora en los centros comerciales, incluso comentando los libros que había leído: "El resplandor", "El otoño del patriarca", Carson McCullers, Dashiell Hammett, una cantidad de libros que leí entonces que me marcaron mucho. Pero cuando empecé con eso me di cuenta de que faltaba el antes y el después.

Yo siempre trabajo en grupos de tres partes y faltaba el después. Pero lo que sí había son recurrencias de otros libros, O sea, "Drácula" está en otros libros míos porque eso también está en mi pasado. Y toda la parte enciclopédica es como una especie de guiño a los capítulos de Moby Dick ensayísticos puntuando la acción. Y es terrible porque, claro, ahora me despierto a las tres de la mañana y digo: "¿cómo no me acordé de esto, de mi infancia, de este objeto? Eso es un infinito. De hecho yo sigo escribiendo y sigo anotando. Tengo como nueve páginas más de fragmentitos para intercalar aquí y allá, que tal vez cuando salga en bolsillo o en las traducciones aparecerá eso.

Pero no, generalmente no tengo cosas. Siempre empiezo a trabajar para el libro que voy a escribir y no arrastro cosas.

-T.: ¿Tu padre, como el de Land, también estuvo vinculado al mundo editorial?

- R.F.: Mi padre (Juan Fresán) era como una especie de estrella publicitaria de los años sesenta y setenta, en esa época de la Argentina un poco "Mad Men", donde las agencias de publicidad, básicamente se nutrían de jóvenes, ya sean directores de cine, ilustradores, escritores, pintores. Era una época bastante interesante en ese sentido.

Mi padre además era el diseñador gráfico que hizo un libro con Borges y otro con Cortázar. Por un lado, "BioAutoBiografía de Jorge Luis Borges", que era una descomposición de párrafos de "Historia Universal de la Infamia", sin cambiar una coma, y que resultaba en una biografía de Borges y, por otro, una edición de "Casa tomada", que era un plano de arquitectura de esa vivienda invadida en el cuento.

Mi padre hacía portadas para libros, y en mi casa yo me acuerdo las visitas de Gabriel García Márquez, Paco Urondo, había un constante ir y venir de intelectuales. La de mis padres era una casa con biblioteca, siempre me regalaban libros, me gustaba mucho leer, yo desde que tengo memoria quería ser escritor ya, incluso, antes de aprender a leer y escribir.

Mi padre y sus amigos eran todos iguales entre ellos, creo que eran tan iguales como mis abuelos, por ejemplo, una de las cosas más que aparece en el libro era la frase recurrente de "yo quiero ser tu mejor amigo". Era como una especie de mantra que nos ponía nerviosos a todos "los hijos de…", y después la amenaza de decirles a los hijos: "me voy a suicidar, me voy a suicidar", que no es una cosa para decirle a un chico, creo. Yo por ejemplo a mi hijo nunca le dije: "me quiero suicidar".

T.: ¿Cómo fue tu escolarización?

R.F.: Mi escolarización fue un problema. Yo estaba en séptimo grado en Argentina cuando nos tuvimos que ir del país de un día para el otro, por razones obvias. Entonces llegamos a Caracas, donde no había séptimo grado, sino sexto. Cuando llegué a Venezuela entré en primer año. Entonces en segundo año me expulsaron del colegio, estuve fingiendo ir por dos años. Luego entré a otra colegio y en el tercer volvimos. Y cuando llegamos a Argentina me dijeron: "Usted no tiene el séptimo grado terminado". Entonces sería como una especie de cosa tipo "Catch-22", donde hubo que hacer unos trámites tremendos de legajos que iban y venían a través de los consulados. Porque no estaba nada informatizado, eran todos papeles, con sellos. Y finalmente ese legajo se perdió por completo. Mis padres tampoco pusieron un gran entusiasmo en enmendar esa situación. Y así es como yo para la ley argentina hoy creo que soy semi-analfabeto, que está tipificado así. O sea que sé leer y escribir, pero no tengo la primaria terminada. Yo nunca tuve la idea de ir a la universidad. Lo único que me ha perjudicado esto es que a la hora de optar para becas jugosas siempre llegas empatando con alguien, porque hay buenos escritores en todas partes del mundo. Entonces claro, empiezan a buscar elementos de desempate y el historial académico de cualquiera es superior al mío. Entonces yo ya no me presento más a nada, porque no tiene mucho sentido.

-T.: Tenés un hijo que hace las portadas de tus libros como el abuelo.

-R.F.: Sí, mi hijo Daniel de 17 años hizo las portadas de los últimos cinco libros. No quiere ser diseñador gráfico, ni quiere ser escritor ni nada, pero, evidentemente, ahí hay algún gen de su abuelo, a quien no conoció, pero, evidentemente, hay un gen ahí. No quiero conocer a la reencarnación de mi padre y que de acá a unos años mi hijo que me diga: "yo solo quiero ser tu mejor amigo". Para mí fue una infancia genial. Quiero pensar que no es un libro rencoroso o sufrido, no tiene sed de venganza ni hambre de revancha y nada que se le parezca. Tiene un poco de la estética de las películas de Wes Anderson, que son muy melancólicas, muy tristes, pero también al mismo tiempo muy coloridas.

Con información de Télam

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