(Por Ana Clara Pérez Cotten) De visita en Buenos Aires para participar de la 12º edición del Festival de Literatura Infantil Filbita, el escritor y geólogo español Alex Nogués llevó su especialización en aguas subterráneas y paleontología a la literatura infantil para acercar, abrir y compartir el mundo de la naturaleza con los lectores de todas las edades que se sumergen en sus libros ilustrados.
Autor de quince libros y traducido a quince idiomas, Nogués se convirtió en uno de los referentes de la divulgación infantil y, en los últimos años, sumó a su carrera de geólogo estudios en nutrición. Le interesa abordar el tema de la educación alimentaria pero aún no sabe cómo: "Es un tema complejo. El mundo editorial todavía no ve con buenos ojos algunas cosas. Todos sabemos que es bueno comer verduras y que ´somos lo que comemos´. Pero la cuestión se pone difícil, menos ingenua, cuando interrogamos sobre cómo llegan los alimentos a la mesa o cuando explicamos por qué es necesario disminuir la cantidad de carne que comemos para cuidar el medio ambiente", dice en entrevista con Télam.
"Los niños tienen una mirada muy abierta y curiosa. Es casi la definición de niño. A partir de la adolescencia empezamos a cerrarnos, a ponernos compartimentos para ver el mundo y para adaptarnos a una sociedad que nos reclama productividad. Entonces, ya nada nos sorprende. Y eso es un gran problema", advierte el autor de "Un pelo en la sopa" ilustrado por Guridi, y "Un millón de ostras en lo alto de la montaña" ilustrado por Miren Asiain Lora.
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Nogués, que durante su estancia en Buenos Aires dará talleres de creación literaria y participará en un diálogo con la escritora, bioquímica y comunicadora científica Paula Bombara, conversó con Télam sobre cómo interpelar a las infancias sobre la naturaleza pero también sobre cómo resguardar la curiosidad en los adultos.
- Télam: ¿Cuáles son los laberintos biográficos que te llevaron, como geólogo, a dedicarte a la literatura infantil?
-Alex Nogués: Con los años descubrí que hay mucha gente que de adulto hace un gran cambio vocacional y que son muchos los que en las ramas de las ciencias han terminado escribiendo para niños. Creo que fue una forma de salir de un corset y que, en verdad, siempre hubo en mí un escritor y determinado interés por la literatura. Con mi mujer compartíamos el interés por el libro álbum, que suelen estar etiquetados como libros para niños. Sin duda, la llegada de nuestros hijos cambió todo y me habilitó a volcarme definitivamente a la literatura.
-T.: Hacés esta referencia a las etiquetas y, en general, tus libros se etiquetan como "de divulgación". ¿Qué te interesa transmitir del conocimiento del mundo de la naturaleza?
-A.N.: La naturaleza siempre fue mi motor creativo. Me gusta asombrarme de las pequeñas cosas que están siempre ahí pero que no percibimos hasta que realmente no les prestamos atención. Pero además, soy un ávido lector de libros de divulgación y creo que haber leído mucho sobre el tema terminó impregnando mi forma de contar. Mi interés está en poner la lupa en todo aquello que no nos detenemos a observar. Y esa óptica me lleva a querer transmitir esa mirada, más allá del conocimiento de datos o información. Quiero transmitir la pasión por salir a observar y reivindicar la curiosidad. Es tan importante para mí que me ilusiona despertar eso en otros.
-T.: En 2014 contaste en tu blog los motivos que te habían llevado a escribir cuentos y que el puntapié fue compartir ratos de lectura con tus hijos. Ellos crecieron ¿Cómo cambió esa instancia que compartían?
- A.N.: En aquel momento tenían tres y cinco y ahora tienen once y trece. Ha sido una transición. Al principio les leía, después comencé a escucharlos leer y ahora se han independizado y tienen sus propios gustos y criterios. A mi hijo le cuesta más encontrar una historia que lo enganche, mientras ella devora y quiere ese tipo de libros que tienen un encadenamiento que les permite seguir leyendo sobre el tema mucho tiempo o acompañada con los mismos personajes.
-T.: ¿Te identificás en alguna de esas rutinas?
-A.N.: Como lector soy muy disperso. Hay momentos en los que leo muchísimo y sin pausa y otros en os que arranco muchos libros y los voy dejando por ahí, sin ningún tipo de remordimiento. Y tal vez, leo de a tres o cuatro a la vez. Leo y alterno libros de divulgación, vinculados a la naturaleza o ficción.
-T.: En tus libros hay una articulación muy cuidada entre el texto y la ilustración, se establece una suerte de diálogo y complementación. ¿Cómo es ese trabajo conjunto con el ilustrador?
-A.N.: Son dos tareas totalmente distintas y es un engranaje complejo el que se da. Cuando me pongo a escribir, mi libertad es casi infinita. En cambio, sé que el ilustrador trabaja con un corsé ajeno. Yo trato de dejar ahí un espacio para que el ilustrado pueda hacer suyo el texto y aportar desde la imagen, que se genere una atmósfera de juego. En mi cabeza, mientras escribo, aparecen imágenes pero en un sentido cinematográfico y a veces escribo algunas ideas aclaratorias para dejarle de pie al ilustrador.
-T.: Tus libros son leídos por niños pero también por adultos, por la situación misma de lectura. ¿Son distintas las devoluciones que te hacen?
-A.N.: Los niños tienen una mirada muy abierta y curiosa. Y esa es casi la definición de niño. A partir de la adolescencia empezamos a cerrarnos, a ponernos compartimentos, tabiques, para ver el mundo y para adaptarnos a una sociedad que nos reclama productividad. Tiene que ver con la forma en la que les enseñamos pero también está esa cuestión de que necesitamos convertirnos en piezas útiles y no tan curiosas. Como si hacernos preguntas sobre el mundo entorpeciera el camino, cuando es al revés. Entonces, ya nada nos sorprende. Y eso es un gran problema. Creo que es un gran desafío proteger la curiosidad infantil que tenemos dentro. Entonces, muchas veces escribo no solo pensando en los niños sino también en esa curiosidad de niño que cada adulto tiene, aun cuando está muy tapada. Quiero despertar en ellos la sensación de que el mundo está lleno de cosas que aún no saben, que no conocen, que los interrogan y que vale la pena ir por ellas.
Con información de Télam