Cuando la ficción dialoga con la realidad y alumbra las hendijas de lo incomprensible y el dolor

06 de marzo, 2022 | 14.34

Violencias perpetradas por grupos de varones forman parte de las historias reales que sacuden nuestra región y no sólo en Argentina, verdades de las que se puede nutrir la ficción como en "La manada", que a pesar de esta situada en Colombia cuenta la historia de un ataque en "manada" y no suena ajeno a lo que pasa cotidianamente aquí, o la novela "Las armas" de Belén Zavallo, en donde la historia está marcada por una violación grupal y la impunidad de los violadores.

Son violencias que están ahí, a la mano, o peor a la vista, aunque no dejen de sorprender, enojar y doler y aunque a veces también se tornan noticia cuando toman los medios de comunicación, como ocurrió con el abuso sexual en Palermo, o el asesinato de Fernando Báez Sosa en un boliche de Villa Gesell, cuyos acusados son ocho jóvenes rugbiers. Son violencias como mandatos que comparten la grupalidad como validación y como pacto de silencio para dañar a los otros, violencias que se vuelven a reproducir en un espiral de violencias también institucionales que no dan respuesta.

¿Puede alumbrar la ficción aquello donde la realidad hiere? ¿Cómo leer que prácticas aberrantes vengan atadas a una suerte de validación en grupo que va más allá de los pares e incluye al sistema de justicia o los medios de comunicación reproduciendo desde el lenguaje sentidos revictimizantes?

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En opinión de Zavallo, que además de escritora ejerce la docencia desde hace 16 años, "siempre se es más bravo entre muchos. Eso lo ves entre adolescentes que para un cumpleaños llevan al baño a uno entre todos para pegarle, como cuando bautizan en un deporte, como cuando un varón se recibe o casa y lo atan a un árbol o pasean desnudo. No lo hace uno solo. Son ´los amigos´ y entre ellos se propician la violencia y se validan que así sea. Estas prácticas están naturalizadas como si el rastreo en el tiempo, solo confirmara que siempre fue así y que por eso está bien", dice.

Por su parte, María del Mar Ramón reflexiona tomando como espejo su propia novela, donde la validación entre varones es una práctica que no se cuestiona, está ahí. "En la novela el pacto de silencio que llamamos de una manera tan liviana y abstracta para mi funciona como la narración de un mundo: ellos no se ponen de acuerdo en que se van a callar sino que se ponen de acuerdo en creer una versión en la que lo que le hicieron no es moralmente reprochable", indica.

"Creo que el problema es, precisamente, cómo desarticulamos esas visiones de mundo que se explican y que ellos se construyen desde la grupalidad. Nadie está exento de esas narraciones del mundo, todos necesitamos contarnos una historia y que nuestros pares, determinados por la clase, por el género o por lo intereses socioculturales, la validen y eso conforma parte de nuestra perspectiva del mundo", dice y explica que la diferencia es que "los grupos de varones ponderan unas características que dañan a los demás".

"Me parece -reflexiona por su parte Belén Zavallo- que la perversión, la perversidad, la maldad y el asumir que una mujer también tiene que entenderlo así y subyugarse, es una idea espantosa arraigada a un discurso y prácticas sociales que nos atraviesan sin distinción de clases ni recursos. La cultura de la violación no es clasista. Los violadores no son ignorantes ni enfermos, son violadores porque creen que pueden serlo. Y escribir literatura que muestre con crudeza esto, es una forma de hablar sin moralizar, porque no le corresponde hacerlo. Pero sí tomar la palabra como un arma", concluye.

Con información de Télam