En su obra "El libro de escribir", Gabriela Bejerman reúne las consignas que ofreció a lo largo de los años en talleres literarios en los que reivindica la experiencia personal como disparadora de relatos.
La autora considera en diálogo con Télam que escribir "es hacer nacer de nuevo las vivencias quizá graciosas, quizá traumáticas, como si esculpiéramos, como si amasáramos una arcilla".
- Télam:¿Cómo juega a experiencia personal en el momento de la escritura?
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- Gabriela Bejerman:Aunque en el libro también hay propuestas más experimentales y de escritura colectiva, es verdad que la mayor parte de las consignas tienen que ver con revisar la experiencia y convertirla en un texto literario. Cuando daba talleres me topaba con textos muy torpes que intentaban hacer algo bueno, pero lo único que se notaba era esa intención y su fracaso. En cambio, cuando daba ejercicios puntuales, chiquitos, que pedían simplemente, por ejemplo, contar en párrafo una escena vivida el mismo día, y de una duración máxima de dos minutos, mi interés se acentuaba sorprendentemente. Claro, en lugar de hacer personajes de cartón, había un caudal previo que era la atención prestada a la escena, la cantidad de detalles, el juego de relaciones Empecé a explorar por ese lado porque notaba que la calidad de los textos era mucho mayor.
- T:¿Cómo resultó esa experiencia?
- G.B:En esa búsqueda empezaron a pasar cosas muy fuertes. El relato que nos contaron acerca de nosotres mismes estalló, porque: ¿cuántas maneras hay de contar las cosas? El libro empieza justamente con una consigna que puede cambiar nuestro posicionamiento en el mundo, porque escribir, sin dudas, es una experiencia transformadora. La consigna es narrar tu propio nacimiento. ¿Y si nos diéramos a luz? Algo así es escribir, hacer nacer de nuevo las vivencias quizá graciosas, quizá traumáticas, escribirlas como si esculpiéramos, como si amasáramos una arcilla. La materia es nuestra, se la arrebatamos a la historia familiar, a la historia que nos creímos, y la reinventamos con la libertad de la creación y del deseo.
Más allá del fin terapéutico que esto pueda tener, el horizonte tiene que ser estético. Porque cuando nos preocupamos porque algo quede bien hecho, armonioso, contundente o sutil, con sus terminaciones precisas, ese objeto que entregamos al mundo, transforma. Le hacemos lugar a algo que no existía. Y a la vez que damos, nos damos.
Con información de Télam