Como si Diego Maradona hubiera vivido muchas vidas o como si Diego Maradona hubiera sido muchas personas a la vez, el libro Todo Diego es político (Editorial Síncopa) reúne ensayos de once autoras que analizan desde ópticas diferentes la vida y el legado del mejor futbolista de la historia. El libro, que fue un homenaje en vida a Pelusa publicándose en formato digital para su último cumpleaños, llega ahora a las librerías en formato de papel.
"Como un destino inevitable, Todo Diego es político replica el caos de esa reversión, se excede entre el Verbo y la carne, irrumpe en el banquete de los dioses y baila sobre la mesa al ritmo de la cumbia. Su pulsión celebratoria no tarda en desembocar en un aquelarre maradoniano. Para entrar acá no hay que abandonar la esperanza, alcanza con abandonar las caretas y hundirse en el barro", explica la editorial.
Al comienzo de la obra se destaca algo propio de Maradona: su figura es ineludible y nunca podrá pasar desapercibida. El astro del fútbol despierta los más poderosos amores y también algunos odios que son abordados en la obra. Como explica Bárbara Pistoia hay "un mundo que no pudo más que dejarse conquistar por él, porque incluso el desprecio desmedido, caprichoso, sostenido, irracional y/o sistemático hacia su figura es una forma de apreciación por otros medios, que siempre, como toda fascinación, habla más del que la porta que del depositario".
Las once autoras son Natalia Torres, Águeda Pereyra, Carina González, Javiera Pérez Salerno, Yanina Safirsztein, Florencia García Alegre, Ayelén Zabaleta, Sofía Ferro, Lorena Álvarez, Carolina Sanín y Bárbara Pistoia, editora del libro.
A continuación, tres autoras explican qué sintieron al escribir sobre Maradona:
Fue un ejercicio introspectivo y colectivo
Por Ayelén Zabaleta
“Todo Diego es político” terminó siendo un ejercicio que se sintió muy colectivo, pero también muy introspectivo. Nos permitió pensar a cada una en un Maradona aún más eterno, pero más tangible al mismo tiempo. No fue un intento conceptual ni tuvo el objetivo de categorizar, de marcar límites. Pero sí nos obligó, por lo menos, a decidir qué palabras usar para generar un relato minúsculo de toda la inmensidad que representa.
Y también, sin quererlo y porque cuando se trata de Maradona siempre hay involucrada una fuerza inexplicable que te derrumba el escepticismo, como proyecto llegó en un momento muy particular y muy doloroso para los que lo admiramos, respetamos, queremos. Estuvo tan despojado de pretensiones, de intentos de homenajes, que cada una terminó haciendo el texto más honesto posible. No pretendía ser lo que fue: un duelo racional (porque no tenía la carga del dolor inmenso) pero también emocionado (por el repaso obligado de todo lo que representó y resignificó) de una de las figuras más trascendentales del siglo XX.
Diego siempre fue una escena de escritura
Por Javiera Pérez Salerno
La primera vez que me senté a escribir algo, fue para Diego. La enfermera se lo llevaba del brazo y con él, todas nuestras esperanzas. También fue la primera vez en que me sentí parte de algo más grande, de un dolor colectivo. Tirada en la cama, escribí un poema con el corazón cerrado, que todavía debe estar en algún cajón de mi casa familiar. Quizá por esta escena iniciática es que, para mí, Diego siempre fue una escena de escritura: sus frases, sus plots de ascensos y caídas, sus formas de torcer la narrativa nacional.
La casualidad quiso que el nuestro sea el último escrito sobre el 10 en vida del 10. Esta antología, salida de la imparable cabeza de Bárbara Pistoia, nos colocó en un lugar que a la vez, clausura y abre. Termina una forma de contar a Diego y empieza otra, la de los miles de hilos que ahora quedan para indagar, porque Diego es un discurso siempre abierto. Un discurso que nos lleva a pensarnos, a discutirnos, a perdonarnos, a entendernos y también a, simplemente, disfrutarlo. Eso fue lo que nos propusimos en estos ensayos y eso salió: Un libro en que el Diego está vivo, hablando y haciéndonos hablar para siempre.
Escribir sobre Diego
Por Florencia García Alegre
La propuesta de que seamos 10 mujeres (ahora 11) hablando sobre el chico que nos gusta me cerró por todos lados, de hecho, fue más necesario para cada una de nosotras que para los lectores el hecho de sentarnos a escribir sobre el Pelusa. Bárbara me convoca porque más o menos conocía cómo escribo, pero se encontró con la sorpresa de que me extendí con flores y adornos sobre una de las figuras más importantes no sólo de la Argentina, sino de la Modernidad, diría. La idea era un ensayo, pero me quedó una carta de amor más larga que la Biblia. Ahí estuvo, quizás, el primer desafío, el de darle una impronta completamente distinta a mi escritura, más madura y llevada más desde las ideas que desde las pasiones.
Desde el momento de la propuesta hasta la última hora que teníamos para entregar, intenté ver todas las entrevistas posibles. Básicamente porque yo me enteré de que existía Maradona cuando cayó al Fleni al borde de la muerte. 8 años tenía yo, pero el graph de Crónica bastó para que entendiera apenas la importancia de perder a alguien tan amado por muchos, y también vapuleado. Es ese segundo Maradona sobre el que puse la atención, el chivo expiatorio de los medios masivos y también el de los líderes del mercado. Porque Diego hizo eso, se enfrentó a cualquiera con un único objetivo que fue la justicia. El documental de Kusturica refleja un poco eso, de hecho, en un momento anuncia que "ningún gol llegó al arco sin sed de Justicia" y con eso me quedé.
Individual y colectivamente se guió por esa necesidad sin que nadie se lo pidiera. De eso escribí, no me pregunté si era lo que deseaba y cómo, sino que ese diálogo que Diego tuvo entre la Tierra y el Cielo, motivado por la falta de reconocimiento de sus seguidores como pasó en Nápoles y también con la selección que pensó Bilardo, y con las ganas de subvertir cualquiera de los órdenes establecidos. Atendió a cualquiera, a todos y jamás se mostró dubitativo sino firme, convencido no como el Dios -jamás se manifestó sentirse superior a alguien- porque su humanidad siempre estuvo delante de nuestros ojos, sino como el héroe. Y si hablamos de héroes, el más maradoneano es Prometeo, quien por rebelde y ¿peronista? se plantó frente a los dioses para devolverle a los mortales lo que les habían robado (y también lo que les habían negado). Los del Olimpo, heridos en su vanidad, decidieron encadenarlo eternamente para que recibiera, día tras día, la visita de un águila dispuesto a comerle el hígado. Como Prometeo era un Titán, un semi dios, no moría ante el castigo.
A Diego lo vimos encadenar frente a nuestros ojos y no hicimos nada. ¿Por qué no escribirlo? Si yo a Diego no lo pude ver jugar, no tengo 30 años siquiera. A Diego lo vi en todos los canales porque seguro se estaba mandando alguna. ¿Y cómo no voy a ser cómplice si en lugar de prender fuego todo eso me quedo en silencio? Y dejo que me corran con la tautología: jugador/persona. Para eso está Rial y para eso está Clarín. Diego se murió a los veinte días de que salgamos al mercado editorial con el libro digital y a mí se me rompió el corazón porque sentía que se fue sin un nuevo acto de justicia y con los malos de siempre ensuciándolo en todos lados, como lo hicieron desde el día 1. Hemos cambiado de canal, nacional o internacional da igual, para escuchar otra versión de otro rumor. Hasta en la TV más recóndita del mundo, Diego estaba. Por gloria, muchas veces, eso es un hecho. Pero para poner luz sobre él, sobre el titán no reconocido, muchas veces más. Esencialmente para denunciar su humanidad, lo que todos tenemos de él y detrás de perfiles o palabras elocuentes intentamos ocultar a como dé lugar. Porque también debemos aprender de él bancar la parada, ser quiénes somos adelante de cualquiera y, fundamentalmente, no perder la memoria ni el color. ¿Cómo no quererlo? ¿Cómo no perdonarlo? Si más que ser un Dios, fue un hombre dotado de capacidades celestes y con una garganta más feroz que la de cualquiera.
Diego Armando Maradona necesita una nueva lectura que sea lejos de cualquier posición conservadora, nefasta, hipócrita. Todos somos un poco como Diego, todos intentamos embocar un gol diario por nosotros mismos, para que pese menos la vida. Diego creaba un gol con los botines desatados o se lo armaba a un compañero cada fecha y a Diego le pesó demasiado la vida y la pagó con creces desde que aprendió a caminar en una villa miseria y tanto las carencias, como la bronca, se convirtieron en su combustible para ejecutar en cualquier acción un acto de justicia.