Las tretas del débil: vieja infancia

25 de noviembre, 2023 | 17.31

En los niños que protagonizan la primera parte del libro "Avidez", reciente publicación de Lina Meruane, la inocencia aparece como producto de la falta de experiencia, pero sus acciones pueden estar teñidas de malicia o de perfidia, adjetivos que no cuajan con el discurso social sobre la infancia: sobre esto y sobre una presunta sinonimia, simbólica, entre los términos "infancia", "incapacidad" y "víctima" habla la autora.

"He pensado siempre en el lugar de la infancia como un lugar complejo, atravesado por pulsiones, deseos, necesidades y también sobrevivencia", le dice a Télam la autora. "Qué tal si uno se deja pensar a ese protagonista infantil del relato como alguien que mira activamente y cuya mirada significa hacerse responsable de estar ahí y reflexionar sobre estar ahí, incluso después, para hacerse cargo de aquello que sucedió", propone.

-T: ¿Qué pasa con nuestras infancias, entonces?

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-L. M.: Hay un impulso de nuestras sociedades por infantilizar a los niños, hacerlos completamente dependientes y eso simplifica la subjetividad infantil. He pensado siempre en este lugar de la infancia como un lugar complejo, atravesado por pulsiones, deseos, necesidades y también sobrevivencia. Un libro que me entusiasma especialmente e incluso me influencia es "El gran cuaderno", de Agota Kristof, una saga que empieza con la infancia de estos gemelos, Claus y Lucas, cuya madre en plena Segunda Guerra Mundial los deja con la abuela, una especie de bruja de los cuentos infantiles, pero que son niños sobrevivientes, que se educan y se enseñan mutuamente a leer, a contar y luego a no sentir, se van endureciendo durante la guerra para sobrevivir. Son niños muy pequeños que actúan como adultos en el sentido de que son capaces, Agota Kristof no los incapacita, no son infantilizados, me parece que ahí hay casi una sinonimia. Son niños con capacidad, con subjetividad, con mundo interior, con deseo, con todo eso, que a lo mejor no es la manera en que operarían como adultos, pero que tampoco son una especie de página en blanco, un cuaderno vacío.

-T: Son niños que parecen emancipados o por emanciparse, como si eligieran desde sus humanidades de niños dentro de un canon de civilidad que los Estados sólo le conceden a los adultos.

-L.M: Todo este discurso infantilizador es un constructo social. Los niños y las niñas somos capaces, no estamos inhabilitados para la acción y tampoco estamos inhabilitados para hacernos responsables de una serie de cosas. Hay otro libro que yo acabo de escribir, un librito chiquito, que se llama "Señales de nosotros", y es sobre vivir la infancia en dictadura, un poco como volver a pensar esta idea de si sabíamos o no sabíamos, si éramos o no responsables en la medida del espacio que manejábamos, si éramos o no responsables por aquello que hacíamos o no, qué preguntábamos o no, por como violentábamos o negábamos a los otros. Todo eso que ha sido negado de la infancia, que los niños no tienen ninguna responsabilidad me parece tremendamente falso y peligroso. Muchas narrativas se piensan como la mirada inocente del niño sobre lo que sucede a su alrededor. Pero qué tal si uno se deja pensar a ese protagonista infantil del relato como alguien que mira activamente y cuya mirada significa hacerse responsable de estar ahí y reflexionar sobre estar ahí, incluso después, para hacerse cargo de aquello que sucedió. O sea, no es que se acaba la infancia y pasamos a otro lado, es un continuo.

-T: Los niños, además, están a la intemperie, no cuentan con adultos que se responsabilicen por ellos.

-L.M: Igual que con "Sangre en el ojo", donde la protagonista se queda ciega, lo que más me interesaba mientras escribía estos cuentos es dónde estaba la fortaleza de cada personaje, un poco la idea que aparece en un texto tan importante como "Las tretas del débil", de Josefina Ludmer, que va examinando las figuras femeninas en la literatura -el lugar del desamparo, de la vulnerabilidad, de la persona violentada- y va encontrando las maneras en que los personajes se las arreglan.

Cuando pienso en mis personajes nunca pienso tanto en su vulnerabilidad, sino en cómo se las arreglan, cuáles son sus tretas, cómo salen de ese lugar de vulnerabilidad, por ponerlo de otra manera. Esas tretas me parecen una cuestión que le da un poco la vuelta a la figura de la víctima, que es una figura de la que se habla mucho, hace mucho tiempo, y que le resta a la víctima su lugar de sobreviviente, su lugar de mayor capacidad, de mayor voluntad, sin negar que hay en él o la sobreviviente un lugar de dolor, un lugar de trauma, pero también la capacidad y la posibilidad de salirse de ahí y de no quedar clavado al destino de la víctima eterna. Porque, además, "fue víctima de" está puesto en pasado, pero "la víctima" es una especie de presencia permanente. Hay una identidad víctima y esa identidad víctima trae aparejado al problema de que no hay un verbo en pasado, por eso se repiensa esa figura, también, como la de "sobreviviente de", porque es como que hay un post momento de vulnerabilidad, un hallazgo de una cierta fuerza de vida que acompaña el post de ese trauma o de ese dolor.

Con información de Télam