Antes de que cayera la pandemia, el presente laboral de Luis Luque se dividía entre la adaptación teatral de Si la cosa funciona, basada en la comedia de Woody Allen, que lo tenía como protagonista y el estreno de Bigli (su nueva película que por las restricciones aún no pudo estrenarse en salas porteñas). "Amaba mucho esa obra y permitía que cada noche aprendiera algo nuevo. Soy un tipo muy inquieto, al teatro siempre iba cuatro horas antes porque hacía una serie de ejercicios en el camarín, bailaba unos temas y desarrollaba mi método de concentración, abriéndome a la imaginación y los movimientos con las manos", contó el actor a El Destape, en una reflexiva charla en la que habló sobre la creatividad del artista y su vida.
- ¿Qué tipo de música escuchabas?
Peter Gabriel, The Doors, David Lebón. Temas que son muy interesantes porque se relacionan con la meditación, la base para concentrarse. Bailo una canción de Gabriel fantástica en la que se escucha un palo de agua. Me permite jugar, saltar, parecer un loco. Eso hace que se vayan abriendo los canales de la creatividad.
- Siendo tan activo e inquieto, ¿te afectó la cuarentena?
Cuando terminó la última función que hicimos de Si la cosa funciona el clima ya estaba enrarecido. Salí del teatro, le di un abrazo a Daniel Comba –gran productor de teatro que falleció- fui a casa y no salí más. Durante este período hice más de cien intervenciones en botellas como esculturas, escribí, pinté, arreglamos la casa con Silvia (Kutika, su esposa), hablamos de nuestros problemas de tantos años de convivencia y de la rutina. Reaccionamos de forma activa. Eso no significó que no tuviese bajones y días de mucho miedo, como cuando salí el primer día después de 9 meses y cuatro semanas y media adentro. Fue todo un proceso.
Encima, después, me cazó el bicho y dormí como 15 días. Una locura. Aprendí a amigarme con lo finito, el riesgo y los extremos de la vida, porque uno no es inmortal. Vengo laburando hace un par de años esto de lo finito.
- ¿Cómo sería?
Por ejemplo, no tener hijos pero criar al hijo de Silvia. O ganar guita pero que no te mueva la guita. Me podés decir que voy a ganar mucha plata pero no me importa, se lo paso a Silvia.
- Sos un tipo pasional
Totalmente. Y me lastimo cuando estoy en un lugar en el que me aburro. Lo aviso siempre de antemano porque empiezo a hacerme daño.
- De pasiones, excesos y adicciones habla Bigli, tu nueva película que próximamente se estrenará en Buenos Aires. ¿Pasaste situaciones límite que te ayudaran a componer al personaje?
Siempre construyo a mis personajes en base a la experiencia en la calle y la vida. Con las adicciones aprendí y crecí. Son un acto de fe, es lo que elegí tener como forma de salvación y de que las cosas no duelan. Eso no quiere decir que sean buenas, aunque también no sé si tampoco la religión es tan buena. Me parece mucho mejor creer en uno, que es único, que no en Dios que no es único, ¿entendés? Ahora, simplemente trato de tocar con mi banda cada día un poco mejor y mejorar diariamente. Me encantaría llegar al punto máximo que puede tener una persona: una revelación.
Hice cagadas. Y Bigli es una película sobre un tipo que se manda cagadas. Es un personaje sumamente oscuro que pierde el miedo cuando se enamora y trata de buscar su propósito en la vida.
- ¿No te da vértigo repasar ciertos momentos límites de tu vida para tratar de entender al personaje?
Es muy vertiginoso. Recuerdo que después de hacer unos capítulos de Mujeres asesinas entré en un estado de tristeza y desolación horroroso. No sé cómo explicarlo. Me meto de lleno en los personajes.
- ¿Por medio de estos personajes canalizás la oscuridad propia del ser humano?
Absolutamente. El gran tema es que hay que tener la valentía para tener esa inquietud. Por lo general, los quiero a los chiflados y llenos de contradicciones que me han dado para interpretar. Es más, a veces les he pedido a los productores que no me maten en las ficciones. Además, los villanos tienen esa cosa corporal que te permite hasta danzar con la esencia macabra de los personaje. Y a mí me encanta bailar.
- ¿Qué lugar ocupa la música en tu vida?
El primero. Mi vida está atravesada por la música. Mi vieja cantaba, era docente. Una mujer muy hermosa. Mamá se encerraba los domingos y yo la espiaba por los agujeros de las bisagras: cantaba y bailaba con las óperas. Aprendió a hablar italiano y alemán con la ópera. En los momentos de abismo me iba a cualquier hora y la veía muy poco. Pero siempre estuvo ahí para mí. A mi viejo -en cambio- no lo conocí.
- ¿Tu mamá llegó a verte en cine, teatro o televisión?
En todos estos años me vio solamente en el ’83, en una obra sobre las Islas Malvinas. Y desde ahí nunca más.
- ¿Por?
Ella era muy linda y estaba muy gorda, dejada. Su vida nunca fue fácil. Y si bien nunca me lo dijo me animaría a decirte que no quería que la vean. Se escondía.
- Con Silvia Kutika forman una de las parejas más estables del ambiente artístico, ¿tienen alguna fórmula para la felicidad plena?
Saber que somos dos naranjas distintas que se eligen todos los días. Amarnos y acompañarnos de manera incondicional, escapando de cualquier vínculo tóxico. Con Silvia compartimos muchas cosas en común. Nos gusta vernos bien el uno al otro. Compartimos muchas ceremonias íntimas y eso es fundamental para que seamos felices. No sé qué sentido tendría mi vida sin ella.
- ¿Qué es lo que más lindo que comparten?
El humor. Nos cagamos de risa tantas veces intercambiando miradas cómplices. A través del humor se puede conocer mucho a una persona y la verdad es que reírse es genial.