“Probablemente, la humanidad empezó cantando y no hablando. Entonces, hay en ese fenómeno humano un instrumento que es muy conmovedor”, dijo Lucrecia Martel el día del estreno de Terminal Norte, su nuevo documental, durante una charla con la plataforma Contar en el Centro Cultural Kirchner (CCK).
Lucrecia nació en Salta y por la pandemia del coronavirus volvió a su tierra natal. Ahí, pasó los días al lado de la artista musical Julieta Laso. Desde su lado de observadora, Martel, que creció rodeada de músicos y tertulias, registró con su cámara todo el universo que rodeaba a Julieta: ese lenguaje secreto de la música, entre los paisajes verdes y la presencia de otras mujeres artistas del Norte del país: Lorena Carpanchay, la primera coplera trans de su zona, Mariana Carrizo, la trapera B Yami y Las Whisky, dúo de mujeres.
A ese mundo nos transporta Lucrecia Martel con Terminal Norte, que fue posible gracias a que a Julieta le cancelaron los shows que tenía previstos para hacer. “En el año en que asoló la peste, una cantora del Río de la Plata se refugió en el Norte del país. Tenía que preparar un gran show. Pero fue cancelado”, dicen los subtítulos al comienzo del mediometraje.
Terminal Norte nos deja espiar ese universo de las tertulias que se forman en el Norte argentino, específicamente, en las de esta comunidad de mujeres, que con sus voces y sonidos invitan al espectador a una atmósfera de fiesta, de disfrute. “Quizás el componente atractivo de este pequeño programa es que la tertulia es un privilegio de la existencia que lo tomamos o no lo tomamos. No hace falta nada muy particular”, dijo Lucrecia.
“Hay un concepto que para mí es clave y es que una fiesta nunca es mejor con plata. Podés invertir 300 mil o 50 o 20, y la inversión del dinero no asegura que la fiesta vaya a ser mejor. Y una fiesta, para que sea buena y funcione, solamente es posible cuando no hay nadie trabajando, cuando están todos de fiesta”, agregó Martel, y después se interrumpió a sí misma cuando se dio cuenta de que había citado una frase de una publicidad muy conocida. “Digo esto porque siempre parece que las cosas buenas cuestan caro y las mejores, como bien dice una propaganda…”.
Aunque Lucrecia nunca se inclinó por la música y encontró su lugar en el cine, siempre estuvo muy presente en la intimidad de su hogar. “En nuestra casa es muy frecuente que aparezcan en la noche músicos y cantantes, gente muy increíble. Y en la post tertulia, siempre con Juli decíamos: ‘Qué honor conocer a estas personas’ y queríamos compartirlo con más gente”, agregó.
“Toda mi vida, la música fue algo lejano para mí. No tengo cultura musical, no tengo habilidades para la música, entonces siempre lo vi como desde la vereda de enfrente, con mucha envidia, sobre todo. Con sentimientos muy bajos”, reveló, y cuando las risas del público se calmaron, pudo seguir: “Por la convivencia con Juli empecé a poder ver el fenómeno en toda su complejidad, no solo como espectadora. No sé si será así con todos los músicos y todas las cantantes, pero el fenómeno me resultó muy apasionante. Más allá de la pasión, apasionante el fenómeno de la persona que canta y se desespera por cantar. Eso, acompañado de las amigas que tengo, como Mariana Carrizo, como B Yami, como Lorena Carpanchay, hizo que yo muy fácilmente deseara toda esa diversidad y poder estar yo ahí, filmando”.
Se podría decir que Terminal Norte se sostiene bajo una premisa: hacer arte y poder compartirlo con otros. Una de las artistas de este grupo que más conmovieron a Lucrecia fue Mariana. “Es una de las personas que, no porque sea su intención ni porque me lo dijera verbalmente, pero por su forma, por su sonido, me sana. Entonces cuando sentís querés que lo conozcan todos, por lo menos poder filmarlo es un privilegio”. Martel lo describió como “un programa muy humilde”, no solo porque dura 36 minutos y porque fue filmado a metros del jardín de su casa, sino porque no fue creado con las intenciones pretenciosas que la industria del cine exigiría. “Lo hicimos en cuatro días de rodaje y no con la tecnología de cine, así que no sé cómo será verlo, pero con mucho amor por parte de todos”, destacó.
Hay una creencia muy propia de la modernidad y del porteñocentrismo de que las coplas populares hoy en día son algo ya casi muerto, inerte. Sobre esto, Lucrecia Martel, que suele hablar sobre crear cine desde el sonido y no desde lo visual, otra regla impuesta por el mundo moderno Occidental, opina que la música puede decir muchas cosas sin necesidad de usar palabras. “La letra de la música en las canciones es lo mismo que el argumento en las películas: es un detalle, no irrelevante, pero es como la espuma del mar. Debajo de la espuma está toda la complejidad”, expresó.
“Por ejemplo, en la copla que acá van a escuchar que canta Lorena, no es el contenido exacto de la copla lo que te produce algo, sino la combinación de ese cuerpo con ese sonido. Ya con solamente eso, si no supiéramos el idioma, uno llegaría a la misma emoción que si entendiera la letra”. A modo de analogía entre la música, la actuación y el cine, explicó que todo pasa por el cuerpo: “Hay un fenómeno en el cuerpo que suena, que por supuesto también en los actores cuando actúan, que para mí está vinculado a la locación, al set. Porque el sonido de alguna manera explica el espacio sin la razón. Ese mundo indígena no es del pasado, es el presente y es un presente que se transforma".
"Por eso, este prejuicio de qué representa la música ‘del interior’ respecto del pensamiento, como manifestación, esa forma de ver un poco enajenada, es un desprecio absoluto por nosotros mismos”. Terminal Norte refleja eso: que la experiencia humana se sostiene sobre los vínculos con otros, que las comunidades indígenas siguen vivas y dinámicas y que un cuerpo sonoro es suficiente para poder acercarnos a otros mundos posibles.