En 2013, Pablo Murúa, hijo del actor y director de cine argentino Lautaro Murúa, murió. Y con él murieron todas las posibilidades de recomponer un vínculo destruido con Gonzalo, uno de sus hijos y el director del documental Las voces de Pablo, un sensible trabajo de arqueología familiar para tratar de comprender las heridas de un hombre ausente, que no estuvo para sus hijos y que acarreó una serie de demonios personales que lo llevaron a la muerte. “Si tuviera que marcar un episodio que significó el principio de la caída en desgracia de papá en sus últimos años pienso en un accidente que tuvo, en el que le pegaron con un arma en la nuca y por el que estuvo 40 días en coma. Parecía que se moría. Cuando volvió de ese episodio hubo un tiempo que estuvo mejor y mi abuela lo había internado en un lugar para la rehabilitación de alcohólicos y adictos a las drogas”, rememoró Gonzalo sobre la difícil historia de vida de su padre, sujeto de estudio de su película, en diálogo con El Destape, expectante por el impacto que pueda tener la producción que reconstruye recuerdos propios y ajenos.
¿Por qué decidiste hacer un documental sobre Pablo, tu papá ausente, y revisitar una historia familiar dolorosa?
- Porque necesitaba expresar lo que sentía sobre él a través del cine y tratar de sanar las heridas de un padre que, sobre todo en sus últimos años, fue totalmente un desconocido para mí. Quería acercarme a esa figura de la que poco sabía y de la que muchas personas tenían recuerdos con otras versiones que no pude conocer. Si bien algo me enteré por los relatos de mi mamá y mi abuela, nunca había abierto esa dimensión con otras personas de la familia, de gente que pensaba que no tenía onda con papá y que lo rechazaban, y todo lo contrario. Con la peli me di cuenta que hubo muchos que amaron a Pablo Murúa y no podían relacionar la figura que yo viví como papá de la que ellos conocieron.
Fue fuerte enterarme de todas esas cuestiones y reconectar con mis raíces a partir de los testimonios de las entrevistas para conocer a mi papá como persona y artista, que es un aspecto que me encantó explorar ya que siento que él tuvo una imposibilidad de desarrollar su obra en cine por un montón de complicaciones emocionales que se acrecentaron luego de su exilio a España.
La relación de tu papá con tu abuelo, el actor Lautaro Murúa, también era muy compleja…
- Sí. Y las consecuencias de esas fisuras las viví con papá. El tema de mi sexualidad, por ejemplo, nunca pude hablarlo con él porque sentía que había un muro enorme de mandatos inquebrantables. Hoy creo que papá siempre lo supo, pero es algo que nunca se pudo tratar… un poco debido a que la imagen que se tenía de Lautaro Murúa, su padre y mi abuelo, era la de un macho alfa admirado y eso fue lo que recibió en su formación.
Hubo episodios muy curiosos en la relación de Pablo y Lautaro como el rodaje de Cuarteles de invierno, una película con guion de papá y dirección de Lautaro, que significó la única vez que trabajaron juntos en cine. Me interesaba conseguir los rollos de la película para volver a verla, fui a pedirla al INCAA pero no la conseguí porque no pude dar con el productor, que está fallecido, así que terminé encontrando las latas ¡en Mercado Libre! El hombre que las tenía estaba vinculado a la editorial de mi familia, Losada, así que pude hacerme de ella y pudo ser restaurada gracias al trabajo del Museo del Cine.
En concreto, ¿cuántos años viviste con tu papá presente en tu vida?
- Mamá y papá se separaron a mis 2 años y cada uno siguió su vida en casas separadas, eso siempre estuvo naturalizado. También estaba mi abuela Violeta, que fue una gran persona que me acompañó toda mi vida y era “una representante de papá” cuando él estuvo 5 años afuera, en España: 5 años claves en la infancia. Después, cuando volvió tras el fallecimiento de Lautaro lo poco que me acordaba de él pertenecía a otra persona.
¿Te queda algún recuerdo feliz que hayas vivido con tu papá?
- Sí, tengo algunos. Las risas que compartimos, el humor ácido de papá y la conexión que tuvimos a través del cine. Papá nos introdujo a mi hermana y a mí a películas como Laberinto o Beetlejuice, cine más diferente a lo clásico y estructurado, y también nos leía cuentos de Edgar Allan Poe, porque le encantaba la literatura fantástica, y obras de teatro, en las que cada uno interpretaba un personaje.
A pesar de las desconexiones, el amor por el cine te lo transmitió él…
- Sí, totalmente. Es algo loco porque durante mucho tiempo me alejé mucho del cine, no quería saber nada. Me metí en la UBA a estudiar Derecho Internacional para ser diplomático y me di cuenta que no era lo mío. En ese momento tenía una camarita para filmar cosas diarias, todo el tiempo, y un exnovio que era músico y tuvo la virtud de aconsejarme un día con un “¿por qué no hacés cine?”. Ahí hice la apuesta por estudiar, a pesar de haber visto también la parte tan negativa del cine y de mi viejo intentando insertarse en la industria, que a veces puede ser muy ingrata.
En el nombre del padre
En una parte del documental hacés referencia a las últimas cartas que te mandó tu papá. Me costó muchísimo empatizar con él, te dice cosas muy hirientes…¿Cómo viviste ese momento?
- Fue algo que me costó mucho superar. En ese momento se cortó el vínculo con papá. Esos mails fueron un año antes de su fallecimiento… perdí el contacto con él y además mi abuela había fallecido, ella era un nexo muy fuerte entre los dos, por lo que para mí no había vuelta atrás. Lo leí como lo que era: papá era muy hiriente.
¿Sentís que los cuentos rescatados de tu papá, que leés en la película, daban pistas de las cosas que sucedían en su interior?
- Sí, siento que son una voz muy importante en la película porque pertenecieron a Pablo durante esos años ausentes, donde para mí fue una presencia callada. Sus cuentos los veo como la forma que tuvo de no reprimir la sensibilidad que ocultaba en su vida pública. Papá era un típico heterosexual patriarcal marcado por sus heridas. Él, que en algún momento llegó a sentirse mal por no haber podido seguir la relación con mi mamá, porque para ella no había vuelta atrás después de la violencia. Fueron muchas las heridas que no terminaron de sanar y se cicatrizaron de una forma que quizás no era la correcta.
¿Qué rol tuvo tu mamá en esta situación de resquebrajamiento familiar?
- Ella fue una gran compañía, siempre me entendió mucho. Nunca habló mal de papá, aunque ellos terminaron muy mal y él sí la trataba pésimo. Ella se conectó mucho con la espiritualidad y sanó sus heridas desde ese lugar. De hecho, cuando salí del closet en la adolescencia y le dije que era gay, estuvo siempre presente para mí. Me costaba mucho la situación de decírselo, así que le escribí una carta para contárselo. Después de eso jamás tuve que tapar nada con nadie.
Las voces de Pablo puede verse en el Cine Gaumont (Avenida Rivadavia 1635, CABA) desde el jueves 18 al miércoles 24 de julio a las 20.15 hs, y en Cine.AR Play, del viernes 19 al jueves 25 de julio, online y gratuita.