(por Milena Heinrich) El campo de la literatura infantil y juvenil, tan rico en nuestro país con una potente tradición de nombres emblemáticos, se expande mientras se nutre de nuevas y prolíficas voces, entre ellas Gabriela Burin, Mariana Ruiz Johnson, Yael Frankel, Melina Pogorelsky y Pablo Picyk: escritores e ilustradores que construyen narrativas que miran a las infancias sin condescendencia, con más ganas de desarmarlo todo que de instalar certezas, al vuelo de la imaginación, las preguntas y, sobre todo, la curiosidad.
Si la literatura no tiene por qué tener intenciones, tampoco la dedicada a las infancias, a pesar de que todavía pesan los estigmas que la ubican como un territorio didáctico de moralejas o, en criollo, de bajada de línea. No porque los libros no dejen nada para aprender -al contrario- sino porque quienes los narran no lo hacen proyectando en sus lectores una historia cerradita, al menos no todos.
¿Qué búsquedas les interesan a aquellos que narran con palabras o con imágenes historias orientadas para las más chicas y los más chicos y para las y los adolescentes? ¿Qué sí y qué no en sus libros? Promover lecturas críticas, sacudir el avispero con preguntas, movilizar a los lectores y a las lectoras, pensar en el trabajo con el lenguaje más que en el mensaje y escribir desde las infancias más que para las infancias, son algunas respuestas que dan a Télam cinco autores originales y prolíficos, cuyos libros, muy celebrados, circulan a través de distintas editoriales.
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Yael Frankel, escritora e ilustradora, premiada este año por la Feria del Libro Infantil de Bologna (la mayor cita editorial dedicada a infancias) con el mejor libro de ficción por su obra "Todo lo que pasó antes de que llegaras" (Limonero), es clara en su definición: "Me propongo siempre no infantilizar. Apuntar alto porque es literatura infantil. A mí me interesan los personajes cotidianos, cercanos, creados desde la imaginación, pero lejos de los estereotipos, personajes ricos en lo que puedan traer de verdadero: egoísmo, capricho, impaciencia, desgano, timidez, dulzura todo lo que a cualquier nena/e le pueda resultar posible".
Para Melina Pogorelsky, autora de la saga de "Los Súper Minis" y de libros como "Nada de mascotas" y "Como una película en pausa", cuando escribe la búsqueda está en "sostener una escritura honesta. Creerme lo que estoy escribiendo (y eso no quiere decir que yo piense o haga lo mismo que los narradores o personajes que escribo), sino que el proceso me conmueva, emocione, interpele o divierta".
"Me interesa mucho el humor y también la pregunta -dice-, que el texto continúe su camino y genere una conversación con quien lo lea, tenga la edad que tenga. Me encuentro con lectores adolescentes enojados por el final de 'Como una película en pausa' y con lectores que quizás por primera vez leyeron una novela solos como 'Los Súper Minis' y se quedan pensando si el villano era realmente malo, o cuál será el nombre real del Capitán Trompeta. Eso que pasa ahí, cuando el libro ya no es tuyo, es incontrolable y mágico. Tal vez a ese ratito sea adonde apunto".
Dibujante y pintor, Pablo Picyk publicó varios libros para infancias como ilustrador y autor integral, entre otros "Tierra encantada" (Musarañita), y lo que intenta es "llegar al espíritu niño que hay en todos, sean personas grandes o chicas". Es desde ahí, dice, "desde ese lugar, desde donde más intento crear. No sé qué tipo de literatura es, quizá una que tenga por momentos cierta belleza, ternura, algo juglarezca, natural, creativa, que invita a reír o por lo menos sonreír".
También Mariana Ruiz Johnson, ilustradora e historietista, autora de "Yaci", lo que quiere es "contar historias, crear universos, ofrecerle a las infancias mundos fantasiosos, aventuras, humor y poesía". ¿Cómo? "Creo que en mi caso hay una combinación de un proceso muy mental en el que indago en todas las capas de significación que pueda tener un libro y busco recursos, formas, tomo decisiones. Y también una veta emocional que se filtra en el trabajo y es la orfebrería de aquellas sensaciones que pueda despertar en el lector una imagen, un texto, o la combinación de ambos".
En la confluencia de distintos lenguajes también publica libros Gabriela Burin, entre ellos "Así es mi mamá" (Fondo de Cultura Económica) que cosechó varios reconocimientos. "Con mis libros busco aportar a los lectores otra mirada posible sobre el mundo", apunta y ejemplifica con su última publicación, "La gran bola" (Del Naranjo y Syncretic Press), sobre una familia que cuando se enoja escupe bolas al punto de que terminan todos ellos en una bola gigante: "el lector podría preguntarse acerca de cómo son las familias. ¿Existe una familia normal? ¿Las familias se enojan? ¿Y mi familia? ¿Qué hacemos con ese enojo? ¿Se guarda? ¿Se saca afuera? ¿Explota? Cada uno va a tener su propia respuesta, o ninguna".
Para Burin una mirada crítica sobre la realidad supone mostrar que las cosas "no son de una determinada manera, sino que depende del ángulo en que se las mire. Cuando digo las ´cosas´ me refiero a todo: la familia, la maternidad, la belleza, el amor, la felicidad, la vida misma. No hay una sola manera, no hay una sola verdad". Para lograr eso, la artista toma al humor como eje narrativo de sus historias porque entiende que éste "pone todo patas para arriba" y "guarda una particular relación con los límites, desafía constantemente las reglas establecidas y a la vez nos aporta esta doble mirada sobre las cosas".
Pero ¿en quiénes piensan cuando escriben para infancias? ¿de qué se nutre su campo de observación para la construcción de una voz o una historia orientada a niñas, niños y adolescentes?
Para Burin todo está ahí, en lo que la rodea, en los temas que le interesan y en lo que le pasa: "Me gusta imaginarme el lado B de las cosas. Lo que no está a simple vista, o a lo que nadie más le presta atención. Todo eso me dispara preguntas. Por ejemplo, me puedo preguntar cómo será la vida de ese vecino con boina que veo todas las mañanas pasear a su perro.. ¿Dormirá con la boina puesta? ¿Qué pasaría si un buen día se sacara la boina? Muchas veces alguna de esas preguntas termina convirtiéndose en un libro. Son preguntas que llevan a nuevas preguntas", dice sobre esa intención alejada de cualquier moraleja y más atenta a "encender la chispa de la curiosidad en el lector".
En una línea similar opina Pablo Picyk: "Se nutre de lo que me rodea, de mi vida, de lo que constituye. Son varias fuentes, como el juego, la sorpresa, el humor, la ocurrencia, la picardía. Me interesa la naturaleza, la voz de la tierra. También me inspiran mis hijas, les niñes de los talleres, me hacen entrar en su mundo, en sus formas, en sus miradas. Mi voz soy yo, de alguna manera es el reflejo de lo que soy y lo que quiero contar".
El autor sostiene que la mirada que escribe viene de la forma de ver y hacer, "intento siempre conectar con algo sincero, fresco, mutable, que sea mi forma del momento, que también va variando con el tiempo y el proyecto. También depende el libro, el tema, voy probando y madurando una voz. A veces, sobre todo en lo que ilustro, al principio hago pruebas de estilos, técnicas para visualizar por dónde va mejor eso que quiero contar".
Frenkel, en cambio, se mete en esa niña que fue, que es o que imagina: "No sé cómo, porque cada vez tengo menos memoria, a una nena interna, supongo que la nena que fui yo, pero eso no me queda tan claro (¡ay! detesto la expresión "la niña interior"). Está ahí, a flor de piel, la convoco y viene sin dudar, la tengo muy a mano. Y lo bueno es que llega con todo un bagaje de cosas que necesito cuando escribo o ilustro: la voz, la manera de nombrar las cosas, la inocencia, el humor. Agradezco muchísimo tenerla tan fresca y bien dispuesta".
Algo similar le pasa a Ruiz Johnson que para construir esa voz vuelve a su infancia, al recuerdo que la conmovía o le llamaba la atención. "Tengo una relación estrecha con la niña que fui y la invoco constantemente a la hora de encarar un proyecto. También considero que una ilustradora editorial es, ante todo, una lectora, y cuanto más leo mi relación con la palabra escrita es más fluida y el proceso de ilustrar es más orgánico".
Además, apunta, "estoy muy atenta a los intereses de las infancias contemporáneas, que tienen un vínculo cercano y fresco con la narrativa visual. Hay producciones contemporáneas, sobre todo en animación, que presentan recursos novedosos y una libertad narrativa que me resulta inspiradora y me interesa llevar a los libros".
Para responder a la pregunta sobre el campo de observación, Pogorelsky comparte lo que charla con sus alumnos en talleres: "Creo que todo puede ser observable, atendible y que las historias pueden esconderse en los lugares más impensados. Un olor, un recuerdo, el recorte de una conversación oída al pasar, una lectura, algo que nos preguntamos En mi taller, por ejemplo, a veces salgo con los chicos a la calle, ellos llevan un anotadorcito y escriben todo lo que ven que sienten que les podría servir para una historia".
"Ser escritor -concluye- es un poco vivir en ese estado, con el anotador o sin él. Intento estar atenta y abierta a encontrar un hilo del cual ir tirando, un punto de partida que me genere el deseo de seguir y seguir buscando. Yo, en lo personal, escribo desde un lugar bastante lúdico. Trato de que mis proyectos me diviertan, desafíen o desacomoden".
Con información de Télam