Se cumple un nuevo aniversario del fallecimiento de León Ferrari, uno de los artistas plásticos más destacados de Argentina y un defensor de los derechos humanos que cuestionó el poder de la Iglesia Católica durante la dictadura cívico militar a través de sus obras. Un repaso por la vida y obra de un hombre que habló de política, arte, guerra y sexo por medio de su trabajo.
A lo largo de su vida, Ferrari cosechó el reconocimiento local e internacional, que alcanzó su punto máximo en 2007, cuando fue elegido mejor artista en la Bienal de Arte de Venecia donde se le otorgó el León de Oro, el mayor galardón de una de las bienales más prestigiosas del mundo. En 1996 ilustró el Nunca más, cuando fue reeditado por el diario Página/12 en forma de fascículos, con centenares de testimonios sobre los crímenes perpetrados por las Fuerzas Armadas durante la última dictadura militar.
El artista que enfureció a la Iglesia: un recorrido por sus obras
Ferrari nació un 3 de septiembre de 1920 y era hijo de Susana y Augusto, un artista italiano que había realizado unos frescos en un tempo de Turín y una vez radicado en Argentina, reformó la iglesia de San Miguel donde pintó 120 cuadros y también construyó iglesias en la provincia de Córdoba. “Yo no sé si lo que hago tiene que ver con que mi padre haya construido iglesias”, dijo alguna vez el reconocido artista sobre su progenitor, quien también hizo el claustro de Nueva Pompeya.
A principios de los años 50 viajó a Italia, donde comenzó a hacer esculturas de cerámica y realizó su primera exhibición individual en Milán, y en 1955 regresó a Argentina, mientras que en los años 59 y 60 realizó tallas en madera y estructuras de alambres, primero entrelazados y luego soldados. Una de sus obras más impactantes la realizó en 1965, para el Premio Di Tella: La Civilización Occidental y Cristiana, una escultura que muestra a Cristo Crucificado sobre un avión bombardero estadounidense, que en su momento aludía a la guerra de Vietnam pero que recobra significado a lo largo del tiempo.
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A partir de esa muestra, se limitó a hacer algunas obras políticas presentadas en exposiciones colectivas, como Homenaje a Vietnam (1966), Tucumán arde (1968) y Malvenido Rockefeller (1969), entre otras. En 1976 recopiló un grupo de noticias sobre la represión de la dictadura militar que publicó con el título de Nosotros no sabíamos, frase que una parte de la ciudadanía argentina utilizó frente a las pruebas de la tortura y de los centros de detención.
Ese año, con la instauración de la dictadura se radicó en San Pablo, y durante su estadía allí se enteró de la desaparición de su hijo Ariel, quien había decidido quedarse en Argentina en vez de abandonar el país con el resto del clan Ferrari. En Brasil, retomó las esculturas metálicas y realizó experiencias con diversas técnicas: fotocopia, arte postal, heliografía, microficha, video-texto y libro de artista, entre otros.
A partir de 1985 inició una serie de obras con excrementos de aves y expuso en el MAM de San Pablo una jaula con dos palomas que defecaban sobre una reproducción del Juicio final de Miguel Ángel. Ferrari volvió a vivir en Buenos Aires en 1991, donde continuó con sus críticas al poder de la Iglesia Católica a través de su arte, o haciendo pasteles y dibujos. En 2004, se expuso en el Centro Cultural Recoleta una retrospectiva de su obra que abarcaba 50 años de producción, y que provocó la ira de grupos ultra religiosos, protestas en las puertas del centro, la rotura de obras, la clausura y reapertura de la muestra por decisión de la justicia y uno de los más intensos debates en la historia del arte argentino.