(Por Ana Clara Pérez Cotten) "La literatura, el medio en el que trabajo, está saturado de formas de ver el mundo masculinas y capitalistas. A veces, alguien hace algo distinto pero el todo se mantiene", definió esta noche en el marco de su presentación en Filba la escritora canadiense Rachel Cusk, autora de piezas controversiales como "A contraluz", "El trabajo de una vida" o "Despojos" que exponen el extravío desquiciado que provoca un divorcio y se anticiparon a la genealogía de textos que tematizan hoy el malestar en la maternidad.
Durante una charla que mantuvo con su colega María Sonia Cristoff dentro del intimista segmento de entrevistas que el Filba bautizó como "En primera persona", la autora nacida en Canadá pero con un recorrido literario que tomó forma cuando decidió instalarse en Gran Bretaña, se expidió en torno a cuestiones como el ejercicio de la autoficción o el lenguaje como recurso para contrarrestar el peso de las miradas patriarcales sobre el mundo y explicó por qué cree que el motor del futuro podría estar en las artes visuales, "donde un avance implica un movimiento para todos".
Durante casi una hora, las autoras dialogaron sobre los rincones, la dirección y el propósito de la obra de Cusk (1967), quien tras haber estudiado filología inglesa en la Universidad de Oxford y haber publicado su primera novela, "La salvación de Agnes", a los veintiséis años, edificó una trayectoria exitosa como novelista de comedias negras. Después, dio un giro hacia una escritura que algunos catalogan como autobiográfica, primero con "Despojos" y luego con la trilogía compuesta por "A contraluz", "Tránsito" y "Prestigio", en la que indaga sobre distintas representaciones de la pareja, el divorcio y la maternidad.
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Cristoff comenzó la charla con una referencia irónica a un pasaje de "Prestigio", en el que la narradora se burla de cómo los autores interactúan en los festivales y los congresos de literatura. "Es fácil satirizar a los festivales, pero eso no significa que uno no los extrañe -se rió Cusk-. Esta separación entre nosotras, hablar con la intermediación de una computadora, es finalmente muy extraña. Me pregunto muchas veces en qué terminará", reflexionó sobre el hecho de que su participación en el Filba haya sido virtual.
Después, Cristoff contó que la obra de la autora canadiense llegó a la Argentina editada por Libros del Asteroide, valoró la calidad de la traducción y la consultó sobre cómo lidia con ese aspecto en el caso de sus libros. "El traductor es un órgano más del escritor, o un corazón. Me he hecho amiga de algunos de mis traductores, en honor a esta relación que se genera", asumió la autora y contó que desde hace meses vive en París y se enfrenta con la cuestión del idioma como nunca antes. "Todos los días me veo ante la dificultad de traducirme a mí misma al francés, un idioma que siento que apenas manejo. De alguna forma, reencarné en una niña de tres años. Es hermoso hacer nuevas oraciones y experimentar sonidos, es como reinventarse", confesó.
Para adentrarse en lo más específico de la obra de Cusk e introducir a la audiencia, Cristoff repasó sus últimos títulos y concluyó que, a partir de sus lecturas, entendía que la autora había mantenido una actitud de "escarbar e indagar" ante una pregunta última: ¿Qué es narrar en el siglo XXI?. La escritora canadiense se tomó unos instantes para responder: "Mi proceso de creación tiene poco que ver conmigo o con el deseo que puedo llegar a tener de decir ciertas cosas. La aparición de la falta de autenticidad o la falsedad me motiva a indagar, a ver qué hay ahí".
A los 54 años, la narradora tiene varias vidas literarias y planea seguir reinventándose. Empezó como novelista irónica con comedias negras protagonizadas por mujeres como "La vida campestre", continuó con una serie autobiográfica que la hizo famosa y controversial a partir de "El trabajo de una vida", en el que contó con suma honestidad cómo la maternidad había impactado en su vida. "Para ser madre tengo que dejar el teléfono sin atender, trabajo sin hacer, posponer reuniones. Para ser yo misma tengo que dejar que la bebé llore, prevenir su hambre, abandonarla de noche si quiero salir, debo olvidarla para poder pensar en otras cosas. Tener éxito como madre significa fracasar como individuo", escribía en un tramo que hoy está más a tono con el espíritu confesional de la época pero que hace dos décadas le costó ser objeto de una crítica descarnada en Reino Unido.
Después renovó la autoficción con la trilogía de "A contraluz", "Tránsito" y "Prestigio" en los que logra invisibilizarse como narradora; su presencia es la de una directora de orquesta que le da voz a los otros para que cuenten su historia. "Hay cierta jactancia en aquello de 'investigar para hacer un libro' en que todo responda al poder de la imaginación", contó, durante la charla con Cristoff, para dar cuenta de por qué el material biográfico puede ser un insumo válido para la ficción y con la misma efectividad de cualquier otra invención.
Cusk contó que escribir la trilogía le devolvió la fe en la narrativa: "Mi intención fue devolverle a las personas el impulso nativo por contar historias, que es lo que han hecho siempre. Devolverles su voz. Contar lo que les pasa y hacerlo entretenido para el que los escucha".
"Siempre creí que la única manera de conocer una cosa es experimentarla, que las formas de conocimiento más veraces son personales", escribe la narradora en "Despojos", donde narra la historia de su divorcio, no desde el quiebre o las razones que lo generaron, sino del escenario que se abrió después.
La escritora, a quien se la suele ubicar como referente de la autoficción, aprovechó una consulta de Cristoff sobre la influencia de sus lecturas clásicas en su escritura para desmarcarse de esa categoría. "Siempre quiero ubicarme en una tradición, pero mi trabajo muchas veces no se entiende. Me considero una escritora clásica. A lo largo de los años, me alimenté y dialogué con la literatura y sí, a medida que avancé, me he ido distanciando de los autores con los que crecí. Abandoné mi hogar literario. Ahora, descubro que aprendo más a través del arte y de la música".
En ese momento, la entrevistadora la consultó específicamente sobre si se consideraba una escritora de autoficción. "Yo hice uso del formato clásico de las memorias. Necesitaba encontrar una fórmula que representara mi experiencia sin ser yo necesariamente la que hablara. No me molesta cuando consideran que soy el personaje de Faje o cuando lo asimilan a la autoficción, pero no es exactamente así", sostuvo y eligió hacer una aclaración: "Escribo a partir del material que tengo a mano pero eso no dice nada sobre quién soy realmente".
Cusk contó también que le interesa trabajar el lenguaje para dar cuenta de cierta forma femenina de mirar el mundo. "Siento que el medio en el que trabajo está saturado de formas de ver el mundo masculinas y capitalistas y que eso genera poco movimiento. En la literatura, a veces alguien hace algo distinto pero todo se mantiene. Por ejemplo, si Joyce no cambió nada, nadie podrá hacerlo. En las artes visuales, en cambio, un avance implica un movimiento para todos".
Atenta al estigma de "poco imaginativos" con el que cargan los escritores que trabajan con el material de la realidad para darle forma a la ficción, Cristoff le preguntó a Cusk cuál es para ella el papel de la imaginación y cómo si forma parte de su caja de herramientas como escritora: "La uso para todo el proceso de escritura, pero no una versión inmadura de lo que entendemos por imaginación. Hay una imaginación más parecida a la pornografía, lo que uno se imagina en la cabeza sobre cosas y esa, en cambio, no me interesa tanto".
Con información de Télam