(Por Carlos Daniel Aletto).- La novela Una oportunidad, de Pablo Katchadjian, demuestra que el escritor que en la primera década del siglo generó operaciones intertextuales con clásicos argentinos es un narrador que conoce las reglas del juego, como queda claro en libros como Qué hacer, Gracias, La libertad total o Amado señor y ahora también en esta nueva historia que desde los márgenes de la literatura demuestra el embrujo de la lectura, la magia de entrar en la vida de los personajes para, como declara el autor a Télam, darle una oportunidad a cosas a las que no se les daba una oportunidad.
Esta novela publicada por Blatt & Ríos debería despegar definitivamente a Katchadjian de los acontecimientos extraliterarios en que se vio envuelto. La maquinaria de escritura de este autor tiene tanto sentido interno, dentro del libro, que hablar de su figura fuera de su escritura -como se ha venido haciendo desde el periodismo cultural a partir de algunas controversias que se generaron con sus intervenciones transtextuales sobre obras de autores argentinos- es perderse lo mejor de su literatura. Con Una oportunidad, el escritor nacido en 1977 en la ciudad de Buenos Aires continua esa escritura que reconstruye un pasado huidizo y difuso en sus novelas y sus libros de cuentos El caballo y el gaucho de 2016 y Tres cuentos espirituales de 2019.
En Katchadjian siempre algo se nos escapa (se le escapa también al narrador y a los personajes). Un punto de fuga hacia atrás en un horizonte poco visible. En su más reciente novela, el personaje sufre un embrujo (o eso cree él) e intenta recurrir a tres brujas que tiene anotadas en un papel, como si fuesen erinias o brujas shakesperianas. El viaje del héroe contemporáneo (que incluso al igual que el Tiresias de la mitología griega tiene a su propio adivino, en este caso llamado Ricky) es como un descenso a ese mundo de fantasmas. Una catábasis autorreflexiva donde no queda afuera el mundo de los escritores: algunos son mesiánicos / ven la historia como algo orgánico, pero "otros son más bien místicos/ y rechazan los datos periodísticos/ piensan lo que escriben como algo en sí mismo / y sus libros son como un abismo, escribe el narrador.
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Una oportunidad muestra una literatura reparadora como un buen sueño, como un descanso, un viaje de placer. En sus 239 páginas el lector disfruta de un aire nuevo con una deriva entre la fantasía y los hechos reales, esas geografías a la que los escritores recurren a la hora de escribir buenas historias.
-Télam: Desde tu experiencia y jugando con la idea del protagonista ¿hay algún embrujo, pulsión que provoque la necesidad de escribir ficción?
-Pablo Katchadjian: La idea del libro sería que todo el mundo está embrujado y que todos hacemos cosas para poder lidiar con el embrujo. Escribir sería una opción, una de las que eligió el narrador del libro, que mientras va narrando va entendiendo cuál es su embrujo y de qué manera tiene que escribir para anularlo momentáneamente. El intento el suyo, y el mío también- es lograr una escritura que pueda liberarse del embrujo mientras ocurre, y esto para dos cosas: para no estar embrujado por un rato y para que la escritura no esté embrujada.
-T.: ¿Existe algún proceso de salir a cazar en textos ajenos más veladamente que en tus primeros libros?
-P.K.: Bueno, nunca está la idea de salir a buscar, pero sí la de ser permeable, ponerse de tal manera que las cosas quieran venir. Pasivo y activo al mismo tiempo. Quiero decir que no suelo partir de un referente, pero suelen meterse cosas que leí o vi o escuché. No recuerdo en este qué pasó, porque debe haber de todo, pero por ejemplo hay una frase que dice un personaje que está tomada literalmente de un manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki. También estaba leyendo interrogatorios a escritores durante el régimen de Stalin; eso se metió un poco. Y un par de libros sobre corresponsales de guerra. Y está el epígrafe de John Keats: No puedo ver qué flores hay a mis pies. Releí después de mucho tiempo Oda al ruiseñor cuando estaba corrigiendo la novela y me pareció que ese verso era lo que había pasado mientras escribía.
-T.: ¿Tratás de encontrar desde la ficción algún sentido como el que intenta encontrar el personaje de "Una oportunidad"?
-P.K.: La ficción enrarece el sentido, me parece. Y enrarecer el sentido es un camino hacia un nuevo sentido. Entonces diría que sí, pero de manera diferida. Cuando escribo, y después cuando se publica eso, yo no sé todavía bien qué es lo que hice o qué dice el libro. A veces caigo en el sentido de algo que escribí muchos años después. No porque sea complejo en general los nuevos sentidos son sencillos, como frases de autoayuda- sino porque no lo veía. No sé bien cómo pensar esto. Diría que la escritura entiende las cosas mucho antes que uno. O que uno entiende más cosas de las que cree entender, pero sólo las puede decir cuando no sabe bien qué está diciendo.
-T.: ¿Con que nociones de brujería trabajaste en esta novela?
-P.K.: No, con ninguna. Con fantasías sobre la brujería. No suelo investigar, al menos no con seriedad, me aburre y me endurece los dedos. Eso me pasa a mí, no digo está mal investigar. Pero leo sobre muchas cosas, y ya había leído algunos libros sobre el tema. De todos modos no sistematicé nada antes de empezar ni me propuse trabajar con alguna noción en particular.
-T.: El mundo femenino (incluso el brujo antes fue mujer) puede desembrujar con sus brujerías al hombre? Es magia blanca? ¿Cómo entran acá las brujas condenadas en el medioevo por la Iglesia?
-P.K.: Yo partí de una escena en la que estaba: una amiga astróloga me había pasado el teléfono de tres brujas con las indicaciones que aparecen en el libro. Y yo no sabía a cuál llamar. Entonces, en lugar de llamar escribí el libro para desembrujarme de no poder elegir una e, idealmente, oficiar de brujo yo mismo. Hay brujos hombres, también, en el libro, y que el protagonista sea hombre tiene que ver con la escena inicial. ¿Cómo entran las brujas condenadas? Apenas uno dice bruja aparece esa imagen de las brujas condenadas, no sólo ahora sino desde que recuerdo: la palabra bruja incluye a las brujas quemadas, por eso es tan potente. Bueno, no sólo por eso sino porque tienen un tipo de conocimiento que no se puede explicar cómo solemos explicar las cosas. Claramente en el libro hay una valoración del tipo de saber que pueden tener los brujos y brujas, no es un chiste por más que por momentos pueda ser un poco gracioso. A veces uno se ríe y piensa: ah, esto es un chiste. Y si llora piensa: oh, un drama. Pero muchas veces el gran drama es una tontería y el chiste un drama.
-T.: ¿Cuáles son para vos los límites de la literatura? ¿Dónde empieza y dónde termina la fantasía, un tema que tratás en tu novela?
-P.K.: Siempre trato de hacer algo que no podía hacer. Es un punto de partida raro, porque si lo pudiste hacer entonces lo podías hacer... Así que, si esto es verdad, tendría que decir: siempre trato de hacer algo que no me termina de salir. A mí me gusta lo que dice (Viktor) Shklovski sobre el tema: el arte, yendo hacia adelante, expande el derecho a la vida, a vivir y sentir de una manera que no tenía lugar. No recuerdo ahora si dice adelante, no me gusta la palabra, pero podemos tomarla como metáfora. De modo que adelante no habría un límite, el límite estaría atrás: en hacer lo que ya está hecho, lo que es pura repetición que no expande ni produce sentido. Claro que podés expandir repitiendo, pero eso es otra cosa.
-T.: ¿Cada nueva novela es una oportunidad para qué?
-P.K.: Una oportunidad para darle una oportunidad a darle una oportunidad, etc. A darle una oportunidad a cosas a las que no se les daba una oportunidad. En agradecimiento, esas cosas te dan una oportunidad a vos. O al revés: una oportunidad para que las cosas te den una oportunidad a vos. Serían las dos cosas al mismo tiempo: cuando das la oportunidad te la están dando a vos. Y si eso, la circulación de oportunidades sale bien, bueno, puede pasar algo. Algo inesperado, al menos, que rompa el círculo anterior.
Con información de Télam