María Fasce: "El dolor es un sentimiento muy egoísta"

26 de agosto, 2023 | 17.29

(Por Ana Clara Pérez Cotten) Con el devenir de una novela de aprendizaje en la que el arte y el deseo son puertas para la reparación, "Las vidas de Elena" (Edhasa), la última novela de la escritora y editora María Fasce, aborda los días de una ilustradora que, tras perder a su hija, busca con desesperación cómo evitar la locura y recuperar la vitalidad y una razón para vivir.

Fasce, también directora editorial de Lúmen, Alfaguara y Reservoir Books en España, dialogó con Télam sobre una novela en la que le interesó "entretener y conmover" e indagar en "cuáles son las cosas que nos pueden devolver a la vida después de un gran dolor", sostuvo que cree que la literatura Latinoamericana vive una suerte de segundo boom impulsado por la obra de distintas autoras y contó cómo ejerce su doble rol de escritora-editora.

Autora de los libros de relatos "La felicidad de las mujeres" y "Un hombre bueno" y las novelas "La verdad según Virginia" y "La mujer de Isla Negra", Fasce comienza la historia de "Las vidas de Elena" con una escena disparadora: la protagonista encuentra una valija en la cinta del aeropuerto igual a la suya pero de una extraña y decide llevársela, en un gesto que da cuenta de hasta qué punto busca escapar de su propia vida después de perder a Irene, su hija. Ilustradora para una editorial, Elena pivotea entre el tango y el sexo para, simplemente, volver a sentir.

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​​"Al poner la cápsula en la cafetera noté que se me había caído un botón del pijama. Me pareció un mal presagio, pero mi hija ya estaba muerta. Me vestí y me puse las sandalias, y entonces me acordé de cuando había salido descalza en Ámsterdam. Recordar y olvidar: no hacía otra cosa desde que Irene murió. A veces se encendía un recuerdo entre los olvidos apilados, como una alarma", confiesa la protagonista, con un registro del dolor impregnado de valentía y lucidez.

-Télam: ¿Cuál fue el puntapié que originó la historia que cuenta la novela?

-María Fasce: Tenía una premisa: quería contar la historia de una mujer a la que le pasara algo muy terrible, tan fuerte que produjera en ella esa sensación de apartarse de la vida. Creo que a todos nos pasa en algún momento: un divorcio, una muerte o un despido. Es como si nos saliéramos de la vida y nos pasara por el costado. Después, se me apareció la escena que abre la novela: dos mujeres en un aeropuerto que tienen la misma valija y del mismo color, una de ellas está viajando con la idea de que si se desplaza en el espacio logrará alejarse del dolor, se siente en algún momento muy observada por otra mujer que viaja con ella y, cuando llegan a destino, esta desconocida se lleva su valija y, ante eso, decide llevarse la valija de la otra mujer. Al salir del aeropuerto, ve un cartel con su nombre y le cuesta reconocerse en esas palabras. Me interesaba que en una primera escena apareciera todo este extrañamiento y la falsa ilusión de poder escapar de la propia vida. La novela es una exploración sobre cuáles son las cosas que nos pueden devolver a la vida después de un gran dolor. De algún modo, también es una novela de aprendizaje: cómo volver a ser una mujer consciente, racional y metida dentro de la vida y no un fantasma.

-T.: El personaje de Elena está muy trabajado para que brillen sus claroscuros y sus distintas facetas: la dibujante, la madre, la amiga, la amante. ¿Cómo lo trabajaste para sostener todas esas aristas?

-M.F.: Escribir es un poco como actuar porque, a veces, requiere meterse en la piel de los personajes para lograr que el efecto sea verosímil. Yo voy moviendo a mi protagonista por determinados lugares que le permiten mostrarse ante el lector. Elegí no describir sentimientos sino más bien lo que hace, lo que resuelve. Sale a la calle descalza y se da cuenta al tocar el pavimento porque no está pudiendo actuar con normalidad. Es ilustradora y tiene una conexión particular con las figuras y los colores. El arte puede ser una manera de sanarse y salvarse. Ir a un museo y meternos en un cuadro nos saca de la realidad. El baile y el sexo también son lugares en los que Elena busca meterse para volver a sentir. También está todo lo que les pasa a los que están alrededor, porque el dolor es un sentimiento muy egoísta y cuando uno sufre piensa que eso es único en el mundo. Me interesó ver las cargas de los otros personajes y hasta donde dos personas pueden llegar a entenderse e incluso a enamorarse con esto en la espalda. Me interesa explorar las relaciones humanas como si fueran reacciones químicas, en las que influye el momento en el que se dan y muchísimos factores que concurren. Elena descubre, tarde, que estuvo enamorada una única vez, durante un encuentro muy breve e intenso. La novela es el retrato de un personaje, pero también tiene la estructura de un relato policial: el lector necesita seguir leyendo para develar varias intrigas. Se parece a un viaje, tiene que evolucionar en la cabeza del lector. Quiero entretener en esa búsqueda y, además, conmover, que creo que es lo más difícil. Y me gusta que haya absurdo y humor, dos cosas que suelen estar también presentes en los momentos difíciles de la vida. Hay un desfasaje entre el dolor, lo cotidiano y un elemento

-T.: Elena transita la muerte de su hija mientras busca reencontrarse con cierta vitalidad a través del sexo. ¿Cómo pensaste ese contraste de fuerzas antagónicas?

-M.F.: Para ella, volver a dibujar y a contemplar obras es una forma de volver a la vida. El baile es otro modo de reencontrarse con lo vital. Y de la mano de eso, aparece el sexo. Creo que contar escenas de sexo es un gran desafío literario. Y fue particularmente difícil porque las escenas remiten a encuentros algo tristes, vacíos y casi mecánicos, muy distintos al recuerdo que tiene de un encuentro del pasado. Sé que muchos escritores y directores de cine evitan las escenas de sexo porque es muy fácil desbarrancar o hacer algo malo, pero a mí me parece un gran desafío. Y por otro lado, me interesó describir lo que produce el baile porque es una gran metáfora de la vida: hay que aprender a quedarse quieto, a circular, a avanzar y a retroceder. El sexo y el baile son momentos en los que, si realmente te metés adentro, no pensás, es como estar en trance. Son momentos-islas donde el tiempo parece un bloque compacto que no avanza.

-T.: Varias son las ciudades que aparecen en la novela, es una suerte de viaje que invita a recorrer. Pero hay cierta insistencia con Madrid. ¿Es un homenaje?

-M.F.: Está el Palermo italiano, el Palermo porteño y Buenos Aires, la ciudad desde la que el padre de Elena hace sus duelos. Sí, no lo pensé como un homenaje a Madrid sino que me interesa que el lector vea, lo visual. Y para eso, describir lugares en los que estuve es muy útil. Madrid me quedaba muy a mano para poder dar esa idea de verosimilitud, crear un mundo y permitirle al lector viajar. Es una ciudad que creo que se parece mucho a Buenos Aires en el tipo de rutinas y de relaciones que se entablan.

Fasce vive en España desde hace más de veinte años y, tras una carrera extensa en la industria editorial, actualmente trabaja como directora literaria de Alfaguara, Lúmen y Reservoir Books. Su oficio le permitió descubrir a autores como Lucía Berlin, Pierre Lemaitre o Joël Dicker.

-T.: ¿Cómo dialogan la editora con la escritora?

-M.F.: Lo que más me gusta de ser editora es trabajar los textos con los autores. Cuando leo un libro estoy pensando por donde puede crecer, siempre leo con lápiz en mano, aunque ahora es un lápiz electrónico. Marco y busco que brille más. El trabajo del editor es muy bonito porque es totalmente anónimo, el objetivo es ser invisible y proponerle soluciones al autor. Me gusta mucho conocer a los autores de los libros que contrato porque puedo ver cómo van a seguir y qué están pensando hacer, por eso es tan importante un primer libro. La primera impresión solo se logra una vez, por eso a veces les pido que trabajen más tiempo un texto. Tengo un equipo grande con el que también trabajo. Como escritora disfruto de tener una capacidad que sin dudas viene de la edición: soy más paciente con lo que hago porque sé que el resultado de un libro depende de muchísimas cosas. Los escritores solemos ser un poco narcisistas porque tenemos que soportar una situación de trabajo insólita: horas y horas escribiendo un texto que, en definitiva, no se sabe a dónde va.

-T: ¿Cómo se da hoy la dinámica editorial entre la literatura latinoamericana y lo que se publica en España?

-M.F.: Tengo mucho diálogo con editores de toda América Latina. Creo que somos contemporáneos de un momento muy rico, hay una suerte de nuevo boom latinoamericano protagonizado por mujeres de unos cuarenta años. Pienso en Mariana Enriquez, Dolores Reyes, Karina Sainz Borgo o Jazmina Barreda, autoras que están haciendo algo muy interesante: toman a los maestros latinoamericanos y se nutren de la riqueza de nuestras historias pero se nota que han visto mucho cine, series y leído de todo. Si lo pensamos al revés, no hay muchos autores españoles que estén impactando en América Latina.

-T: ¿Cuál es la impronta de tu trabajo en Lúmen, Alfaguara y Reservoir Books?

-M.F.: Intento pensar los sellos como marcas y reparar en su ADN para construir a partir de una historia. Un catálogo no es mi biblioteca, aunque hay veces que hay libros como los de Lucía Berlin que los quiero en el catálogo, en mi biblioteca y que además me interesa estudiar como a todos los autores que admiro. Un catálogo es un cuerpo coherente: hay una gran responsabilidad de estar a la altura de lo que se hizo antes y de incorporar para hacer un cambio generacional. Una autora como Ottessa Moshfegh es el recambio de Alfaguara, un sello que tiene la capacidad de descubrir nuevos autores que posiblemente se quedarán en el catálogo. Lumen, por otro lado, tiene sus propias características: en los 60, puso mucho foco en la literatura escrita por mujeres y esa es una tradición que permanece. Incluye a Toni Morrison, Hannah Arendt, Elena Ferrante o Donna Tartt y exige estar a la altura de esos clásicos. Me gusta que los sellos reflejen lo que se está leyendo en el mundo pero Lumen también permite trabajar la recuperación, como hicimos con Alice Munro o Silvina Ocampo. Es, en definitiva, un trabajo muy bonito pero con mucha responsabilidad en el que concurren los libreros, los periodistas, los escritores y los editores.

Con información de Télam