(Por Claudia Lorenzón) La serie "Santa Evita", que se estrenará el próximo 26 de julio al cumplirse 70 años de la muerte de Eva Perón, convoca nuevamente los cruces entre ficción y realidad que Tomás Eloy Martínez conjugó en la novela homónima tomando como disparador la indagación sobre el peregrinar del cuerpo embalsamado de Evita, profanado tras su muerte, con los simbolismos e implicancias afectivas y políticas que su figura tuvo como líder del movimiento político más importante de Argentina, convirtiéndola en una figura mítica.
Si bien la novela indaga en el destino del cuerpo de Evita y las varias copias del mismo con las que juega el autor en su ficción, sumado a la alteración que produce en quienes se acercan a ese cuerpo, la miniserie, dirigida por el colombiano Rodrigo García y el argentino Alejandro Maci, rastrea también en la historia de la icónica líder, su infancia como hija no reconocida, su adolescencia y partida desde Junín a Buenos Aires a los 16 años, su dificultoso ascenso artístico y el enamoramiento mutuo con Perón, en tiempos del terremoto de San Juan en 1944.
Con el protagonismo de Natalia Oreiro como Evita; Darío Grandinetti, en el rol de Juan Domingo Perón; el catalán Francesc Orella, como el médico Pedro Ara que conservó con devoción el cuerpo de Evita, y Ernesto Alterio, en el papel del siniestro coronel del servicio de Inteligencia Carlos Eugenio Moori Koenig -responsable del secuestro del cuerpo-, la serie se estrenará en la plataforma Star+, a partir del martes próximo.
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La novela de Tomás Eloy Martínez que se publicó en 1995 y vendió hasta 2007, 10 millones de ejemplares, da cuenta de la figura mítica de Evita tras su muerte temprana a los 33 años y de la doble vara con que siempre se la juzgó: benefactora de los humildes, referente de la moda y modelo nacional de comportamiento para unos; analfabeta resentida, trepadora, loca y ordinaria, para otros. Una historia que tiene como protagonista el cuerpo de Eva Duarte de Perón, su viaje por el mundo durante veintiséis años, las copias que se hicieron del él y el efecto enloquecedor que confunde y trastorna a quienes se le acercan.
A partir del secuestro del cuerpo embalsamado de Evita desde el segundo piso de la CGT por los militares de la Revolución Libertadora que en 1955 perpetraron el golpe militar contra el gobierno de Perón, en esta obra Martínez pone en práctica un juego literario que, al usar recursos del periodismo, genera un valor de verosimilitud borrando los límites de la ficción, dando lugar a historias que solo un mito puede desencadenar.
En una de las tantas entrevistas que el escritor dio al publicarse el libro, explicó que "se cuentan hechos ficticios con la técnica del periodismo. Es decir, por contagio, el medio comunica el efecto de realidad. Si suponés que vas a leer en un periódico la verdad, y, el lenguaje que se da es el lenguaje del periódico, hay como una especie de efecto de contagio que produce verosimilitud sobre el texto. De modo que si yo digo "yo cotejé tales fechas", 'yo vi, narrador', yo leí tal texto, yo estuve con fulano de tal, el efecto de realidad es inmediato, sobre todo si los personajes de los cuales estás hablando y de los cuales sugerís que has entrevistado son personajes reales".
En otra de las entrevistas el escritor, que dedicó años de su vida a investigar sobre el peronismo y a sus líderes e inclusive fue el único que entrevistó a Perón durante su exilio en España, precisó que "Santa Evita invierte el procedimiento de las novelas de non-fiction de los años 50 y 60, desde 'Relato de un náufrago' hasta 'A sangre fría'. En aquellos casos se usaban las técnicas de la novela para narrar hechos reales y verificables. En este caso, para crear un efecto de verosimilitud superlativa, uso las herramientas del periodismo: entrevistas, cartas, guiones, pero falsos".
No faltaron personas que tomaron como ciertos algunos hechos inventados por Martínez, a los que se refirió en la misma nota respecto a una serie de reportajes hechos para el diario El País, de España. "Son entrevistas a los tipos que secuestraron el cadáver, y ellos sostienen que nunca hubo una copia, y no hay ninguna prueba de que las hubiera. Pero al inventar copias en la novela, porque las necesitaba para que el coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig se confundiera con una Eva falsa y así el proceso de locura estallara -y que, además, la encontrara en el peor lugar posible para su objeto de culto, que era la vidriera de una calle de prostíbulos en Hamburgo-, apareció, a los quince días de publicada la novela, en una de las presentaciones en Buenos Aires, un señor, conocido asistente de un escultor, que supuestamente había hecho las copias del cuerpo. Siempre que se crea un mito, y aquí he visto la gestación del mito, empiezan a salir conocedores, o testigos, o cómplices, de lo que es el mito".
El escritor también habló de otra anécdota sobre el destino del cuerpo de Evita generada a partir su obra de ficción. "Hay gente que aparece ahora diciendo que sabía que el cuerpo de Eva Perón estuvo detrás del cine Rialto. Pero yo recuerdo perfectamente el momento en que salí de un almuerzo en casa de unos amigos, y les dije: 'Detrás del telón de este cine -que era un cine, obviamente, de los años 30 ó 40- voy a meter el cuerpo de Eva'". Nunca estuvo ahí. Tampoco hubo copias del cadáver de Eva Perón".
El autor también recordó una discusión que tuvo con el periodista y escritor José Pablo Feinmann, a raíz de una frase que tomó de su libro para el libreto de la película "Eva Perón: la verdadera historia". Se trata de una frase que Perón le dice a Eva, "No puedo darte la vicepresidencia porque tenés cáncer". El autor de "Lugar común la muerte" lo recordaba así: "Yo me quejé al guionista, (José Pablo) Feinmann, y él me respondió "¿Pero, cómo, no era una entrevista?". Le dije que hay un subtítulo enorme al pie de 'Santa Evita', que yo me he empeñado en que aparezca siempre, que dice 'Novela'. Novela significa licencia para mentir, para imaginar, para inventar", recordó Martínez.
Los hechos reales detrás de la ficción
Los hechos históricos que rodearon la desaparición del cadáver de Evita, propios de mentes macabras y obnubiladas con la idea de hacer desaparecer el peronismo como fuerza política, tuvieron también ribetes ficcionales, en ese ensañamiento contra la figura de Eva Perón. Según el historiador Felipe Pigna, los militares propusieron "arrojar el cadáver de Evita al mar desde un avión de la Marina o incinerarlo, pero finalmente se decidió que, ante todo, debía sacársela de la CGT para evitar que el edificio de la calle Azopardo se transformara en un lugar de culto y por lo tanto de reunión de sus fervientes partidarios. Como se le escuchó decir al subsecretario de Trabajo del gobierno golpista: "Mi problema no son los obreros. Mi problema es 'eso' que está en el segundo piso de la CGT".
Ese componente enloquecedor del cuerpo de Eva Perón del que ese funcionario hace mención, y al que el escritor hace referencia en la novela, partió también de fatales situaciones de la realidad.
El secuestro del cadáver se realizó el 22 de noviembre de 1955, pero lejos de ser sepultado en forma clandestina como ordenaban los jefes de la Libertadora, Moori Koenig, que sentía "un particular odio por Evita", desobedeció las órdenes del presidente Aramburu y sometió el cuerpo a insólitos paseos por la ciudad de Buenos Aires en una furgoneta de florería, recuerda Pigna. "Intentó depositarlo en una unidad de la Marina y finalmente lo dejó en el altillo de la casa de su compañero y confidente, el mayor Arandía. A pesar del hermetismo de la operación, la resistencia peronista parecía seguir la pista del cadáver y por donde pasaba, a las pocas horas aparecían velas y flores. La paranoia no dejaba dormir al mayor Arandía. Una noche, escuchó ruidos en su casa de la avenida General Paz al 500 y, creyendo que se trataba de un comando peronista que venía a rescatar a su abanderada, tomó su 9 milímetros y vació el cargador sobre un bulto que se movía en la oscuridad: era su mujer embarazada, quien cayó muerta en el acto".
Luego de este hecho, Moori Koenig fue relevado de su cargo y Aramburu decidió el llamado "Operativo Traslado" en el que intervino el teniente coronel Alejandro Lanusse, y que consistió en el traslado del cuerpo a Italia para enterrarlo en un cementerio de Milán con el nombre falso de María Maggi de Magistris.
En 1970 Aramburu, secuestrado por Montoneros, se declaró responsable de la profanación del cuerpo de Evita y un año después, durante la presidencia de Lanusse y en plena formación del Gran Acuerdo Nacional, como gesto de reconocimiento, devolvió el cuerpo a Perón en su residencia española de Puerta de Hierro.
El cuerpo de Evita regresó finalmente al país el 17 de noviembre de 1974 y fue depositado junto al de Perón en una cripta diseñada especialmente en la Quinta de Olivos para que el público pudiera visitarla. Tras el golpe de marzo de 1976, los jerarcas de la dictadura accedieron al pedido de las hermanas de Eva y trasladaron los restos a la bóveda de la familia Duarte en la Recoleta.
Con información de Télam