(Por Marina Sepúlveda) Cera, papel y grafito es la materia que trabaja la artista y escultora norteamericana Linda Matalon en los dibujos que por primera vez se exhiben en el país bajo el título "Marcas imborrables", en un diálogo entre pandemias, la del VIH de los 90 y el actual coronavirus, y a una distancia existencial, también en clave minimalista, añejada en la arcilla cocida y humeada, Florencia Sadir presenta su instalación "Ofrenda al sol", ambas en el Museo Moderno de Buenos Aires, que podrán verse hasta el año próximo.
"Marcas imborrables" es una invitación a conocer la obra de Linda Matalon (Estados Unidos, 1958), en la primera exposición que se le dedica a esta artista de Brooklyn, Nueva York, en un museo latinoamericano. Una muestra con curaduría de Victoria Noorthoorn, directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, que se instala en una de las salas del primer piso.
Y la joven artista argentina radicada en Cafayate, Salta, Florencia Sadir (San Miguel de Tucumán, 1991) expone por primera vez en un museo porteño, de modo individual, una instalación que dialoga con el extenso programa museístico "Un día en la tierra" y sus once exposiciones.
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"Marcas imborrables" exhibe 57 dibujos puestos en diálogo de dos series, una de los 90 y el tiempo de la "pandemia" del HIV, que golpeó con fuerza a principio de esa década a la comunidad LGBTQ y la estigmatizó, a la que pertenece Matalon, y la más contemporánea pandemia del coronavirus, indica la curadora.
"Esta es una oportunidad increíble y quiero agradecer a todos los que ayudaron a hacerla realidad. Como artista, ser capaz de experimentar mi trabajo en su totalidad es único y muy especial", porque "trabajo sola y normalmente no suelo ver la conexión, solo me muevo adelante y sigo esforzándome", cuenta Matalon durante la inauguración.
"Mi trabajo de los 90 es como artista joven, es encontrarme en tiempos de gran pérdida, gente falleciendo alrededor mío y la crisis del HIV", expresa y agrega que años después estuvo en una situación similar pero diferente, trabajando como artista más madura, y que recién al mirar su trabajo junto a Noorthoorn aparecieron esas conexiones, donde puedo ver su "movimiento como artista", su "crecimiento".
"Es muy emotivo ver el movimiento en el crecimiento. Es difícil para mí hablar de mi madurez, porque se siente muy ego, pero la madurez es sorprendente porque no la ves (en ese momento), haces algo y lo guardas hasta que alguien llega y quiere verlo. Entonces es muy conmovedor ver, ser capaz de -sé que sigo diciendo la misma palabra-, pero es muy emocionante seguir estando viva", dice en diálogo con Télam.
Como otros artistas en momentos de tanta complejidad y dolor, como León Ferrari y las dictaduras y otros temas, recuerda Noorthoorn, Matalon evade la representación figurativa -aunque puedan observarse estos esbozos en los dibujos de los 90, de tipo más catártico- para plasmar en abstracción los gestos, en esa materialidad que la acompaña en sus dibujos y esculturas con el grafito, la cera y el papel, generando un palimpsesto.
Sin embargo, la diferencia de esta artista nacida en Estados Unidos, de padres cubanos con la prohibición del uso del castellano, es "en un sentido de trabajo prelingüístico en su enunciación" porque "hay un trauma primario tan fuerte que es imposible enunciar plenamente esa representación del ser humano", reflexiona la curadora sobre "la gran artista internacional", como la denomina.
Y sobre la obra en sí indica: "habla directamente a lo que venimos viviendo como humanidad en la pandemia del Covid, pero también en la del HIV, una pandemia que no fue reconocida como tal en sus principios, que llevó a un estigmatización y desvalorización de gran parte de la sociedad, por lo que, recuperar la pandemia del SIDA es particularmente importante cuando estamos queriendo reclamar derechos igualitarios para todas las personas, de todas las identidades y procedencias".
"Ella habla de la fragilidad del ser humano, del sufrimiento, con una sinceridad pocas veces vista en el arte, sin especulación, con una introspección y una sinceridad tan profunda que al mirar los dibujos uno siente el dolor que los atravesó en su creación", sostiene Noorthoorn.
¿Por qué la abstracción? "Pienso que mi trabajo de joven era más figurativo y a medida que fui madurando me di cuenta que en la abstracción hay más oportunidad para trascender la emoción y para mi esto es más como una aventura espiritual, cuando los primeros trabajos fueron escritos eran en definitiva acerca del cuerpo y en particular sobre distintas partes del cuerpo y sí, eso fue válido, pero quería más, sentía, necesita encontrar una manera de hacer que pase", explica Matalon.
Es la primera oportunidad que tiene de exponer esta obra reunida y también es "la primera vez que la gente lo ve en Buenos Aires, en Latinoamérica", dice, y se confiesa "conmovida por toda esta experiencia".
¿Por qué el arte? "Cuando era joven tenía dislexia y me iba mal en el colegio. Aparte de eso, mi vida familiar era muy loca, así que empecé a dibujar. No podía hacer como los escritores, que de niños simplemente leen, por lo que solo dibujaba. En el colegio me metía en muchos líos pero había un profesor de arte que de alguna manera vio lo que me pasaba y no sé por qué un día me hizo quedar a ordenar el aula y más tarde me llevó a su casa. Sé que suena extraño porque hoy no dejamos que los niños hagan eso, pero fui a su casa y subí a su ático donde vi por primera vez un estudio de arte. Nunca había visto nada igual. Tenía un modelo que iba a su taller una vez por semana, me dio un cuaderno y un lápiz y me dijo que dibuje. ¡Fue muy loco!", refiere sobre la experiencia vivida a sus 12, 14 años.
"Entonces iba regularmente, porque estaba perdida, pero eso era algo que yo tenía y contra lo que gravitaba -cuenta-. Él tenía libros que solamente tenían fotos. Como mi familia era pobre y no teníamos libros y de la nada había libros con pinturas, con color, era capaz de mirarlos todo el tiempo. Gracias a esto fui capaz de entender más cosas. Cuando crecí empecé a ir a galerías de arte y seguí haciendo lo mío. A veces iba a un museo, miraba algo y, al volver a casa trataba de acordármelo para copiarlo de memoria".
"En la secundaria tomaba clases de arte y esas eran las únicas clases a las que iba. Allí usaba arcilla, dibujaba y esculpía. Incluso podíamos hacer joyería. Yo probaba de todo. Y ese mismo profesor me ayudó a aplicar para la universidad, asistí cierto tiempo pero no pude encajar, seguía siendo esa niña salvaje -recuerda-. Y ahora tengo una vida muy estable con una pareja desde hace muchos años, unos 17, y un perro", concluye.
Por otro lado, en la instalación "Ofrenda al sol", curada por Alejandra Aguado y Clarisa Appendino, desarrollada para la sala de Proyectos Especiales del Moderno y situada también en el primer piso, Sadir plantea una cartografía recortada, con bordes nítidos que separan el espacio de tránsito del de carbón sobre el que se asientan figuras antropomorfas configuradas por bolas de arcilla negra, tiznada, hilvanadas y coronadas por una suerte de rostro de metal pulido que invita a mirarse.
Sadir viene de participar en la Aichi Triennale 2022 de Japón con la instalación "Lluvia de barro" a partir de la recomendación como curadora asociada de Noorthoorn con el evento asiático, en el también fueron seleccionadas artistas como la rosarina Claudia del Río y la colombiana Delcy Morelos.
El proyecto producido por el museo fue concebido originalmente para la Trienal y concretado en el Moderno, con piezas de cerámica, acero inoxidable y hierro, realizadas en colaboración con Mabel López, Walter y Eliana Aguirre, Martín Cardozo y René Condorí.
"La instalación con nueve esculturas que están en posición de oferentes o celebración, reunión, refieren al proceso que llevó a hacer estas piezas", explica la artista sobre el título de la obra. A partir del modo de hornear la arcilla, según el saber ancestral precolombino en un horno bajo tierra, de "esa situación de celebración y espera" de la cocción, que demanda entre seis y ocho horas, le interesaba la transformación de esas piezas, que son teñidas por el humo, y que vincula con las prácticas de las culturas la Candelaria y la Aguada, muy presentes en el territorio donde ella vive, Salta, y uno de los temas que desarrolla.
Sadir trabajó previamente dibujos con cuentas pequeñas que al enhebrarlas formaban el dibujo de una olla o utilitario de forma precolombina o contemporánea y "a partir de esa idea, esos dibujos de cuentas, puntos, intentan liberarse de su funcionalidad y dar testimonio de otras cosas", explica.
Las formas actuales "son como líneas muy sintéticas de un gesto, donde dos líneas y un punto pueden lograrlo". Y sobre el color negro, esgrime esa remitencia en el arte y la pregunta acerca de "qué pasa en la oscuridad, abajo de la tierra": "es una muestra que nos lleva hasta la imaginación", concluye.
Su obra, explica ella, experimenta con "nuevas formas" que son "testimonio de ciertas prácticas" en un interés por las tecnologías del fuego y el sol por ejemplo, como "cuando se secan los pimientos" (tiene varias obras con materiales perecederos) o por "la tecnología del agua y del humo, que sirve para secar las hierbas y hacer perdurar los alimentos, para sobrevivir, tecnologías naturales".
"Marcas imborrables" y "Ofrenda al sol" podrán visitarse hasta el 29 de julio y el 6 marzo de 2023, respectivamente, en Avenida San Juan 350, Ciudad de Buenos Aires.
Con información de Télam