(Por Ana Clara Pérez Cotten) Entre la dinámica de una izquierda moralista e identitaria que termina alimentando a la derecha, las microagresiones que parecieran lastimar a sujetos que en verdad son privilegiados y la cancelación en las aulas y un velo de victimización que pareciera cubrirlo todo, el ensayo Generación ofendida de la periodista, directora de cine y profesora de Ciencia Política francesa Caroline Fourest permite repensar cómo luchar contra la discriminación, los abusos y la misoginia y, a la vez, dejar de reproducir la lógica de la violencia, la segregación y la victimización.
Por un lado, el #MeToo trajo muchísima libertad de expresión y avergüenza a los violadores. Por otro lado, queda la sensación de que uno debe haber sufrido para existir y expresarse, analiza Fourest, durante la entrevista con Télam, sobre la paradoja que tiñe el presente y explica cómo eso repercute en una lucha que muchas veces equivoca a su oponente: Personas muy privilegiadas, como los estudiantes de las universidades más importantes, alumnos que captan a la perfección los códigos de la sociedad narcisista moderna, logran hacer más ruido por las agresiones ridículas. Llaman 'microagresiones' a los comentarios incómodos o la enseñanza de obras clásicas que les gustaría censurar. En cambio, de las grandes agresiones, muy violentas y que implican desigualdades sociales fuertes hablan mucho menos.
Fourest (Aix-en-Provence, 1975), feminista militante y colaboradora habitual en medios como Charlie Hebdo, Le Monde y Huffington Post, aboga por una defensa de la igualdad que no ahogue la dialéctica ni dañe nuestras libertades y alerta -con lucidez e ironía, pero también con estudio profundo de casos- sobre cómo ciertas dinámicas distorsionan y terminan confiscando la causa: Con las redes sociales ya no hay necesidad de crear movimientos, fabricar pancartas ni salir a la calle con frío para protestar.
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-Télam: Eligió un enfoque "generacional" para escribir su libro ¿Por qué asistimos a este malentendido entre padres llenos de buena voluntad que ya no comprenden la intransigencia y el sectarismo de sus hijos?
-Caroline Fourest: He notado, y me lo confirmaron muchos padres, que cada vez es más difícil hablar de igualdad dentro de aquellas familias que son privilegiadas y muy progresistas. Quienes crecieron leyendo los filósofos de la Ilustración y a veces hasta recibiendo castigos físicos para obtener la igualdad de derechos (como en mi caso) tienen gran dificultad para comprender la hiper-emocionalidad y en ocasiones la agresividad importante de jóvenes que en verdad están lejos de padecer la adversidad. Sin embargo, pueden gritarte, lincharte, tratarte de ser racista o un monstruo e incluso pedir que te "cancelen" por un desacuerdo mínimo. Esta reacción exagerada tiene mucho que ver con cómo es crecer en la época de las redes sociales, en una dinámica que oscila entre por un lado ser emocional y, por el otro, linchar.
Esto, a la vez, se suma a un conflicto filosófico real entre dos visiones de antirracismo y del feminismo que, de hecho, separan a las generaciones. Entre los defensores del enfoque de la identidad (quienes exigen ser mejor tratados en nombre de la propia identidad) y el enfoque universalista (quienes pedimos que nadie sea obstaculizado o discriminado por su identidad). Estas son dos formas de apuntar a la igualdad, pero no eligen el mismo camino y no tienen los mismos efectos. El enfoque universalista, el de Martin Luther King o la abrumadora mayoría del Movimiento de Liberación de la Mujer es, en mi opinión, el que funciona y que promueve realmente la igualdad. El enfoque de la identidad es más radical pero también más simplista y, según mi forma de ver, refuerza los estereotipos con una visión binaria de las identidades: si sos blanco o heterosexual naciste opresor y si sos negro o lesbiana, sos un víctima y merecés ser privilegiado por eso. Al final del camino, esto solo refuerza la lógica de los racistas y misóginos, pero, por supuesto, quienes abogan por el paradigma identitario no lo ven de esa manera.
-T.: ¿Por qué la victimización volvió como ropa cómoda y de moda?
-C.F.: Pasamos un poco rápido de sociedades brutales que no escuchaban a las víctimas de distinto tipo de violaciones, a una sociedad traumatizada que las elogia como si fuera una meta en la vida: ¡sufrir para darse a conocer! Ser víctima nunca debería convertirse en un estatus y, desde el psicoanálisis, sabemos las implicancias que puede tener esto. Es un estado temporal, que no debe instalarse. Sin embargo, el problema con el funcionamiento en espejo de las redes sociales es que las víctimas tienden a transformarse rápidamente en "héroes del día" y esto no ocurre tanto con los que resisten o los que se salvan, sino los que se quejan de haber sido agredidos u oprimidos.
-T.: El victimismo nos arruina. ¿Cómo salir de eso sin lastimar a las víctimas?
-C.F.: Esta es una muy buena pregunta porque es precisamente por las víctimas que no debemos aceptar caer en una sociedad victimizada, que atrapa a las víctimas en su trauma en lugar de ayudarlas a superarlo. Tampoco creo que debamos remontarnos a la época de la virilidad heroica cuando era "afeminado" quejarse. Debemos buscar un equilibrio entre escuchar a las víctimas, hacerlo con empatía y usar nuestra razón para buscar justicia (y no moralidad). Pero la sociedad emocional no puede servir como tribunal.
Las nuevas generaciones están acostumbradas a medir la gravedad de un acto o de una palabra según el grado de dolor que genera en la víctima pero también de su identidad... Muy influenciados por la visión norteamericana, están obsesionados con la identidad, más que con la dominación. Dicen que quieren articular luchas antirracistas y feministas pero en realidad someten al feminismo cuando le piden no hacerle el juego al racismo. Entonces, dejan de luchar contra las ablaciones, el uso del velo o incluso dejan de denunciar un violación si fue cometida por un negro o un musulmán. Hay que unirse contra el patriarcado y la dominación y el enfoque identitario solo nos divide.
-T.: Hace unos días, Paul Auster sostuvo durante la presentación de su último libro, en el que aborda la vida del escritor Stephen Crane, que no le preocupaba cancelar la cultura en la literatura porque "era un fenómeno limitado a la universidad", que el peligro real era el avance de la derecha en su país. ¿Pueden seguir considerándose problemas separados?
-C.F.: Entiendo a lo que apunta Auster, pero no es un fenómeno que se limite a la universidad. La universidad forma a las cabezas pensantes del mañana y este modo de funcionamiento, muy sectario, muy censurador, se ha ido extendiendo a toda la industria cultural e intelectual, a los medios de comunicación, a las plataformas, al cine y a la literatura. Una editorial holandesa tenía que traducir a la escritora negra Amanda Gorman y había elegido a una joven blanca, pero tuvieron que desistir porque la joven poetisa es negra y la traductora no y eso según los trolls del identitarismo ¡Era ser blanco! En las escuelas de Ontario, un asesor de Justin Trudeau recomendó quemar Lucky Luke frente a los niños para "descolonizarlos". Se le ha pedido a la actriz Julianna Margulies que explique su orientación sexual por interpretar a una lesbiana en The Morning Show. Otras actrices famosas tuvieron que renunciar a sus papeles porque su identidad de género no coincidía ¡Y como resultado, estas películas de minorías nunca salieron a la luz! Estos excesos no solo matan la libertad de crear y el juego de roles que sustenta el cine, sino que ridiculizan a la izquierda y se deleitan con la extrema derecha. Pero sobre todo, esta visión de identidad refuerza su visión del mundo porque ellos también creen que todo debe decidirse sobre la base de la identidad. La escritora feminista y afroamericana Audre Lorde dijo que "no se deconstruye la casa del maestro con las herramientas del maestro". Descalificar a otro sobre la base de su identidad, prohibirle crear, es validar el racismo. No se combate la injusticia con la injusticia. Tenemos que deconstruir estas categorías y luchar por un mundo en el que finalmente seamos vigilados por nosotros mismos y no encuadrados ni asignados. Lo que hace que un ser humano sea genial o detestable no es su color de piel, su orientación sexual, su físico o su origen, sino su singularidad de ser para los demás y para el mundo. Y es esta singularidad la que el antirracismo y el feminismo tienen que lograr que se exprese.
Con información de Télam