(Por Gustavo Cirelli) El politólogo, periodista e historiador Hernán Brienza reflexiona sobre la figura de Manuel Belgrano, a 203 años de su muerte, y actualiza desde el presente debates que el prócer impulsó hace más de dos siglos y que aún permanecen abiertos con notoria actualidad en el país: "La diferencia entre Belgrano y los demás revolucionarios es que él tenía una solidez teórica que los demás no tenían; creía firmemente en la revolución, en la construcción de una nación y creía firmemente en las bases económicas de la construcción de esa nación".
En la entrevista realizada en los estudios de la Agencia Télam, Brienza sostiene que "hay una gran frase que decía que Belgrano era el yunque de la revolución y Moreno era el martillo. Una frase clásica. Y a mí me parece que es interesante por la solidez de Belgrano".
Para el historiador, a diferencia de otros revolucionarios que era más políticos, "Belgrano fue el gran intelectual que tuvo la construcción de la nación en la cabeza.", pero destacó que no la pudo llevar a cabo: "La gran tristeza de ese proceso revolucionario es que él no pudo llevar a cabo sus propios sueños de una Patria. Y esa idea de ser radical y rabiosamente patriota está en función de haber entregado su vida absolutamente a una causa, lo que caracteriza a Belgrano".
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Télam: Esta cualidad de Belgrano, ¿de dónde surge? ¿De su formación? Fue el único o uno de los pocos revolucionarios que tuvo la oportunidad de formarse en el exterior.
Hernán Brienza: Sí, se formó en la Universidad de Salamanca, a diferencia de los demás revolucionarios que se formaron en Chuquisaca, pero es interesante también la formación en Chuquisaca porque es en el corazón de América del Sur, que es la actual Sucre. Y que además de alguna manera contesta a la lógica de que las ideas de la Revolución de Mayo son importadas absolutamente de Gran Bretaña y de Francia. Chuquisaca ahí tiene una fuerte influencia y a través de autores españoles que son monarquistas y republicanos, y es interesante plantear esto. ¿Por qué? Porque muchas veces se piensa que Belgrano estaba imbuido en la construcción de una nación, y en realidad estaban imbuidos en una lucha política que era la construcción de una monarquía constitucional descentralizada, que desmonopolizara, que democratizara. Y en ese sentido, cuando Belgrano asume las nuevas teorías económicas, dice algo muy interesante para pensarlo a lo largo de estos 200 años: "No hay que hacer lo que las potencias nos dicen que hagamos. Hay que hacer lo que ellas hicieron." Y estudia el caso de Gran Bretaña y dice "Bueno, ¿qué hizo Gran Bretaña para convertirse en potencia? Proteger el mercado interno, exportar manufacturas e importar materias primas. En ese sentido, Belgrano nos dice a los argentinos qué deberíamos haber hecho para tener un país productor y una potencia. Lo que habría que preguntarse es por qué los liberales argentinos posteriores, incluso sus biógrafos como Bartolomé Mitre no tomaron aquellos consejos económicos que Belgrano les había propuesto a los propios liberales. ¿Por qué los liberales escondieron esa concepción económica productivista de Belgrano? Que es absolutamente de avanzada. Él visualiza el desierto en la Argentina, él visualiza la falta de mercado interno y dice: ¿Cómo se crea el mercado interno? Se crea generando trabajo, generando industrias, generando artesanado. ¿Tenemos la posibilidad de generar ese artesanado, esa industria? No. ¿Qué hay que hacer? Educación. Educación para el trabajo. Y manda a estudiar a hombres y mujeres por igual. Y esto también es de una modernidad radical en Belgrano, nunca pensado antes.
T: Por la actualidad de lo que dice, parece un debate de cara a las próximas elecciones. Son los mismos debates que se tienen en Argentina 200 años después.
HB: Es la gran tragedia de la Argentina. Es la repetición sintomática, diría un psicólogo social. La imposibilidad de poder resolver ese trauma primigenio de no poder construir una nación productiva, industrial y pujante. Por eso, el mito de la Argentina de nuestros abuelos funciona como trauma inicial, a la cual siempre queremos volver, pero es imposible volver porque las condiciones de esa Argentina de fines del siglo XIX con un comercio complementario con Gran Bretaña es imposible. Entonces añoramos algo a lo cual no podemos volver, no nos animamos a generar ese país industrial que nos merecemos, pero sí tenemos ese síntoma de volver siempre a destruir lo poco que logramos para poder volver a ese pasado paradisíaco al cual no podemos volver. Eso nos genera ese trauma y esa sensación de frustración permanente a los argentinos.
T: Es pensar a Belgrano desde hoy
HB: Belgrano es muy profundo en su análisis. La otra gran pata de Belgrano para analizar la grandeza de las naciones es la unión, la unidad de las naciones, cuando tienen homogeneidad interna, a nivel de élites y también a nivel de relación entre élites y mayorías, cuando se produce esa unidad -dice Belgrano-, allí las naciones se convierten en potencia. La división es lo que impide que las naciones sean potencia. Los fracasos de las naciones están en la desunión de sus miembros, la desunión de sus élites. Y creo que también esa idea de mercado interno, esa idea de unión nacional nos dice mucho a esta Argentina permanentemente hegeliana, contradictoria. Tal vez la característica más importante de la identidad nacional argentina sea la división. Nadie puede decir qué es exactamente la Argentina porque hay dos Argentinas, hay dos maneras de pensar, de sentir y de vivir la argentinidad, y dos Argentinas en pugna. Y, quizás, la gran característica, si uno tuviera que decir ¿Qué es la Argentina? La Argentina es esa división. La Argentina es esa contradicción permanente
T: Esa disputa constante por la hegemonía.
HB: Irresoluta, ¿no? Quizás si se resolviera, podría surgir otra Argentina diferente. Pero estaríamos hablando de otra forma de pensar la argentinidad. Una forma de pensar la argentinidad desde la síntesis evolucionadora, por decirlo de otra manera.
T: ¿Con su muerte joven se frustra esa construcción de una nación, su sueño revolucionario?
HB: Como todo gran intelectual, Belgrano no sabía nada de política y no tenía cintura política para accionar. San Martín pensaba que Belgrano debía ser el gran líder de la revolución. Pero creo que a Belgrano le faltó la picardía y la virtud política para saber construirse a sí mismo como a un líder. Y cuando alguien habla de virtud política, creo que la política tiene una expertise que la intelectualidad no tiene, en el manejo de la administración de recursos, la administración del poder. Lejos de una mirada antipolítico sobre el saber hacer política, la falta de ese saber hace fracasar el mejor de los procesos políticos o el mejor de los proyectos políticos. Si Belgrano hubiera tenido virtud política, quizás no hubiera muerto pobre ese 20 de junio de 1820. Que casualmente es el día de la división de los argentinos, de los tres gobernadores, cuando empieza la anarquía. La muerte de Belgrano marca la anarquía en la Argentina.
T: ¿Muere en el olvido?
HB: Las épocas suelen ser injustas con sus protagonistas. Tiene que pasar mucho tiempo para que alguien reconozca a un par como aventajado, intelectual o políticamente. Pasa hoy. No somos conscientes de las virtudes de quienes caminan a nuestro lado.
T: Hay una parábola en la historia de él, que viene de una familia adinerada que le permite estudiar en el exterior, en Salamanca. Entrega su vida y todo a la construcción revolucionaria, a la revolución, y muere en la pobreza.
HB: Lo que es impactante es que quienes admiran la virtud de la pobreza en Belgrano son ricos. Quién admiró la pobreza en Belgrano, que fue Bartolomé Mitre, murió rico. Entonces, habría ahí como un mandato a la pobreza para ser un héroe que yo no estoy muy de acuerdo con eso.
T: La pobreza de los otros.
HB: Sí, la pobreza de los otros, claro. Pero además nunca es la renuncia propia a la riqueza, es la pobreza del otro. Si vos querés hacer una revolución, tenés que morir en la pobreza, no podés tener un buen pasar. Y eso creo que tiene que ver con la competitividad de las élites. Hay una élite que no quiere competencia en la acumulación de riqueza.
T: Otra característica de Belgrano fue que se inventó, de alguna manera, a sí mismo: un abogado que terminó siendo general. ¿Cómo fue ese proceso?
HB: Es muy divertido imaginar a Belgrano en la Campaña leyendo libros de estrategia porque no los había leído. Sí. En algún momento, es un hombre que se hace a sí mismo. Es como el prototipo del liberal decimonónico, que se construye a sí mismo como protagonista de esa historia. A Belgrano en ese ejército del Alto Perú lo llaman "el bomberito de la Patria". Lo cargaban por leer libros, frente a otros militares que creían o en las estrategias de las academias europeas o en el coraje en el terreno de batalla, Belgrano quería encontrar una síntesis entre el coraje y la estrategia. A diferencia de San Martín, que es un gran soldado, Belgrano no lo es. Belgrano es una invitación al coraje cívico que debería iluminarnos a todos. El coraje cívico es aquel que no tiene las herramientas militares para poder llevar adelante una pelea. Leopoldo Marechal habla muy bien de ese coraje civil, del coraje a pecho descubierto, que no es el que necesita tanques y balas para ser valiente, sino que con su pecho y su civilidad construye política. En ese sentido, Belgrano nos ilumina, sobre todo en una Argentina y en un mundo donde la ciudadanía, y en estos 40 años de democracia, habría que pensarla ya no como ese ciudadano que se militaba encima, como en los años 80s, en la primavera democrática o en el Bicentenario, sino un ciudadano demandante, siempre insatisfactorio, donde no tiene responsabilidad de nada, sino que es pura crítica hacia quien ejerce la política. En ese sentido, Belgrano nos demuestra que todos deberíamos ser Belgrano.
T: O por lo menos tener actitudes en ese sentido. Esto de la entrega más allá de no tener todos los recursos o elementos intelectuales, de formación, en pos de un objetivo en común.
HB: Uno podría pensar que aquellos que admiran a Belgrano y que son parte de la élite dirigente, si lo admiran tanto deberían renunciar a su propia riqueza, ¿no? Para mí la pobreza no es nunca una virtud ni tampoco es un lugar de orgullo, más allá de que no es una vergüenza ser pobre. Pero no creo en el ascetismo como virtud para la política ni para la vida en general. Todos aquellos que han sido pobres saben que de la pobreza se debe salir. El gran mandato es salir de la pobreza.
Con información de Télam