(Por Ana Clara Pérez Cotten) La poeta, traductora y editora Bárbara Belloc (Buenos Aires, 1968) construye con escenas fragmentarias la nouvelle La locura es un bien de familia, en la que retoma las notas de su libreta personal para contar la dinámica lúdica de una vida familiar signada por la música y logra poner en palabras la enfermedad de su madre, quien padecía Alzheimer.
El libro, publicado por Random House, recupera en menos de cien páginas las visitas de Belloc a su madre y, lejos del léxico hospitalario de las rutinas de internación, repara en el lenguaje como un juego, aún cuando las palabras de su madre -supuestamente- pierden sentido.
Autora de nueve libros de poesía, directora junto a Teresa Arijón de la colección de ensayo Nomadismos y traductora, Belloc recorre las sombras (los días difíciles) y las luces (ocurrencias, asociaciones y anécdotas) y teje una suerte de poética de la locura que, con cierta actitud lúdica, logra quitarle dramatismo para, simplemente, contar.
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Los diagnósticos son ignorantes porque desconocen la poesía, son ajenos a las melodías de los solos, no captan los timbres y los colores de una voz, sugiere, desde la contratapa, la escritora María Moreno sobre lo que efectivamente Belloc, en su doble rol de hija y poeta, sí logra hacer.
Estoy tratando de contarle que me van a publicar un libro y no hay manera de que lo escuche ni me entienda. Pero como ella tiene una antena, me dice: vos cada vez escribís mejor. Y no es que seas una escritora. Sos la expresión. Y la expresión me abraza. Es como si me abrazaras, relata Belloc en las primera entrada de La locura es un bien de familia.
Hija del mítico compositor Enrique Belloc -pionero de la música electroacústica en Argentina y discípulo de Pierre Schaeffer- y de la pianista Elcira Diz, la autora también aborda la música como otro componente de la herencia: Durante sus últimos meses de vida acompañé a papá desde casa escuchando exclusivamente jazz. Con su muerte dejé de escuchar música. Recién hoy, dos años después, pongo un disco: Schubert y Schumann por Martha y Mischa. Desde el primer acorde, misteriosamente todo se transforma en un homenaje a mamá. Veo la imagen de ellos viejitos escuchando música en la sala, reclinados en el sofá con los ojos cerrados, papá gesticulando con los brazos, mamá meciendo el cuerpo con los movimientos del piano, la pianista, dice la autora en el libro, sobre el que dialogó en una entrevista con Télam.
- Télam: El libro tiene una estructura fragmentaria, un tejido de textos cortos que componen una suerte de nouvelle ¿Cómo fue pensado, al menos, en su concepción?
- Bárbara Belloc: No lo pensé como un libro en el origen. Quedó con formato de nouvelle por la extensión y el tipo fragmentario. Antes del libro, tenía una serie de notas que yo tomaba en libretas después de cada visita a mi mamá, en las que quedaba muy conmovida. Inmediatamente, me iba a un bar y me sentaba a bajar ideas que se me venían a la cabeza y recuerdos. Después, en casa, en otra instancias, las transcribía y variaba. No fue una catarsis, no hubiera tolerado hacer una catarsis sin algún tipo de encanto formal. Por otra parte, el formato fragmentario de alguna forma me quedó más cómodo porque no me siento una narradora y coincidió, además, con el ritmo de las visitas.
- T: ¿Y cómo articulaste los fragmentos para que alimentaran una trama?
- B.B: Fue simultáneo al momento de la escritura. La escritura y la composición fueron juntas. Mi convivencia con el progreso de la enfermedad de mi mamá, una de las formas de la demencia, fue una situación poética. La locura tiene connotaciones muy negativas, a pesar de la romantización que se hizo desde el arte. Y sí, las grandes obras de arte tienen un componente de locura. Sin embargo, la sociedad clasifica la locura y arrastra una noción muy negativa, casi como una reacción instintiva, una amenaza. El libro transita un camino más poético de la locura. El progreso del deterioro cognitivo de mi mamá, afortunadamente se manifestó de una manera muy poética.
- T: La realidad está sobrevalorada, decís en una suerte de apología al discurso que logra evadirse de lo más inmediato.
- B.B: Sí, desde chica me di cuenta de eso. Aprendí de mi abuelo Roberto muchas cosas. Al momento de dormir me leía el diccionario y jugábamos a saltar de concepto en concepto. Ahí apareció por primera vez lo lúdico y el espacio para abrir la imaginación. Hace falta un mínimo salto de imaginación para poder advertir y comprobar que la realidad está sobrevalorada. ¿Qué es la realidad? ¿Únicamente lo que tiene materialidad?
- T: La música se cuela entre las páginas ¿Es otro bien de familia?
- B.B: Absolutamente. Me concibieron en París y mientras estaba en la panza, mi madre trabajaba como editora de sonido. Y en mi casa siempre hubo música, de todo tipo. Desde cosas terribles de escuchar hasta el canto de las ballenas, el jazz y el folclore. Ha sido un componente muy lúdico que nos permitió otra forma de relacionarnos. Mi papá me enseñó a escuchar música con los ojos cerrados mientras me contaba historias, como un juego.
- T: ¿Tu madre sabía que estabas escribiendo un libro sobre la forma que adoptó el progreso de su enfermedad?
- B.B: Ella nunca lo supo, no quise decírselo porque no quería que se sintiera observada. De todas formas, tampoco la miraba pensando en escribir cuando estaba con ella. La escena que abre el libro en el que le cuento que trato de que me publiquen da cuenta de su antena para percibir, aunque no me entendía.
- T: ¿Te acompañaron otros libros o autores en el momento de la escritura?
- B.B: No, cuando escribo nunca leo a otros. Es más, cuando les contaba a algunos amigos en qué trabajaba, me sugerían lecturas pero yo las desestimaba. No me interesó estar en contacto con otros textos con estos procedimientos. O leo o escribo y cuando escribo, las palabras son mías.
- T: ¿Por qué esas esferas aparecen tan separadas?
- B.B: No lo sé, en mi caso se da así. Cuando era más joven sí podía hacer ambas cosas a la vez. Tal vez es una cuestión del paso del tiempo, del oficio y de una capacidad de concentrarme que tengo en el trabajo literario con una certeza y un saber que antes no tenía. La intuición, en cambio, siempre está, sino no se puede escribir, tan solo se finge. El oficio y la concentración permiten afinar mucho el material en bruto con el que cuenta un autor. Y creo que por eso me alejo de la lectura, cuando estoy escribiendo estoy pensando todo el día en el texto y si voy por la calle, me detengo para sacar el anotador para escribir una idea.
- T: A pesar de contar los días del deterioro de la salud de tu madre, no es un libro sobre la enfermedad. ¿Por qué crees que se produce esa dislocación?
- B.B: Es cierto. Supongo que por el tipo de proceso que vivió ella, poético. Y por mi naturaleza más sensitiva. Nunca pensé en escribir un libro sobre la enfermedad, sino que se fue armando con componentes muy variados. Escribir sobre la enfermedad hubiera sido muy triste, muy totalizador. En el título, doy cuenta de que la locura es un bien que se hereda, pero también como una cuestión buena, que se puede compartir, positiva en la medida que, efectivamente, la realidad está sobrevalorada.
- T.: Sos traductora. Con tanto hincapié en la palabra y en los distintos significados, ¿Crees que La locura es un bien de familia se puede traducir?
- B.B: Sí, creo que es un libro muy sencillo para traducir. Cuando lo leía, durante la corrección y cuando me lo dieron impreso, sentía que sería muy fácil de traducir. Se puede seguir el trabajo rítmico, de vocabulario y de componentes poéticos. Como no tiene la complicación de una obra con trama sino de flexibilidad y movilidad de los fragmentos me imagino que se pueden encontrar traducciones fieles que trabajen el sonido de cada parte. Al italiano estoy segura de que se puede traducir, y al francés también aunque seguramente sería más pesado.
Con información de Télam