Alexandra Kohan: "Estamos atravesados por una demanda enloquecida, arrasadora de la subjetividad"

30 de octubre, 2022 | 12.54

(Por Ana Clara Pérez Cotten) Bajo la premisa de que es infructuoso y anodino buscar una respuesta unívoca y en un intento de acercarse al asunto a través de variaciones, la psicoanalista Alexandra Kohan se dispone en "Un cuerpo al fin", su tercer libro, a pensar y a leer las distintas manifestaciones individuales y epocales alrededor del cuerpo y emprende ese camino desde el psicoanálisis pero con la música de la poesía y el acompañamiento de la literatura.

"Lejos del mandato de distraerse para no pensar en algo, la distracción, tal y como se plantea acá, sería, en rigor, distraerse para poder pensar en algo, para poder leerlo. Me gusta la práctica de la dispersión, anche de la distracción", plantea Kohan en las primeras páginas del libro en una suerte de "elogio a la distracción" que da una pista sobre el tipo de escritura dispersa (y aún así sedimentada, lúcida y encadenada) que eligió para el ensayo.

Kohan, quien escribe columnas habitualmente en ElDiarioAr, también es autora de "Psicoanálisis: por una erótica contra natura" publicado en 2019 y del ensayo "Y sin embargo, el amor", un libro que complejiza las relaciones y que, tras múltiples lecturas, fue nodal en varios debates.

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Kohan escribe desde el paradigma de una psicoanalista que se dedica a la docencia y a la clínica, y evita en sus intervenciones públicas las referencias más obvias del anecdotario de sus pacientes o alumnos. Prefiere, en cambio, preservar la mirada curiosa sobre lo establecido e indagar en los lugares comunes. Primero fue el amor y ahora el cuerpo: los mandatos, las reglamentaciones, los padecimientos, el duelo o el cansancio.

-Télam: Cuando en 2020 publicaste "Y sin embargo, el amor" te invitaban a charlas o debates y, más allá de que te reconocían como psicoanalista, te consideraban "escritora". Ese rótulo no terminaba de convencerte. ¿Cómo te reencontrás con esa idea ahora que publicas este tercer libro?

-Alexandra Kohan: Me repele ese título. O lo repelo. Me suena pomposo cada vez que lo escucho. Cuando me presentan como "escritora" siento una alarma. Ubico que la etiqueta que te ponen es una cuestión de los demás y en algún punto me pasa lo mismo cuando me ponen "psicoanalista", porque es algo que podría ponerse en cuestión. Ser escritor y ser psicoanalista son dos prácticas que no están garantizadas, que justamente definen su saber hacer por la posibilidad que tienen de poner en cuestión muchísimas cosas. Entre ellas, las etiquetas.

-T.: En el libro aparece una referencia a "Tu vuelo al fin", el tema de Luis Alberto Spinetta. ¿Es esa la inspiración del título "Un cuerpo al fin"? ¿A qué refiere ese "fin"?

-A.K.: Es algo que estuve pensando mucho por estos días, pero que creo que no tenía tan claro cuando se me ocurrió el título. Hay como un proceso de decantación. Cuando Lacan piensa las cuestiones alrededor del cuerpo dice que es como un cuerpo con una frase que dice algo así como "el lenguaje como un cuerpo al fin". Tenía eso merodeando en la cabeza y un día, mientras cerraba el libro, Martín (el escritor Martín Kohan, su marido) me acercó la referencia de Spinetta: "Ah, como ´Tu vuelo al fin´". Pero una vez publicado y en el marco de repensar lo que escribí, me di cuenta de que funcionaba de forma similar a "Y sin embargo, el amor". Es un libro en el que trabajo todo lo que se puede decir alrededor del cuerpo, pero no en términos de final, sino de búsqueda y presencia. No hay una voluntad de definir sino más bien de explorar y acercarse.

-T.: Hay un trabajo en el libro con los epígrafes que parece casi de minería. ¿Eran referencias que te acompañaban mientras escribías o fuiste en busca de ellas?

-A.K.: Creo que fue un poco y un poco. Tengo desde hace años una especie de cuaderno de anotaciones que uso para tomar nota de cosas que leo o que me voy encontrando y que dan en algún punto con lo que estoy pensando. Entonces, algunas surgieron de esa recolección y otras, en cambio, me acompañan desde hace años, "me las sabía". Con mi editora, Ana Ojeda, entablamos una especie de desafío: yo tenía permitido sumar la cantidad de epígrafes que entraran en la caja de una página, fue una forma de darme marco. Pero bueno, pasan los días y me topo con otros posibles epígrafes y me arrepiento de no haber llegado a incluirlos. Creo que los anoto como una forma de decir "bueno, esto me va a acompañar", me resuenan. Pero también funciona en el sentido contrario: a veces uno de esos epígrafes me ha permitido pensar sobre un tema, iluminarlo, darle un matiz. Es más, hasta he llegado a modificar capítulos enteros después de encontrarme con uno de ellos y, en esos casos, fueron como disparadores.

T.: En varios capítulos recurrís a la poesía. Incluiste poemas enteros de Mary Oliver, Osvaldo Bossi o Roberto Juarroz ¿Qué te ayudó a decir sobre el cuerpo la poesía?

A.K.: Creo que en ese vínculo se da algo que se remonta a los orígenes del psicoanálisis. Freud dice que necesita del lenguaje poético, de la poesía, para dar cuenta de esa nueva noción de cuerpo. Ya no le basta el lenguaje científico. Él se refiere al "lenguaje poético" y eso perfectamente podría incluir a la literatura. El cuerpo que él aborda es novedoso y para dar cuenta de él ya no le basta el lenguaje médico.

Ahora, a título más personal, también podría decir que la poesía funciona en mí como un modo de disipar el sentido. Muchas veces, me encontré con que un verso en un poema que recorre cuestiones del cuerpo dice más de lo que yo puedo desde mi propia enunciación. Una vez, una lectora me dijo que mi primer libro iba hacia mi propio repliegue. Y creo que se repite algo de eso: me repliego para que hable la poesía, se va disipando el sentido más obvio. La poesía es el lugar del margen, que se aleja del sentido más consolidado y eso tiene una afinidad innegable con el tipo de aproximación al cuerpo con la que trabajé.

-T.: En el capítulo "El artificio de lo natural" planteás los problemas que trae genitalizar el debate alrededor de los reclamos del feminismo y advertís que ciertos planteos de "ellos contra nosotras" anulan la idea misma de otredad. A veces pareciera que el viejo clivaje de "clase", en definitiva, contenía más. ¿Las posiciones identitarias pueden también mostrar límites en los procesos de inclusión?

-A.K.: En los debates alrededor del feminismo hoy hay muchas cuestiones cruzadas. Genitalizar el debate es uno de esos problemas. Por ejemplo: hay mujeres de clase media-alta que creen que son una minoría excluida respecto, por ejemplo, de un hombre de clase trabajadora que no llega a fin de mes. Pero bueno, en estos debates siempre hay que repensar desde donde uno se para ideológicamente. Para mí, la idea de clase está por encima de cualquier planteo alrededor de la genitalización. Las políticas identitarias son necesarias, pero que hay que mantenerlas en tensión. Es decir, la identidad no puede ser lo único a atender, no podemos estar aferrados a un tipo de análisis que deja afuera un montón de otras cuestiones. Es necesario que podamos poner en cuestión sentidos muy enquistados alrededor del cuerpo.

T.: También abordás la reglamentación que hay alrededor de la socialización, algo que genera una suerte de coreografía del comportamiento. Clavar el visto está mal visto, llamar por teléfono es invasivo, no responder es ghostear o formas muy estipuladas de paternar y maternar. ¿Qué hay detrás de esta voluntad de "acordar" estos usos y costumbres?

A.K.: Esto no es nuevo, cada época tuvo su reglamentación sobre el cuerpo. Creo que tiene que ver con que es más "fácil" tener los movimientos pautados y no salirse de lo estipulado. Por supuesto que el costo subjetivo es altísimo porque no evita ningún sufrimiento, sino más bien todo lo contrario. Para algunos pareciera que lo más fácil es moverse en una arena conocida y estipulada, fuera del riesgo. Por supuesto que no se puede vivir en la incertidumbre permanente y algunas cosas uno cree que sabe para qué las hace. Pero deberíamos resguardar la contingencia de un encuentro, y no solo con otros, sino también con esa parte de uno que a veces nos resulta opaca.

-T.: Al final del libro hacés un análisis sobre cierto empastamiento del tiempo durante la pandemia, sobre cómo 2020-2021-2022 parecen el mismo año a pesar de que efectivamente ocurren cosas distintas y sobre el malestar y el cansancio. ¿Qué cuestiones que ves en la clínica te pareció importante llevar al debate público sobre cómo afrontamos la pandemia?

-A.K.: Abordé la pandemia no como tema, sino como un efecto, como algo que me estaba afectando en el proceso, mientras escribía el libro. No pude pasarlo por alto. El cuerpo estaba afectado y el tiempo está empastado, no recuperamos el discurrir de los ciclos y los años al que estábamos habituados. Y el tema del cansancio es insoslayable. No es el mismo tipo de cansancio que teníamos en 2019, ligado al ritmo o a la exigencia laboral. Este cansancio es distinto y es como una roca que aplasta. Algunos podemos tomarnos vacaciones, lo hacemos y el cansancio sigue ahí.

-Télam: ¿Y a qué crees que obedece ese tipo de cansancio distinto, nuevo?

-A.K.: En parte responde a que estamos atravesados por una demanda enloquecida que se activó estos años, que no para y que es arrasadora de cualquier subjetividad. El otro día alguien me dijo algo muy cierto: hay demandas que deshumanizan. Estamos en una lógica permanente de pedirle cosas al otro sin advertir que ahí efectivamente hay un otro y no una máquina que tiene que dar, sin registrar. Y eso va más allá de la lógica productiva, de la precarización laboral o de la inflación, que obviamente condimentan la situación. La pandemia nos dejó un tipo de cansancio vinculado a la cosificación de los demás y a la imposibilidad de asumir nuestro rol en la escena. Y bueno, además está esa idea sobrevolando de que tenemos que recuperar el tiempo perdido, como si eso fuera posible. Es cierto que es muy difícil soportar que algo se perdió, que no hay nada que se pueda recuperar y que la vida, en general, implica muchas veces perder. Incluso para quienes no perdimos seres queridos hubo una pérdida, no salimos exentos. Evitar el dolor que implica la pérdida también nos va horadando.

Con información de Télam