(Por Dolores Pruneda Paz). En el libro "Klemm" Rodrigo Duarte reconstruye la vida excéntrica de Federico Klemm, figura hipermediatizada, reverenciada y despreciada en partes iguales, que irrumpió en la escena neoliberal de los 90 como coleccionista, mecenas e ícono de un arte homoerótico, kitsch y ultra pop y que además se volvió ícono de una época de opulencia y excesos para unos pocos en la Argentina, la del menemismo neoliberal, denostada en el relato nacional.
Este libro ágil y entretenido (Random House) está armado en tres grandes actos a los que le dan carnadura los testimonios de más de 120 personas. Amigos, amantes, artistas y adversarios son las categorías elegidas que califican su relación con Klem. Queda a disposición del lector definir quién encaja en cada cual.
Marta Minujín, los Kuryaki, Juan Forn y María Moreno; conductores como Federica Pais y Daniel Malnatti; o gestores culturales como Alejandro y Pablo Correa, responsables de promocionar su arte y ese emblema del imaginario cultural noventoso que fue El banquete telemático, programa de cable delirante y surreal que introdujo el arte como tópico de interés masivo y popular en el país de la pizza y el champán.
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El libro además recupera el valioso legado artístico de una colección extraordinaria, abierta al público, gratuita. La de la Fundación Klemm que hoy permite a las nuevas generaciones resignificar el impacto en la deriva artística argentina de este pionero del arte queer nacido en 1942 en Checoslovaquia durante la ocupación nazi, hoy República Checa, e instalado en Argentina a los siete años junto su madre y gran compañera, Rosita Merek, y su padre, Frederick Josef Klemm, empresario del plástico enriquecido durante el menemismo.
Federico "siempre fue una estrella, incluso antes de serlo. Enmudecían los teatros cuando entraba y era que cuando joven, había sido muy bello y cuando dejó de ser joven y bello, fue muy rico", resume Fernando Ezpeleta, amigo y director de la Fundación Klemm que hoy guarda su obra, uno de los tantos entrevistados por Duarte (Uruguay, 1984) durante los dos años de aislamiento por pandemia que dieron forma, de manera obligadamente telemática, a este libro que llega a 20 años de la muerte y 80 del nacimiento de Klemm.
Klemm cultivó durante unos 10 años de gloria una presencia mediática basada en la saturación en las pantallas y la prensa incluso amarillista, así como en su cercanía con ricos y famosos. Fueron los últimos de su vida. Los que empezaron a correr una vez heredada la fortuna del padre, un señor homofóbico que también le dejó en herencia a un medio hermano con su mismo nombre, Federico.
Amigo de la empresaria multimillonaria Amalia Fortabat, condecorado por el expresidente Carlos Menem, fue conocedor de tugurios y búnkers del porteñismo gay de muchas décadas, dictadura mediante, que lo hicieron salir en diarios vinculado a un párvulo bello y criminal, Carlos Robledo Puch, en una historia que incluye un Torino, un asesinato y presunciones de tarifas sexuales. Él es la Federica de Recoleta de la película El Ángel (2018), del realizador Luis Ortega.
De ahí que Duarte recupere testimonios del escritor y performer Fernando Noy, quien dice: No me llamó la atención que se hubiera vinculado con un ángel maldito y exterminador como Robledo Puch, porque los putos tenemos siempre destinos imprevisibles. O de su amigo el artista Alberto Pasolini: Su relación con Robledo Puch se convirtió en una leyenda en el ambiente -dijo-, pero nunca se lo escuché contar a él.
Una vez millonario, exitoso y popular, en los 90 se hicieron habituales sus apariciones en lo de Mirtha Legrand -frente a un retrato de su autoría que la diva televisiva ostentó por años en sus almuerzos-; en lo de Tinelli o en los sketches de Gasalla, donde el cómico -travestido como Amalita- lo entrevistaba sobre arte.
Eran mediáticas también sus fastuosas fiestas de cumpleaños en la Fundación que compró con la herencia (un gran subsuelo en Marcelo T. y Florida) o en hoteles como el Alvear, donde se dilapidaba alcohol y no faltaban personajes de la alta sociedad ni excentricidades. Desde esconder las llaves para que los invitados no pudieran escapar mientras interpretaba ópera -era fanático de María Callas- hasta soltar dos leones y un puma paseándose a carcajadas entre las mesas y el terror de los comensales, Mariano Grondona incluido.
Dandy operístico e ilustrado que participó en los experimentos vanguardísticos del Di Tella y financió muestras históricas de Andy Warhol y Robert Mapplethorpe en Argentina, Klemm se convirtió "de manera accidental -escribe Duarte- en un ícono del menemismo con su opulencia para pocos en lugar de gozar de una merecida reputación como un pionero del arte queer en la Argentina, en tanto productor de obra artística y de una vida queer vivida artísticamente.
Un equívoco saldado con décadas de distancia: Klemm no era pizza con champagne. Era champagne con champagne. No compraba en Miami, compraba en Sothebys. No era for export, era internacionalista, escribía en 2019 María Moreno para el evento Federico Klemm a capela.
¿Era Klemm heredero de un exindustrial nazi, cuánto de espontáneo tenían sus disparatadas intervenciones mediáticas, existió ese romance con un asesino serial, sus pelucas platinadas y amarillas como soles eran únicamente glamour o producto de las cicatrices de la brutalidad policial? Mitos y realidades de una figura que a dos décadas de su muerte continúa reconfigurándose y que persisten.
En palabras de la curadora Jimena Ferreiro para este libro, Klemm era un psicodiferente como Greco, Minujín o Peralta Ramos, personajes-personas donde hay una verdadera amalgama entre arte, vida, obra, gestión y cuerpo. Desclasados que se corrieron de su lugar de pertenencia e hicieron de la performatividad su vida.
-Télam: ¿Cómo nació este libro? 120 son muchas entrevistas.
-Rodrigo Duarte: Y si no hubiera tenido un deadline hubieran continuado. La mayoría de las personas tenían un buen recuerdo de Federico y sabían que su historia no había sido nunca contada -no había libros ni biografías sobre él- y que las lecturas en torno suyo estaban limitadas al personaje mediático, mediado además por una fobia a la época y un desdén por su extravagancia y su riqueza. A veces lo comparan con Ricardo Fort. Para mí lo único en esa comparación es que eran hijos mediáticos de familias ricas.
-T: Sos de una generación que pudo haber visto a Federico en la TV cuando eran niños, ¿de dónde viene tu interés en su figura?
-R.D: Lo conocí a Federico siendo criado en los 90, como un personaje gracioso nada más. En los 2000 leí un par de libros casi de manera consecutiva Fiestas, baños y exilios, de Alejandro Modarelli y Flavio Rapisardi, sobre los gays porteños en la última dictadura, e Historia de la homosexualidad en la Argentina, de Osvaldo Bazán, y ambos nombraban a Federico aparecía en situaciones que jamás me hubiese imaginado.
-T: Puede leerse en esta biografía coral un paralelo entre el vaciamiento de la figura de Klemm y ese vaciamiento cultural que protagonizó el neoliberalismo del cual se lo señaló como estandarte.
-R.D: Eso es algo que quería poner en debate. Fue aleatorio que heredara su fortuna durante el ascenso menemista, pero quedó asociado a esa década de exhibicionismo de dinero y cholulismo aunque le encantaban los famosos y la fama y haya sido muy feliz siendo figura pública, porque la familia siempre le había exigido un perfil bajo.
-T: Queda claro en estos testimonios el desprecio de la élite de comunidad artística local hacia Klemm, su desconsideración calculada, como no haber incluido su aporte en aquel debate entre el arte rosa light y rosa luxemburgo de 2003.
-R.D: Había un debate sobre si era un consumo irónico, si era malo lo que hacía o, de tan bizarro, divertido, pero en su programa trabajaba gente muy interesante, como Diego Brodersen un crítico de cine y programador, que tenía mucha conciencia de lo que estaban haciendo: un producto pop experimental y deforme que incluía monólogos performativos potentes y delirantes.
-T: La de Klemm es una historia privada de un barroquismo y oscuridad que sincronizan notablemente con la historia colectiva.
-R.D: Quise desde su figura también recorrer la evolución de la vida gay porteña en la segunda mitad del siglo XX, los debates sobre las vanguardia en Argentina, lo que pasó con la inmigración en el primer peronismo, porque parte de su familia es parte de eso, la comunicación en los 90 y la violencia estatal homofóbica en distintas dictaduras.
-T: A Federico se le criticaba su frivolidad y que no era un artista político, ese closet de cristal en el que tantos como él estaban en esa época: el gesto abiertamente homoerótico pero no la declaración, no mediaba la palabra.
-R.D: Ahora se empiezan a tomar en cuenta distintas miradas LGBT sobre su legado. Es innegable el privilegio que tenía, en la dictadura podía escaparse a Brasil como hacían Perlongher y Federico Moura; no era reconocido como artista pero exponía en su propia galería. Pero había cierta miopía, ni siquiera se le reconocía que estaba poniendo en su obra todo su universo queer, no era un artista político en el sentido clásico, pero desde la micropolítica si. Estar poniendo en escena tu vida, que forma parte de una existencia transgresora por tu sexualidad, tiene un valor.
-T: Parte de ese desprecio, según los testimonios, estaba en que podía moverse por el mundo con una ligereza y despreocupación que no muchos tenían, pero esos mismos testimonios muestran un perfil desconocido.
-R.D: Hay muchísimas cosas que no se saben porque él no las decía, su ayuda financiera a la sala de pacientes con HIV del Hospital Muñiz y a los fundadores de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) en los 80 de la recuperación democrática. Visto así, este libro es parte de un movimiento mayor que busca redescubrir historias LGBT que van desde el Archivo de la Memoria Trans a documentales como El silencio es un cuerpo que cae.
Con información de Télam