"Ayer", la ficción que Agota Kristof describió como su novela más autobiográfica

14 de enero, 2022 | 15.44

Agota Kristof comparte con el protagonista de su novela "Ayer" el exilio, el trabajo en una fábrica de relojes y la escritura en la lengua del país transformado en refugio, porque si algo logra la autora húngara en sus ficciones es narrar, mezclar, volver insumo literario aspectos de su vida, llevando a la ficción la pregunta por la verdad como artificio, como forma de darle sentido a lo vivido.

La nouvelle que acaba de editar en castellano Libros de Asteroide fue escrita por Kristof (1935-2011) en 1995 después de su monumental trilogía "Claus y Lucas", en la que dos hermanos gemelos viven el desarraigo y la pobreza a partir de la guerra y diseñan un camino de supervivencia en la casa de una abuela cruel y desapegada a la que llaman Bruja.

Acá vuelve a ser un varón el elegido para ficcionalizar los temas que insisten en su escritura: la guerra, el desarraigo y la lengua nueva y aprendida como territorio a habitar. Si en "Claus y Lucas" hay lugar para la pregunta por quién narra (¿Claus o Lucas? ¿Es el mismo? ¿El anagrama de los nombres da cuenta de que pueden ser uno?), en "Ayer" la identidad también habilita preguntas: Sándor Lester huye a un territorio en el que se transforma en Tobías.

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Antes de ese viaje, sabemos que Sándor es el hijo no reconocido de un padre maestro con una familia tradicional que lo veía como un hombre bondadoso con sus alumnos, en especial con éste, y una madre prostituta. De esa infancia, Sándor trasladará, o arrastrará, el recuerdo de Line, de quien se enamoró y a quien esperó y añoró después de dejar su país.

Kristof, que se tuvo que ir de Hungría en 1956, exiliada y cruzando a pie la frontera para instalarse en Suiza con su marido y una hija de cuatro meses, escribe en su libro de relatos "La analfabeta" que en ese itinerario sintió que perdió definitivamente la pertenencia a un pueblo porque tuvo que aprender una lengua nueva -el francés- para poder recuperar aquello que la sostuvo ante lo irreparable: la lectura y la escritura.

"Las ganas de escribir vendrán más tarde, cuando el hilo de plata de la infancia se haya quebrado, cuando vengan los días malos y lleguen los años de los que diré: 'No me gustan'. Cuando, separada de mis padres y mis hermanos, ingreso en un internado de una ciudad desconocida, donde, para soportar el dolor de la separación, sólo me queda una solución: escribir", se lee en uno de los relatos de "La analfabeta", esa autobiografía que capta la pasión de Kristof por "la incurable enfermedad de la lectura", como ella la define.

Es cierto que en "Claus y Lucas", la trilogía compuesta por "El gran cuaderno", "La prueba" y "La tercera mentira", están los ecos de esa vida pero en "Ayer" también y uno de ellos es el tiempo en la fábrica. "La fábrica, las compras, la niña, las comidas. Y la lengua desconocida. En la fábrica es difícil conversar. Las máquinas hacen demasiado ruido. Sólo se puede hablar en el cuarto del baño, mientras se fuma rápidamente un cigarrillo", describe Kristof sus días en la relojería en Suiza.

En "Ayer", traducida por Ana Herrera, la fábrica también produce relojes e impone un ritmo agobiante para Sándor: "Lloro. No quiero ponerme la bata gris, no quiero fichar, no quiero poner en marcha mi máquina. Ya no quiero trabajar. Me pongo la bata gris, ficho, entro en el taller. Las máquinas están en marcha. La mía también. Solo tengo que sentarme delante, coger las piezas, meterlas en la máquina, apretar el pedal", describe.

A esa rutina agobiante ("Prisión o fábrica, me da lo mismo") se incorporará Line, la mujer a la que esperaba y llega un día al pueblo cercano con un marido y una hija. Será su llegada la que lo hará pensar que puede proyectarse a través de la escritura, aunque ella crea que eso no es una posibilidad.

-Pobre Sándor, si ni siquiera sabes lo que es un libro. ¿En qué lengua escribes?

-En la lengua de aquí. Tú no sabrías leer lo que yo escribo.

El hábito de la escritura insiste en ese narrador: escribe en un diario y un libro, le cuenta a una interlocutora que parece no darle crédito ni proyección a esa decisión. Pero Sándor tiene a la escritura como forma de escapar del rendimiento del tiempo. En esa vida reglada, cronometrada para sobrevivir, él escribe "caminando hacia el autobús", "en el autobús", "en el vestuario de hombres", "delante de mi máquina".

"El problema es que no escribo lo que tendría que escribir, sino que escribo cualquier cosa, cosas que nadie puede comprender y que yo mismo no comprendo tampoco. Por la noche, cuando transcribo lo que he escrito en mi cabeza a lo largo del día, me pregunto por qué habré escrito todo esto. ¿Para quién y por qué?", plantea ese protagonista creado por la autora que pasó sus últimos años en el centro histórico de Neuchâtel, en la Suiza francófona, en un pequeño apartamento.

"Ayer" tuvo una versión cinematográfica a cargo del italiano Silvio Soldini -autor de "Pan y tulipanes"- quien en 2002 la transformó en "Brucio nel vento", traducida al castellano como "Cenizas en el viento", con un final cambiado y feliz.

En una entrevista en su departamento en Neuchâtel, una pequeña ciudad de Suiza, con el diario El País en febrero de 2007, la autora era terminante al definir esa adaptación: "Se la cargó".

"Le cambió el final porque decía que la gente no podía salir desanimada del cine", le dijo al periodista que viajó a Suiza para entrevistarla. Fue a él al que también le dijo que "Ayer" era su novela más autobiográfica.

Kristof, que comenzó a escribir su obra al conquistar el francés, profundizó ese hábito cuando a los 26 años se inscribió en los cursos de verano para aprender a leer de la Universidad de Neuchâtel, destinados a los estudiantes extranjeros.

Ese fue el punto de partida para la creación de escritos que primero fueron obras de poesía y teatro, hasta que en 1986 llegó su primera novela, "El gran cuaderno", a la que le daría continuidad con "La prueba" y "La tercera mentira", publicadas en castellano como una sola con el título "Claus y Lucas" y luego traducida a 33 idiomas. Más tarde se sumaron "Ayer" y el libro de relatos "No importa", que llegó a las librerías en 2005.

Sin embargo, en sus últimos años ya no escribía: "No lo necesito. Para mí la escritura es demasiado importante como para hacer algo que no me guste. Y no creo que me salga ya nada mejor de lo que escribí. ¿Para qué empeñarse? Tuve tres hijos y estuve casada dos veces. Nada de eso me impidió escribir. Quizás la fábrica... Ahora tengo todo el tiempo del mundo y no lo hago", le dijo al periodista Javier Rodríguez Marcos en aquella entrevista, cuando tenía 72 años.

Al enumerar las actividades que disfrutaba aparecía la lectura de policiales, mirar televisión y dormir hasta tarde. Murió el 27 de julio de 2011 en su departamento. Tenía 75 años y un cúmulo de lectores que nunca dejó de acrecentarse, con recomendación apasionada de boca en boca y la certeza de que encontrarse con su obra es una celebración.

Con información de Télam