Tanto Javier Trímboli como Eduardo Rinesi compartieron con Horacio González horas de debates, clases, lecturas y encuentros forjando una red de conversaciones sobre la vida política y cultural argentina desde la que hoy dialogan con Télam y se animan a pensar una suerte de legado del gran pensador que no le escapó a ningún debate de la escena pública nacional.
Para Rinesi, el autor de "Tomar las armas" le enseñó un punto clave: "A no simplificar las cosas, a pensarlas con todas sus rugosidades y complicaciones".
"Pienso en dos temas de los que ocupaban la agenda de nuestras discusiones en los años en los que lo conocí, que fueron los de la 'transición a la democracia': uno, el modo de tratar la época de las insurgencias, la violencia y el terror de la década anterior; el otro, el carácter de la democracia con la que se aspiraba a ponerle 'una bisagra' (como se decía mucho entonces: como el propio presidente Alfonsín solía decir) a aquel pasado", cita a modo de ejemplo.
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Pero agrega que, "ni en el pensamiento sobre ese pasado ni en su reflexión sobre la democracia, Horacio se permitía simplificaciones indebidas. Alguna vez escribió que una época no es el conjunto de los consensos que la caracterizaban, sino los conflictos que no había podido resolver, y era ése el modo en que él volvía, una y otra vez, sobre años que las posiciones dominantes tendían más bien a tratar, en cambio, o bien con una especie de nostalgia irreflexiva o bien con una especie de condena apresurada".
"Y la democracia: que tampoco podía seguir el modelo de una conversación transparente, lisa y sin dobleces como lo pretendían las teorías de la comunicación y del lenguaje a la moda. Contra ellas escribió Horacio su gran 'La ética picaresca', que muestra que el malentendido y la incomprensión son lo propio de toda conversación, y de que como habían sabido Hegel, Marx y Weber, y después el psicoanálisis y el Sartre de la tesis sobre la mala fe todos tendemos a ignorar el sentido de lo que hacemos, y quizás sea justo por eso por lo que lo hacemos", señala el autor de "Política y tragedia: Hamlet entre Hobbes y Maquiavelo".
Al intentar pensar en ese legado, esa marca que impulsó González en la vida cultural y política argentina, Trímboli recurre al historiador peruano Alberto Flores Galindo, quien, a propósito de José Carlos Mariátegui, escribió que "el ensayo es esa capacidad para establecer relaciones inéditas, casi impredecibles, entre las cosas" y advierte que "González era un artista que montaba esas relaciones".
Por ejemplo, explica que en el libro "'Perón. Reflejos de una vida' expone esta capacidad de manera muy alta y baja también, porque tiene tanto de trabajo de constelador como de rastreador". "Por otro lado, la disciplina llamada 'historia de las ideas' se contenta por lo general con trazar sentidos, 'discursos'. Así, Carlos Octavio Bunge, Ramos Mejía y José Ingenieros no serían más que lo mismo: positivismo. O, en tanto se distinguen de la lectura dominante sobre el peronismo que producía la revista Sur y el liberalismo, Sábato y Martínez Estrada merecerían quedar emparentados para siempre. González no deja que nada se estacione en la comodidad de un 'discurso' o de una 'época', sacude ese friso simplificador para que aparezca lo desigual, lo que excede a su tiempo, incluso a veces a la ideología", reflexiona el autor de "Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución".
De esta manera, Trímboli sostiene que lo que logró González es "no privarnos de escrituras y pensamientos que pueden alentar potencias en el presente, para no condenarnos a lo actual que detentaría la pavota superioridad de suponerse en el final desencantado de todo. Aunque esta otra forma de leer la tradición argentina, el pensamiento argentino, recorre toda la obra de González" y asegura que es en el libro "'Restos pampeanos' donde mejor se despliega".
Con información de Télam