Crisis de hegemonía e interpretación en el modelo Cambiemos

15 de julio, 2018 | 06.00

La insustentabilidad del modelo de la Alianza Cambiemos entró en etapa de aceleración. Utilizando una terminología que gozó de algún éxito hasta el pasado abril, la construcción de una nueva hegemonía de derecha estalló por los aires. Su resultado es, obviamente, una crisis de hegemonía. La relación es dialéctica, cualquier construcción de hegemonía demanda, como condición sine qua non, tener resuelta su base material. Olvidando el detalle, la prensa del régimen, en tanto conducción espiritual, ensaya fórmulas desesperadas de reconstrucción. De Tinelli a Massa, pasando por el gracioso colaboracionismo del peronismo “racional” de gobernadores y sindicatos dóciles, los grandes dadores de gobernabilidad del macrismo.

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La vereda de enfrente no está mejor. Allí no faltan quienes creen que de la crisis surgirá, indefectiblemente, un nuevo gobierno “nacional y popular” que regresará con el cuchillo entre los dientes, con instrumentos intactos y todos sus errores aprendidos, casi como si el devenir económico-político funcionase a la manera de un péndulo perfecto. Basta con mirar la historia argentina, reciente y no tanto, para saber que no hay ciclos garantizados y que después de lo peor puede venir algo todavía peor.

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No hay ciclos garantizados y que después de lo peor puede venir algo todavía peor

También debe considerarse que la relación entre base material y hegemonía es bidireccional. Luego de uno de los períodos de destrucción económica más rápidos de la historia local reconstruir la base material demandará una nueva hegemonía política, con la indispensable construcción de consensos entre las elites, un desafío mayúsculo que deberá prescindir de los mutuos reproches.

En el nuevo contexto resultan por lo menos desopilantes los cambios de diagnóstico de los economistas profesionales, quienes también experimentan una crisis, en este caso de interpretación. Al parecer, de golpe y en masa, los ideólogos del régimen en caída libre descubrieron que la economía local posee un problema estructural de restricción externa. Ninguno, absolutamente ninguno, advirtió sobre la crisis que comenzó a estallar en abril. La totalidad se cansó de repetir, mientras el gobierno se endeudaba desaforadamente, que tomar deuda en divisas carecía de importancia, porque total la relación deuda/PIB era baja, como si esta fuese una relación de solvencia para el repago.

Salvo la mentirita del gradualismo, ninguno se preguntó por el destino de los abundantes dólares que se tomaban del exterior. Peor, muchos insistieron durante dos años largos que con libre flotación cambiaria la restricción externa no era un problema. En esto último tuvieron razón, el problema siempre es la superdevaluación resultante, sólo momentáneamente frenada. Ninguno se preguntó tampoco por las condiciones de repago. Es más, acaecida la desgracia de recaer en el FMI tampoco sacaron las cuentas de si los dólares del organismo alcanzarán para superar el trance. Todos corren hacia adelante creyendo que basta con llegar a un impreciso futuro para salir del laberinto. Mientras tanto avisan que la crisis será durísima (ya se sabe para quién), inevitable y purificadora.

Luego, aunque entrevean las causas, el trabajo ideológico debe seguir. La consigna es asumir parcialmente los errores propios y, ya que hablamos de cuchillos, sin sacarle el cuchillo del pecho a la experiencia populista. En medio del desconcierto, el nuevo invento es que el descalabro heredado fue “tan grande” que resulta imposible resolverlo en apenas un período de gobierno. La realidad es que se heredaron tres cosas. Primero, un efectivo problema de restricción externa como resultado de un largo período de crecimiento y redistribución del ingreso, pero con bajo desarrollo, de ahí la reaparición de la restricción. Segundo un gran margen para endeudarse y tercero una economía con bajo desempleo. El gobierno que suceda al macrismo, en cambio, recibirá una restricción externa muy agravada, la virtual imposibilidad de recurrir al endeudamiento para financiar la transición y un elevado desempleo. A la economía local le espera, en cualquier escenario, un largo período de estancamiento. El legado de la Alianza Cambiemos ya es de largo plazo. Cuesta imaginar un tránsito sin rupturas, como la cesación de pagos o una dura crisis social y por lo tanto política.

Otro de los argumentos explicativos del fracaso presente se basa en la cultivada idea del gradualismo. Según el gobierno los dólares de deuda no fueron para financiar el déficit comercial, el de turismo y la salida de capitales, como lo muestran con claridad los números de la cuenta corriente del balance de pagos, sino para financiar gastos corrientes en pesos. Las últimas experiencias neoliberales siempre recurrieron al mismo argumento de no haber ido suficientemente a fondo con las medidas o de haberlas aplicado con impericia. La idea de gradualismo fue precisamente eso, atar ficcionalmente la toma de deuda al financiamiento de gastos corrientes, es decir del déficit fiscal. Eso es lo que hoy les permite a los economistas profesionales repetir que la crisis actual es producto de no haber iniciado el gobierno ejecutando un imposible ajuste draconiano. La misma sarasa conocida de siempre.

El brillante invento marquetinero del gradualismo también permite afirmar que si se reduce el problema fiscal se reducirá el problema externo. Sin embargo, el problema externo ya tiene más vida propia que la bola de Lebacs, a las que dicho sea de paso se las está convirtiendo en un problema externo por la brillante idea cavallista de dolarizarlas. Para distinguir que es fiscal y que es externo alcanza con ver los datos fiscales acumulados a mayo y presentados oficialmente como un éxito. El gobierno festejó una baja en el déficit fiscal del 43,7 por ciento en los primeros 5 meses del año, lo que permitió que el déficit financiero (primario más intereses) se reduzca el 0,8 por ciento. En cambio puso menos énfasis en decir que el pago de intereses de deuda se había incrementado el 48 por ciento. Sin necesidad de enmarañarse con los números, aquí están expresadas claramente las tendencias para el largo plazo. Por más que se reduzca draconianamente el déficit primario, el pago de intereses continuará neutralizándolo o superándolo. Tal como están las cosas, la reducción del déficit total aparece como imposible, a lo que se suma los problemas de provisión de dólares.

Finalmente, nadie parece advertir que los dólares que proveerá el Fondo se terminarán aun antes de lo previsto, alcanza con ver el cronograma de vencimientos y las demandas internas, lo que más temprano que tarde significará recurrir nuevamente a los mercados voluntarios de deuda. Cuando ello ocurra se le exigirán al país tasas de default. ¿El blindaje y después el megacanje? Los más ideologizados creen ciegamente en la solidaridad internacional del capital, que no querrá dejar caer a un gobierno amigo, una solidaridad que en décadas reciente no tiene registros en ningún país. Los más pragmáticos, los que entrevén que por no perder un poquito podría perderse todo, ya hablan de dejar de lado las anteojeras ideológicas y concentrarse en dos cuestiones que nunca debieron abandonarse a la voluntad del mercado: cuidar los dólares propios y aumentar los ingresos fiscales o, al menos, evitar que se vayan los dólares y frenar el desfinanciamiento del sector público. Esta es la génesis de ideas como frenar la baja de retenciones, de paso con alivio sobre el precio de los alimentos, limitar los gastos en turismo al exterior, reinstalar los plazos de liquidación de divisas, frenar las subas de tarifas y controlar los aumentos de precios, es decir un impensado cóctel de medidas “heterodoxas”, denostadas durante el gobierno anterior, que irritaría a la propia base electoral, pues suponen compartir los costos sociales de la crisis, algo contrario a la filosofía de un gobierno de clase.-