Durante muchos años manifesté, en solitaria derrota, mi rabia y descontento con Papa Noel. Mirando cómo celebran otros lugares y culturas siempre sentí la amargura del triunfo del Mercado sobre una fiesta que -en su origen y contenido- debiera ser religiosa. No porque creyera que toda la sociedad debe compartir mi/nuestra fe, sino por el vaciamiento de sentido.
En ese sentido, ver carteles que dijeran “Navidad es Jesús” no me hacía menos que coincidir con ello. Claro que desearía ver, mañana, otros carteles como “Pésaj es liberación”, o “Ramadam es purificación” u otros semejantes. Si de convivencia hablamos. O un simple “Felices Fiestas” si de estado laico hablamos. Pero lo cierto es que, más allá de los bolsonáricos acuerdos de los cambiemitas con las iglesias evangélicas más fundamentalistas, la Navidad es el triunfo de otro dios, al que Jesús llamó Mamón, el dinero endiosado.
Claro que el Mercado es la divinización de la compra-venta, y este se encuentra en problemas cuando no se puede comprar. También es cierto que el Mercado mutó a otro modo de lucro, el financiero (que no precisa comprar y vender sino bicicletear, o comprar y vender bonos, acciones que no son “productos”; de eso se trata el “neo” liberalismo) y entonces ahora sí se puede “Volver a Jesús”, pero a un Jesús vacío de Evangelio, vacío de pastores, de “otros” y de militancia. Simplemente un sentimiento individualista.
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Curiosas fiestas sin festejo, curiosa celebración del mercado sin compras, curiosa Navidad sin nacimiento. ¿Qué festejaron en los barrios? ¿Alguien cree que el hecho de que haya menos heridos es consecuencia de buenas campañas contra la pirotecnia? ¿Alguien lo dice en serio? ¿Se puede pensar, sensatamente, que alguien que no tiene ni para una sidra va a comprar cohetes?, o que quien no recuerda cómo era un pan dulce ¿podrá disparar un “tres tiros”?
Muchos pudieron celebrar que “por lo menos no llovió” así, al menos, pudieron estar en su casa (o lo que hace de tal). Otros – los creyentes – pudieron celebrar su fe. Fe que los aliena, en algún caso, y que los libera, en otro. Depende. Y después, algunos, con un oportuno regalo de la comunidad, de algún movimiento social, de algún municipio con remedos de solidaridad, pudieron levantar una copa y pedir trabajo (eso que antes había, aunque no fuera el mejor), pedir seguridad (esa que disminuyó progresivamente con la desocupación), pedir salud (esa vaciada con los hospitales, los UPA, las salitas que la mamá noelesa Legarde no permite que haya). Brindar no se transforma en celebrar lo que hay sino en desear lo que falta. Y que había; porque “nos hicieron creer” que teníamos derecho a una Navidad o un Año Nuevo.
En las comunidades tenemos comedores, tenemos salitas, tenemos cooperativas, tenemos bolsas de trabajo, fundaciones, y los compañeros de lo que han llamado “el interior”, además agricultura familiar, por ejemplo. Y, además, el día a día de lo que antes llamaban “gente” (y ahora parecen enemigos irrecuperables), más antes “pueblo”, y que hoy le dicen, cuando llama al 911 – por ejemplo, por casos de violencia de género – que como es “zona roja” no pueden entrar, pero que después parece que sí para o hacer algún kiosquito o para pegarle a algún “kabeza”.
En nuestro barrio no quedan casi tierras por tomar/recuperar. En cambio, está la contaminación por los arroyos nunca limpiados (tampoco en la administración anterior), las napas tapadas, la basura nunca recogida (por esta administración), los basurales a cielo abierto, la pestilencia cuando la presión y los vientos hace que lleguen los aromas de los frigoríficos, a lo que hemos de sumar cucarachas, ratas, víboras, mosquitos (por suerte ya no hay dengue, o al menos eso parece, porque no hay publicidad al respecto), las calles cortadas por interminables obras (de las que no hay carteles que indiquen ni el presupuesto, ni quien ganó la licitación – suponiendo que la hubiera habido – ni fecha de finalización; como siempre hubo), el imprescindible y marketinero Metrobus de un Estado ausente.
Aunque debo señalar que es “razonable”, en este barrio hay una enorme cantidad de paraguayos a los que no hay porqué atender ni por los que no hay que preocuparse, al fin y al cabo, no votan. Que la gente de los comedores aumente (hasta saturar y hacer imposible “un plato más”) y que los comedores aumenten, que la gente que viene a Cáritas por un poco de comida también aumente, son solamente datos. El gurú ecuatoriano ya les enseñó que la memoria social dura dos meses (tiempo en el que se guarda a un ministro luego de un papelón y del que regresa “como si nada”).
Por eso, “hay que pasar el invierno” y llenar de globos el medio ambiente a partir de abril-mayo para que mejore el humor social y podamos profundizar el cambio PASO y elecciones mediante. Un cambio que nos invita a recordar que la mano de obra esclava es más barata que un empleado, que los muertos no gastan en salud ni educación y que la “pobreza cero” ya es una realidad “entre mis amigos”, de los de afuera que se ocupe otro. Los curas, por ejemplo.
*El autor es coordinador del grupo "Los Curas en la Opción por los Pobres".