"Hice tanto durante 30 años y había que hacer tan poco para saltar a la popularidad. Simplemente no pararme", reflexiona, entre risas, Alejandro Paker en medio de una charla con El Destape por el inesperado boom que generó su presencia en Canta Conmigo Ahora (El Trece), el programa de Marcelo Tinelli que busca las mejores voces de Argentina. En una entrevista exclusiva, el reconocido artista de la escena teatral repasó los inicios de su carrera, el impacto de los memes y el rol de los medios en la construcción de su personaje mediático.
- Apareciste en el programa de Tinelli y en las redes te nombraron villano de la competencia, ¿qué sensaciones te provoca este mote?
¿Quiénes son los primeros en imponer ese mote?, ¿de dónde viene? No viene del programa, viene del periodismo.
- ¿Querés hacer una crítica a la lectura de los comunicadores?
¡No! Es simplemente reconocer de dónde viene la categorización de la información. ¿Por qué el mensaje es que alguien que está pidiendo algo diferente y no comparte la mirada de la gran mayoría es un villano? La exigencia se lee como malicias, villanía o maldad. Y la verdad es que estoy bien lejos de ser eso. En ningún momento he dado devoluciones agresivas, destructivas o descalificativas.
- Vuelvo a la primera pregunta, ¿qué sensaciones te provoca ese mote?, ¿te divierte?, ¿te enoja?
Me encanta porque nunca pierdo de vista quien soy. Eso me permite entrar en el juego, no terminar conflictuado y tener siempre una lectura crítica del afuera. Es divertido, pero tengo familia y amigos que al principio se preocuparon (risas). Pasa que es impresionante cómo aparecer en la televisión durante unos segundos te da una masividad impresionante: de pronto dejé de ser el artista de los musicales para ocupar la portada de una nota de farándula.
A todos los que me comentan en Twitter les doy la razón. Es su lectura y me parece fantástico. Me río mucho con los memes, los siento como una misión cumplida en la profesión y como un símbolo consagratorio.
- No todos se pueden jactar de tener memes
En la etapa tecnológica en la que vivimos, tener un meme es sinónimo de existir. No entiendo mucho el fenómeno, pero haber trabajado tanto para llegar al lenguaje de los memes me parece una caricia hermosa.
- ¿Se siente la lucha de egos entre jurados?
Estoy acostumbrado a trabajar entre un crisol de opiniones. Con los que me llevé una excelente sorpresa fue con los personajes más famosos: “El Puma”, Cristian Castro, El Bahiano, “La Bomba” Tucumana. Es hermoso poder ser compañero de estas figuras. Con Cristian pegamos una muy buena onda, es muy respetuoso.
- Avisale que, si se decolora y se tiñe el pelo de colores diferentes todas las galas, se va a terminar quedando pelado.
(Risas) Creo que él está jugando un poco a reírse de sí mismo y eso me parece maravilloso. Es alguien que entendió todo y comprendió a la perfección las reglas del juego.
Al que no conocía era a L-Gante. La única imagen que tenía de él era la que recibí del periodismo y las opiniones, y la verdad es que cuando nos cruzamos me pareció una persona con una sensibilidad tan grande. Sus devoluciones son simples, certeras, no pretenciosas ni impostadas. Tiene la sabiduría del Maestro Yoda.
- ¿Cómo fue tu infancia?
Me crie en Rosario, hijo de un papá comerciante -trabajaba en Olivetti, la empresa de las máquinas de escribir- y una mamá ama de casa. Familia de clase media, educación en un colegio católico apostólico romano y muchos momentos de juegos en la calle y en la escuela. Me educaron de manera muy religiosa -que no tiene que ver con la fe, para mí eso va por carriles diferentes- y por eso a mis viejos les generó muchísimo miedo mi vocación. No lo entendían. De chico jugaba a ser actor: armaba escenas con la música siempre presente. La música siempre ha sido un canal a las ilusiones y los sueños, me transporta a otro estado.
Pasar de una niñez escondida y guardada a una adolescencia donde la actuación ya me salía por los poros, fue totalmente liberador. Me dijeron que no muchísimas veces y yo estaba en un punto en donde necesitaba experimentar. Así empecé a hacer actuación, a escondidas, en un taller gratuito. En mi casa les decía que iba a hacer gimnasia o a la casa de compañeros de estudio. Lo que sí veían con otros ojos era mi participación en el coro, la sentían más respetable.
Luego de un año escondiéndoles que tomaba clases de actuación, un día me decidí y los invité a la muestra de fin de año, con la mentira de que se trataba de un recital para el coro. Fueron, se enteraron de lo que les oculté y ahí empezó otra guerra.
- ¿Qué guerra?
La de mis deseos y la de las proyecciones que tenían ellos para mí. Aprendieron a entender y aceptar mi vocación, aunque por momentos siguen aterrorizados de lo que podría llegar a atraer a mi vida si me quedo sin trabajo.
- ¿Cómo viviste el momento de dejar Rosario, tus raíces, y viajar a Buenos Aires para concretar tus sueños?
El 30 de mayo de 1992, hace 30 años exactamente, me vine a Buenos Aires para las audiciones de El Jorobado de París, de Pepe Cibrián y Ángel Mahler, y quedé. De 2600 que se presentaron quedamos 50 actores. Admiro la valentía que tuve a esa edad. Me pasa lo mismo cuando veo a los participantes cuando llegan al programa. Hay algo más fuerte que el miedo, la pulsión por cantar y triunfar, que se les manifiesta en el momento de enfrentarse a los 100 jurados. Conozco esa sensación, yo estuve ahí.