La nueva vida de Silvia Freire: perdió al amor de su vida, compró una motorhome y viaja por el mundo con sus cenizas

La escritora y conferencista dialogó con El Destape en un mano a mano sobre su proceso de duelo y sanación tras la muerte de Alberto Varela, quien fue el amor de su vida.

24 de abril, 2024 | 09.50

Silvia Freire y Alberto Varela se conocieron en la escuela secundaria. Comenzaron a salir, pero luego cada uno siguió su propio camino. Años más tarde, se reencontraron y comenzaron a tener un vínculo más fuerte que los llevó a casarse. Tenían una relación hermosa y plena, hasta que a los 66 años, Alberto se enfermó. Después de esperar durante mucho tiempo un trasplante de hígado, se sometió a una intervención que lo mantuvo ochenta días internado en el Hospital Italiano, donde finalmente falleció. A partir de ese momento, la vida de Silvia Freire dio un giro 180° grados: en medio de su duelo compró un motorhome, al que llamó Merceditas, y se dispuso a recorrer el mundo junto a las cenizas de su marido, dispuestas en una serie de relicarios que luce con orgullo.

“Mi marido amaba la vida. La noche anterior a que lo indujeron en un coma, le permití charlar de la muerte y se decidió por la cremación,. También me pidió que lo lleve a todos lados con su urna”, contó la conferencista, figura de la radio y televisión y popular escritora en un mano a mano con El Destape, mientras planifica los próximos pasos de un “Tour Resiliente” con el que recorrerá parte del mundo buscando ayudar a otros a encontrar la sanación mental en los momentos de crisis emocional.

- No cualquiera puede llevar las cenizas de un ser querido a todas partes...

Si hace un año venías y me decías que esta iba a ser mi vida, te hubiese contestado que ‘ni loca me meto acá’. La verdad es que las cosas suceden y si uno tiene la capacidad de fluir con lo que acontece, se da la oportunidad de que las cosas tengan su propio espíritu. Igual, te confieso que esto es prueba y error… Lo que me motivó a tomar esta decisión fue saber que puedo ser un ejemplo para las mujeres que me siguen porque, en lo personal, me parecía que él podía estar acá (Alberto, su fallecido esposo) y eso me atormenta, porque si yo lo siento y me pongo a llorar de impotencia puedo imaginarlo diciendo: ‘mi amor, no llores, no puedo creer que te esté causando dolor’. Saco las energías de ahí para que su presencia me dé alegría todos los días.

- ¿De ahí surge la idea de recorrer el mundo en motorhome?

Me armé un menú con las cosas que me hacen feliz: ir a la televisión, dar un retiro, hacer un libro, comprar un motorhome. 

- Hay una película llamada Nomadland, con la actriz Frances McDormand, cuya historia tiene algunas coincidencias con la tuya: una mujer que después de atravesar una situación extrema en su vida emprende un viaje en motorhome para redescubrirse y vivir como nómada. ¿Cómo te sentís cuando viajás por la ruta?

Siento que soy de todos los lugares, pero a la vez no soy de ninguno. Cuando se murió la mujer de mi marido, encontré una mujer que no conocía y tuve que aprender a vivir con ella en Alemania, Austria, Hungría, Croacia, que fueron los destinos donde empecé este viaje. Eso me llenaba de curiosidad, entusiasmo, adrenalina, y como yo sé de neurociencia, dije ‘esta es la que va. Esto te hace sentir plena’. 

Lo que sucedió en todos esos lugares que mencioné fue que tuve una increíble conexión con todo y con todos. Una noche, por ejemplo, en una estación de servicio hablé con dos rumanos -¡cómo voy a hablar con dos rumanos si no sé ni inglés, lanza y se ríe, antes de reanudar su historia!- que me contaron, por separado, sus experiencias terribles: a uno de ellos le mataron a la mujer y al otro le mataron a su hermano en una guerra. Me lo contaron todo y yo les conté la muerte de mi marido. Ahí estábamos los tres, sacando el corazón dolido por la partida de un ser querido… y les hablé en castellano eh, no usamos el celular para comunicarnos. Siento un poco todas estas cosas cuando me subo al motorhome y empiezo a viajar.

- ¿Y qué pensás sobre la muerte?

Me quedé con una respuesta fuerte que dio una vez mi marido, luego de la muerte de su hermano. Hablábamos con naturalidad sobre morir hasta que él paró la conversación y dijo: “no puedo abordar la muerte con esa naturalidad, ni mirarla como si no fuera nada, porque para mí es el enemigo. Se llevó a mi padre, a mi madre y ahora a mi hermano”. Le ví ese enojo y sabía que no quería eso para mí. Me da pena que él no haya podido vivir porque él quería, le gustaba la vida y era un tipo muy fuerte y muy exitoso en sus emprendimientos, pero se fue muy joven… tenía 66 años.

Cuando me aquieto y pienso en que la muerte forma parte de la vida y que de verdad lo único que le pasa al ser humano es que es consciente de su muerte, me atrapa más la idea. Un chamán andino me dijo una vez: ‘La gente piensa si hay vida después de la muerte, pero no piensa si hay vida antes de la muerte’. Entonces, yo trato de conectarme con esas ideas y eso me ayuda a pensar que tenemos una educación equivocada en este aspecto: en Navidad tenés una mesa larga y a veces estás llorando por la silla vacía, pero tenés un montón de sillas que están ocupadas.

- Entré a tu departamento y una de las cosas que me llamó la atención es que no tenés ninguna foto familiar.

No, fotos no. Me mido en mi termómetro emocional y si veo una foto bella me dan ganas de estar ahí, siento la impotencia de lo que ya no tengo.

- ¿Pero no sentís que está bueno permitirse tener espacios para expresar dolor? Uno no puede estar siempre bien y feliz…

Hay escáneres cerebrales que te muestran en un monitor lo que le pasa a tu cerebro cuando te permitís esos espacios. Se oscurecen zonas y no hay sinapsis. Encauzás con pensamientos tristes, que se traducen luego en emociones, y después liberás una sustancia relacionada con la depresión, agotando un 97% de la energía que tu cerebro necesita. Utilizás azúcares, te estresás y usas oxígeno extra limitadamente. Del oxígeno que necesita tu cuerpo -que se regula con un nivel de 100- vos gastás un 120 al tener un pensamiento de tristeza o negativo. Eso se ve en un escáner cerebral.

Lo que uno tiene que medir es cómo se está sintiendo y hay que tener mucho cuidado con lo que se conoce como alivio. Llorar agota y uno confunde esa sensación con alivio y no es eso, es que estás agotado: no tenés más oxígeno, no hay jugos, no hay sinapsis, estás como drogado, gastaste el surtidor. 

Las señales de su marido, el éxito con Hanglin y una pregunta sobre el futuro del duelo

- ¿Sentís la presencia de tu marido?

A veces no es que lo sienta pero sí lo convoco. Él decía algo horrible, cuando ya sabía cuál iba a ser su desenlace: “Silvita, ¿qué vida te voy a dar así, hecho percha?”. Sabía que yo era muy activa. Me pasa que me paro en los lugares a donde voy, lo llamo con los pensamientos y le digo “esta es la vida que me das”. Yo no podría hacer nada si no hubiera sido porque él fue un hombre muy trabajador, muy ahorrativo, que pensó siempre en el futuro.

- ¿A qué se dedicaba?

Tenía una empresa de productos de limpieza. Compró esa fábrica de lavandina de pisos de barro y en los primeros tiempos íbamos a llenar juntos botellas de detergente y lavandina. Poníamos en los equipos de música a Sandro y a Leonardo Favio y jugábamos a ver en cuánto tiempo se vaciaban los tanques de detergente. ¡Me divertía con eso! Después él empezó a crecer, porque a nada le decía que no. No veía obstáculos, solo la solución.

- ¿En qué momento de tu vida decidís que querés ser coach y ayudar a otros?

En guerra de egos con Alberto, los primeros siete años de gran comezón en el matrimonio, peleábamos muchísimo y nos estuvimos por separar gustosamente. ¡La razón la tenía yo!. Las cosas venían mal hasta que un día pensé que el amor no podía terminar así. Ahí empecé a decir “sí, querido” a todo -no como si él estuviera loco o en modo de burla despectiva, simplemente para frenar las peleas- para terminar la marca de la bronca, y en algún momento eso funcionó y empezamos a mutar en un amor de total respeto el uno por el otro.

Luego, lo que pasó cuando hablé por primera vez en Radio Continental, con Rolando Hanglin, fue tremendo. Hoy si hablamos de constelaciones o terapias de vidas pasadas más o menos todos saben algo, pero en ese momento se necesitaba una mente abierta como la de Rolando para abrir esos temas. Hanglin jamás juzgó lo que decía, solo lo conocía porque mi marido y su prima lo admiraban. Fue por eso que mandé mi librito Avivate a Hanglin y a Chiche, a los dos al mismo tiempo, y la historia hubiese sido totalmente diferente si el que abría el paquete era Chiche, que por suerte nunca lo hizo. Jamás busqué cambiar a ninguno de sus oyentes, eso me parece una vergüenza. Solamente ayudo a que cada uno sea su mejor versión.

- La última, ¿en algún momento del futuro te planteás la posibilidad de soltar las cenizas de Alberto?

¡Sí! Lo consulto (risas) Si una mañana cualquiera siento que esto no me hace bien, entro en consulta, le digo y sé que cuento con su aprobación absoluta para tomar la decisión de soltar.