Alfredo Leuco vive un dramático momento en lo personal. En las últimas horas, el periodista de La Nación y Radio Mitre recibió una triste noticia: se murió su padre. El conductor comunicó lo sucedido en su programa de radio con un fuerte descargo y no pudo contener la emoción.
De acuerdo a lo que se conoció, el padre de Leuco falleció el pasado sábado 17 de julio. Luis Mario Lewkowicz tenía 98 años y debió ser internado el martes 13, por lo que Alfredo y Diego Leuco viajaron de Buenos Aires a la Provincia de Córdoba para acompañar a su ser querido.
A través de un duro descargo que hizo en su programa de radio, Alfredo ofreció un testimonio sumamente emocionante sobre las palabras que le dedicó a su padre en el Día del Padre: "Hace justo un mes, para el día del padre, sentí la necesidad de hablar de mi viejo. Siempre lo hago, pero en esa oportunidad, la columna tuvo una repercusión que me conmovió".
"Muchísima gente la reenvió a sus amigos y seres queridos. Me contaron que ese texto arrancó muchas lágrimas y abrazos. La novedad es que mi viejo murió. Muchos ya lo saben. Y en el pésame que me enviaron, una mayoría, recordó esa columna que hoy quiero repetir para despedirlo. Ahí dije casi todo. Lo que no dije, me lo reservo para mi intimidad y mi alma", agregó Alfredo.
En tanto, Alfredo Leuco mencionó que su padre no estaba pasando por un gran momento de salud, aunque sí tenía lucidez: "Tal vez en aquel momento, yo lo presentí, porque mi padre estaba con su cuerpo muy frágil pero con su cabeza y su corazón entero". Incluso, días después del fallecimiento de su padre, hizo un descubrimiento: "Recién ahora me enteré que su nombre en hebreo, Arie Leib Meir, significa corazón de león". Emocionado, agregó: "Era lo único que me faltaba saber para entender esa fortaleza moral de un guerrero incansable. Gracias a Jorge Porta y Guido Valeri, las autoridades de la radio, que me permitieron estar a su lado hasta el último momento. Ahí va mi homenaje. Pido disculpas por pasar la grabación pero no puedo leerla sin quebrarme al aire".
El emotivo homenaje de Alfredo Leuco tras la muerte de su padre
Días antes de la muerte de su padre, Alfredo Leuco le dedicó unas emotivas palabras por El Día del Padre, a través de Radio Mitre. A modo de homenaje, el periodista abrió su corazón y reveló algunas cuestiones personales de su familia:
"Me gusta creer que los Leuco, o mejor dicho los Lewkowicz, estamos constituidos por padres parados sobre dos pilares: la rebeldía y la libertad. El fundador de esta escuela de vida fue Samuel, el padre de mi padre.
Apenas sabía leer y escribir con dificultad en polaco y en idish. Panadero de oficio, llenaba la casa de delicias y aromas gloriosos. Era pelado como mi viejo y como yo, pero bien morrudo.
Mi zeide Samuel era una especie de toro que no necesitó leer libros para darse cuenta que la vida es la búsqueda de libertad a través de la rebeldía.
Cuando los nazis alemanes y polacos, empezaron con los crímenes de lesa humanidad dijo basta, que es la primera palabra de la rebeldía. Cuando intentaron hacerlo arrodillar con fusiles y cruces esvásticas, se puso más de pie que nunca y escapó del infierno del holocausto.
Con ese solo gesto nos enseñó el primer mandamiento de una familia que quiere ser digna: no arrodillarnos ante nadie y tampoco pretender hacer arrodillar a nadie. Ni víctimas, ni victimarios.
Samuel, el panadero polaco, fue a parar a un conventillo de un vecindario bravo de Córdoba llamada Barrio La Cruz. Veinte habitaciones para veinte familias. Un baño y una cocina para todos.
El primer día, mi Bobe Rosa cocinó en un braserito que le prestaron y a la hora de la cena, se puso a llorar porque le habían robado la olla con el único alimento del día.
El hambre hablaba en varios idiomas. Samuel abrazó a mi padre y le prometió trabajar y trabajar, de sol a sol, hasta que no le faltara nada a su familia.
Se levantaba a las 4 de la mañana para amasar y para pintar con azúcar derretida las facturas crocantes. Las salía a vender a la puerta de los colegios en tres canastas gigantes, tan pesadas que fueron encorvando su espalda.
De esa manera, escribió el segundo mandamiento de las tablas de la ley de los Lewkowicz. La única manera de progresar con honradez es la cultura del sacrificio y el trabajo. No hay mejor mérito que ponerle sangre, sudor y lágrimas al esfuerzo cotidiano.
El tercer mandamiento está claro. Suena medio a Campanelli, pero es una verdad de granito: lo primero es la familia. No hay nada más importante.
Los hijos son nuestro mayor tesoro. Los queremos más que a nuestra propia vida. Mi padre, que se llama Luis Mario pero que en la familia le decimos “Mayor” hoy tiene 98 años. Pero cuando tenía apenas ocho, salía a trabajar con su padre con otra canasta más pesada que él.
Arrancaban de madrugada y regresaban muy tarde. Aquel braserito del conventillo ya se había convertido en una cocina aceptable. Y empezaban a levantar con sus propias manos la primera casa de los Lewkowicz en esta tierra generosa. Fueron construyendo una habitación por año.
Todos aprendieron a hacer algo para colaborar: la mezcla de cal y cemento, la pintura, llevar la carretilla, colocar los ladrillos. Todavía recuerdo esa casa donde los domingos, mi zeide dormía su única siesta, después del almorzar latkes de papa y kishke, es decir tripa gorda rellena.
En la puerta de su habitación, había un cinturón bien ancho que los más chicos temíamos sufrir en nuestros traseros si hacíamos ruido y lo despertábamos. Era la siesta sagrada del patriarca. Nos íbamos a jugar a la calle con una pelota de trapo, hecha con varias medias caías en desgracia.
Samuel era una persona rústica al que mi padre lo trataba de usted con un respeto casi religioso. En su ignorancia, pobre, dudaba de la utilidad de los estudios.
El trabajo, su familia y el templo, eran sus únicas referencias. Por eso a mi padre lo mandaron a trabajar a un almacén de un amigo, casi gratis, para que aprendiera.
Como todo pago, un día recibió un traje y unas monedas para ir a la cancha a ver a Talleres y comprar unas batatas calientes que comían en las tribunas. “Nada de estudio, hay que trabajar”. Esa era la orden del que mandaba en la casa. Por eso mi querido viejo estudió a escondidas de sus padres".