¿Nuevo orden mundial con rostro chino?

La pandemia de la Covid-19 exhibe la voluntad de liderazgo de China ante la crisis mundial.

19 de abril, 2020 | 00.05

Las distintas respuestas ensayadas por los Estados Unidos y China frente a la crisis devenida de la Covid-19 reflejan concepciones antagónicas que serán decisivas para el ordenamiento global que siga a la actual pandemia. Por un lado, el país norteamericano, ha denunciado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y amenaza con suspender la entrega de fondos a dicho organismo. La reacción del gobierno estadounidense ha sido coherente con la orientación perseguida tras la llegada de Donald Trump al poder en enero de 2017: desde entonces, ha optado por abandonar las principales banderas del multilateralismo y a la vez se ha retirado de los principales acuerdos de comercio que regulan el proceso de globalización. Como señalé en un artículo reciente, si en el pasado el liderazgo político y diplomático del país del norte se caracterizó por su capacidad y disposición para incidir y coordinar respuestas globales ante las distintas crisis, hoy la realidad de aquel va por carriles bien distintos.

Por otro lado, China ha decidido ejercer un liderazgo positivo y demuestra que situaciones de crisis como la actual pueden estimular la cooperación y solidaridad. Por caso, a inicios de esta semana arribó a nuestro país un vuelo con donaciones de insumos sanitarios para atender la emergencia derivada del coronavirus. Paralelamente, el gigante asiático ha venido asistiendo a más de 80 países de diversas geografías, siendo los mayores destinatarios de la cooperación china España e Italia. Es que ante el escenario complejo y caótico que se presenta a nivel global, China propone construir “un mundo armonioso de paz perdurable y prosperidad común”. Una “comunidad de destino compartido para la Humanidad”, ideal exhortado por líderes chinos en numerosas oportunidades.

Otra cuestión es la Unión Europea, que busca salir de su propio laberinto y se muestra incapaz de ejecutar un plan coordinado e integral de emergencia frente a la crisis. Es que el proceso de integración que lleva casi 70 años ha debido enfrentar duros embates el último tiempo: a la salida formal de Inglaterra se suman las diferencias frente a las crisis migratorias del Mediterráneo. En ese marco, la llegada de la Covid-19 agudiza los conflictos de intereses y pone en jaque la solidaridad y el proyecto común de las naciones europeas. Antes bien, los ministros de finanzas del Eurogrupo se hallan enfrascados en un debate acerca de la conveniencia o no de compartir los costes de la deuda pública de los países más castigados (opción especialmente resistida por actores como Alemania y Holanda), y solo alcanzaron a concretar un acuerdo económico parcial como respuesta al brote epidémico.

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A la luz de estas distintas reacciones, es posible afirmar que estamos en presencia de acontecimientos que por su peso específico e implicancias están cuestionando el ordenamiento actual y crean un escenario lábil y cambiante. Como señalase el politólogo John Gray, hoy más que nunca “nos encontramos ante un punto de inflexión de la historia”. Un momento bisagra.

En el mismo sentido, acierta el célebre estratega Henry Kissinger cuando, en un artículo escrito para el Wall Street Journal, señalaba que asistimos al nacimiento de un nuevo orden global post-pandémico. Quizás sea demasiado optimista acerca del rol de tutela que le ocupará a los Estados Unidos encabezando el esfuerzo aunado de todas las naciones para superar el flagelo del virus. Si bien es cierto que en noviembre habrá elecciones en el país norteamericano, aún ante un hipotético cambio en la administración estadounidense es bastante difícil que ésta pueda dar un cambio de rumbo, al menos en el mediano y corto plazo luego de cuatro años de desarme diplomático.

Otros analistas saludan con fervor la creciente intervención de los gobiernos ante la crisis e imaginan una suerte de abandono progresivo de las políticas de cuño neoliberal y un retorno a una forma renovada de keynesianismo. Creo fervientemente que debe ser la decisión política del Estado la encargada de llevar adelante y profundizar las políticas públicas en tiempo de normalidad, con mayor razón en un momento como el que nos toca enfrentar.

Pero sería un error identificar las políticas intervencionistas de los gobiernos enrolados detrás de severos programas de austeridad y ajuste estatal como el fin del neoliberalismo, como bien señaló en una reciente entrevista el economista griego Yanis Varoufakis. Para los gobiernos neoliberales, las crisis se han convertido en una forma de gobierno. Catástrofes como las que estamos viviendo pueden convertirse en un marco propicio para consolidar la lógica neoliberal. El miedo emerge como un gran disciplinador, decía Naomi Klein, y en situaciones de crisis muchos gobiernos se valen del pánico existente en la sociedad para imponer políticas que de otro modo serían muy cuestionadas de no existir una excepcionalidad. El pasado mes de marzo el presidente Trump anunció un paquete de estímulo —básicamente corporativo— de 2 billones de dólares. Quizás porque le trajese algún recuerdo de la debacle del sistema financiero estadounidense de los años 2008-2009 cuando el Estado salió al rescate de las entidades financieras, el senador demócrata Charles Schumer votó en contra del proyecto de ley, argumentando que “(el paquete de medidas) no es en absoluto pro-trabajador y, en cambio, coloca a las corporaciones muy por delante de los trabajadores". 

La actual coyuntura encuentra a China resuelta a ejercer el rol de actor globalmente responsable. La élite china no ignora que, en la medida que Washington haya decidido arriar definitivamente las banderas de la cooperación, la paz y el multilateralismo, su posición en el tablero geopolítico mundial se verá fortalecida, y a la vez será observada como un faro por otros países. Este rol no es nuevo para China: en las últimas décadas ha sido un factor clave para comprender la evolución y las perspectivas del proceso de globalización, transformando el paisaje económico mundial debido a su notorio desempeño en cuanto a crecimiento económico, comercio internacional, inversión extranjera directa e innovación tecnológica, como así también por su papel como fuente de financiamiento internacional y agente de desarrollo para otros países.

No obstante, aún es prematuro afirmar que el gigante asiático se vaya a imponer en la batalla por el liderazgo global. Como sugiere el informe especial de marzo pasado del International Crisis Group, es muy aventurado anunciar que narrativa prevalecerá: si aquella que dice que los países deberían cooperar para derrotar a la Covid-19, o aquella que señala que los países deben aislarse para protegerse del virus.